viernes, 7 de enero de 2011

OSCURIDAD

      El sol no ha vuelto a salir. Una tarde se ocultó por el lado oeste del planeta, tal como estaba acostumbrado a hacerlo, pero a la mañana siguiente el norte de Occidente se quedó esperándolo en vano, sumido en una oscuridad total y desesperanzada. Los especialistas se devanaban los sesos tratando de encontrar una luz en las tiniebas, aunque fuera la más tímida y apagada, porque había que regalarle alguna esperanza a la gente. Elaboraban todo tipo de pronósticos pero éstos resultaban tan poco creíbles que las personas terminaban mirándolos con tanto odio como al ejército enemigo, compuesto por inmorales especuladores que apagaron por aquel entonces la luz del mundo desarrollado.
     Las noticias tienen muy poca vida, ni siquiera pueden conservarse en el freezer, no hay forma alguna de mantenerlas con salud. Sin embargo el desmantelamiento económico del Primer Mundo no respeta esa premisa y sigue acaparando descaradamente las primeras planas, especialmente en el caso de la prensa de los países cocinados a fuego en la gigantesca olla preparada por los depredadores, verdaderos caníbales que serían la envidia del propio Dr. Lecter, si el recordado personaje de Antony Hopkins no hubiera sido solamente un exitoso producto más del celuloide.
     La apertura de las Bolsas, la posibilidad a veces cercana, otras lejana, de que los bancos se declaren nuevamente en rebeldía como si fueran jugadores de fútbol y tantos coletazos más, siguen por cierto ocupando lugar en el papel. Mas la noticia real, la verdadera, la impactante porque duele y lastima de verdad, no es la que aparece escrita en los diarios sino aquella que está marcada a fuego en las desprotegidas espaldas del ciudadano común.
     Es que los gobiernos -nuevos, recién elegidos o viejos, coalicionados o no- no cuentan por cierto con la piedad como una de sus medidas de emergencia. En realidad ésta exótica virtud siempre estuvo fuera del programa de cualquier gobierno del planeta Tierra, pero en el caso de este Primer Mundo oscuro que hoy nos han regalado banqueros, especuladores y otras alimañas criadas en la misma selva de estropicios y podredumbre, la piedad ha pasado a ser casi una palabra prohibida en el diccionario de los gobiernos occidentales del hemisferio norte porque, tal como lo sentencian los voceros oficiales, "todos y cada uno de nosotros (hasta parecen muy seguros que ellos también) vamos a sufrir, todos lo vamos a sentir, no se escapará nadie de los cortes porque ésta es la única forma de abatir el déficit más grande de la historia de este país”.
     En éstas emergencias todos los gobiernos del mundo invariablemente ponen en manos de la gente común la solución al destrozo que provocan previamente, con su irresponsabilidad y ambición, los inmensos tiburones del asfalto, resguardados en sus fantásticos y modernos acuarios, ocultos cientos de metros bajo el mar, rodeados de todas las medidas de protección y seguridad que les garantizan su invulnerabilidad eterna, de modo que con sus descomunales colmillos puedan seguir triturando a las personas communes hasta hacerlas papilla.
      Todos los gobernantes dicen lo mismo, lo más cómodo es avisarle al que más sufre que no tiene otra salida más razonable que aguantar, es decir, seguir padeciendo y encima colaborar para palear el caos. Actúan frenta a las cámaras con caras más o menos circumspectas, con gestos más o menos adustos, fingiendo más o menos dolor como bien manda el manual del buen político, entrando en más o menos detalles, mirando con valentía o con cierto resquemor a las cámaras, en este último caso por si a algún exacerbado le diera por saltarles a la cara desde dentro del foco. Eso sí, todos unidos, eso es lo importante porque la unión hace la fuerza en la intención de hacerle entender a la gente, que precisamente nunca entiende nada, que de su sufrimiento perpetuo depende la salida de la mayor crisis de Occidente luego de la Segunda Guerra Mundial.
      Tras la mentira descubierta, el telón se levantó y ahora muestra al azorado espectador de la platea un Primer Mundo que no ha dudado un segundo en aplicar las tácticas que tanto combatió y repudió en el pasado, succionando la sangre de la gente común, tal y como han acostumbrado a proceder los políticos del mundo entero cuando la corrupta ambición de sus jefes así se los ha exigido.

lunes, 3 de enero de 2011

LA OTRA MANO DE DIOS (II)


         Mientras muchos árbitros uruguayos pasean de las fronteras hacia adentro su petulancia y su altanería, negándose sistemáticamente a abandonar el rol protagónico que los transforma con su actitud en los dueños absolutos del espectáculo del fútbol, a 14.000 kms. de distancia sus pares ingleses son los abanderados permanentes de la actitud opuesta.
         Permisivos hasta el desborde, ellos son el Reino Unido de la anarquía dentro de una chancha de fútbol. Claro está que no por ello dejan de tener un jefe, una cabeza -calva- que en junio de 2010 no hizo otra cosa que trasladar ese caos disciplinario que campea a discreción en las canchas inglesas…nada menos que a la final del Campeonato del Mundo. El sólo nombre de Howard Webb suena a dejar hacer y a dejar pasar lo que sea, lo que venga, así el futbolista traiga en su agenda una asesina plancha en el pecho de su rival. Fue el árbitro ideal para la planificación holandesa de esa final. Quién puede ser tan ingenuo como para no concluir que los “naranjas” no tenían otra opción para al menos intentar un triunfo, que ir a buscar el físico de los españoles a como diera lugar, dada la enorme superioridad técnico-táctica de una selección sobre la otra? Hasta el propio Bert van Marwijk, técnico de Holanda, llegó a insinuarlo luego de la derrota de su equipo.
            De ese modo no fue nada difícil concluir que el aluvión de patadas salió del camarín junto con sus ejecutores. No hubo improvisación, nada fue sobre la marcha, no tocaron de oido, la siniestra melodía ya estaba en el atril y sólo había que ejecutarla. Claro que necesitaban la anuencia de quien representa la máxima autoridad dentro de un campo de juego. Y como sabían que la tenían, simplemente porque conocían al dedillo el tipo de música que interpretan los árbitros ingleses, no dudaron ni medio minuto en repartir todo el repertorio de golpes que pudieron imaginar, mientras el respetable Mr. Webb miraba olímpicamente para otro lado. Meses después del bochorno, ya en las últimas horas del moribundo 2010, el juez recibió de la Reina de Inglaterra uno de los galardones a las personalidades deportivas más destacadas del año, simplemente por haber arbitrado esa final. Por supuesto que muy poco importó cómo lo hizo. Mucho antes, pocas horas después que Webb dejara crecer sin pudor alguno las semillas del caos el ultimo día de Sud Africa 2010, un tal Joseph Blatter le daba la absolución, al tiempo que cargaba el fardo de lo acontecido a los futbolistas de ambos finalistas, llegando al absurdo máximo de multar a las dos federaciones por el mal comportamiento de los jugadores.
Todos y cada uno de los árbitros ingleses llevan en el alma la función de cura párroco y consejero espiritual de futbolistas. Luego de un puntapié asesino o de un codazo que podría llegar a desfigurar el rostro del propio Frankestein, el espectador asiste en vivo y en directo a un sermón dominical que sería la envidia del legendario párroco de Pocitos durante la primera mitad del siglo XX, el Padre Tamburini, si todavía estuviera vivo. El hincha asiste extasiado cada fin de semana a estas demostraciones de debilidad humana que transgeden todos los límites de lo normal y aceptable.
            Muy poco tiempo después del implante de tapones que el holandés Nigel De Jong le aplicó al español Xabi Alonso durante la final de Sud Africa 2010 recibiendo en consecuencia una pálida y ridícula amarilla de parte del árbitro del encuentro, Mr. Howard Webb, el mismo karateca disfrazado otra vez de futbolista, se lanzó con sus dos piernas en “plancha” contra el promisorio volante del Newcastle, el juvenil francés Hatem Ben Arfa, fracturándole así la tibia y el peroné. Mr. Martin Atkinson, el árbitro del partido, tomó sus providencias claro está. Primero comprobó que el escalofriante sonido que se escuchó en todo el estadio, provenía realmente de los dos huesos quebrados del jugador francés. Luego de una larga deliberación con su conciencia, decidió “jugársela toda”. Así, cerró los ojos, se tensó al máximo, se dijo “que sea lo que Dios quiera” y recién entonces le mostró roja directa al holandés, mientras el joven francés, en quien Newcastle había depositado todas sus esperanzas para esta temporada, era retirado en camilla, a la vez que le aplicaban una máscara de oxígeno debido a que el indescriptible dolor le había cortado la respiración. En contraposición extrema a las dudas de Mr. Atkinson, Roberto Mancini, técnico del City y Bert van Marwijk, de la selección holandesa, se decidieron enseguida: Nigel De Jong fue borrado de un plumazo del plantel holandés que disputa las eliminatorias de la Eurocopa 2011 -van Marwijki necesitaba imperiosamente transformar, aunque fuera en parte, la deplorable imagen que la alevosía de sus dirigidos había dejado en la final de Sud Africa 2010- y todavía está por volver a jugar en el Manchester City luego de aquella atrocidad que cometiera.
          Joseph Blatter y su multinacional pregonan el Fair Play al punto que revisando las nuevas reglas, el fútbol amenaza con transformarse muy pronto en un juego de muñecas. En extraña contradicción el mandamás suizo defiende a Howard Webb, el árbitro inglés de la final de Sud Africa 2010 y lo rotula como una simple víctima del mal comportamiento de los futbolistas en ese partido, en lugar de señalarlo -tal cual efectivamente lo fue- como el responsible directo de no haber sabido impartir justicia en la cancha.
         Se busca: Termino Medio. Dónde está el punto equidistante entre el autoritarismo dictatorial y excluyente de muchos árbitros uruguayos, quienes siempre pretenden ser los reyes del espectáculo, y las semillas de anarquía y vacío total de autoridad que esparcen por todas las canchas los árbitros ingleses? El propio Blatter muestra también dos caras como el queso. Pregona por un lado un juego de muñecas, pero disculpa y hasta enaltece como un mártir a quien un día permitió que una cancha de fútbol se transformara en un circo romano, con feroces leones incluidos, nada menos que durante la final de un Campeonato del Mundo. Se explica que su Reina le otorgue un premio, pero que el fútbol mundial también se lo conceda, suena a gigantesca aberración.