lunes, 26 de marzo de 2012

El Llanero Solitario

          Todo ha sido particularmente difícil para Luis Suárez en el fútbol inglés. Primero se entretuvieron acusándolo de simular faltas y zambullirse a la piscina cada dos minutos. Después se topó con "un mal bicho" como el francés Patrice Evra, quien llevó al terreno del racismo una común discusión, agria como cada una de las miles y miles que regala el fútbol, un deporte de contacto creado por los propios ingleses cuando el siglo XIX ya se moría.
          En pleno calvario, hastiado del hostigamiento y el odio interminable de cada hinchada rival, hizo un gesto obsceno a la tribuna del Fulham en Craven Cottage. En consecuencia recibió más latigazos de los que se pueda soportar y el odio de cada hinchada rival se multiplicó por mil, en un país donde la ignorancia y la orfandad de análisis por parte del aficionado, que de fútbol sabe realmente muy poco, son elementos maravillosamente aprovechados por una prensa amarillista y mal intencionada como pocas. La maldad estudiada y preparada de la mayoría de la prensa inglesa alcanza puntos inverosímiles en todos los ámbitos, por supuesto que no solamente en el futbolístico. "Acá los diarios pueden voltear un Primer Ministro con sólo soplarlo y colocar a quien les parezca en lugar de él", fue la frase que una veterana londinense le soltó a un familiar muy cercano que había llegado a estas tierras para quedarse.
          El problema para Suárez es que todo ese infierno para el que salió sorteado, se prolonga en los partidos, durante los cuales el técnico de Liverpool e ícono del club, Kenny Dalglish, espera todo del uruguayo y poco menos que nada del resto del plantel. El popular escocés es evidentemente Suárez-dependiente y lo peor es que contagia a todos, jugadores, hinchas y hasta los yanquis propietarios de la institución. No hay con qué darles, simplemente porque están todos convencidos que Luis Suárez puede hacer lo que ni Lionel Messi ni Cristiano Ronaldo podrían lograr jamás: jugar sólo contra 11 rivales.
          Tiraron 35 millones de libras a la calle comprándole a Andy Carroll a Newcastle, donde el grandote era figura y goleador. En Liverpool simplemente Carroll no existe. Lucha, pelea como un león, pone hasta el alma en cada pelota, pero no hay caso, no anda. También habían adquirido a Henderson, Adam y Downings, figuras en sus ex-equipos: en Liverpool son un desastre y parecen darle la razón en cada partido al francés Arsene Wenger, técnico de Arsenal, cuando dijo que invertir en comprar jugadores ingleses era tirar el dinero a la calle.
         La expectativa estaba centrada en el regreso del gran capitán y símbolo del equipo, Steven Gerrard. Después que perdió la cuenta de sus lesiones, Gerrard volvió y al principio amagó cambiar la Suárez-dependencia por una dupla prometedora con el uruguayo. Duró poco, se terminó perdiendo en el caos que preside un equipo cuyos futbolistas no saben muy bien qué es lo que están haciendo en la cancha.
          Un par de semanas atrás la periodista de El País, Silvia Pérez, visitó Anfield y, una vez que hubo entrevistado a los dos uruguayos de Liverpool, se hizo un tiempo para asistir a un entrenamiento del club. Y fue su turno para recibir una gran sorpresa, de esas que hacen abrir la boca tanto, que quien lo hace parece el lobo feroz que se va a comer a Caperucita Roja. Tal cual escribió minutos después para el diario, le quedó claro que Kenny Dalglish ni siquiera asiste a las prácticas sino que las deja en manos de sus ayudantes, que llevan instrucciones expresas del técnico, claro está, faltaba más todavía. 
         Es imposible llevar una idea futbolística adelante sin estar en contacto diario con el futbolista en el entrenamiento de cada día. Es como si el cura mandara al monaguillo a dar la misa del domingo, exactamente lo mismo. "Palillo, si no te gusta el chaleco rojo (era el de los titulares) te lo cambio por el azul (el de los suplentes), mirá que no hay problema eh!!. Eso le gritó en los albores del tercer milenio Hugo De León a Marco Vanzini, un símbolo del Nacional de esa época, porque el técnico entendió que el volante no estaba haciendo una buena práctica.
         Ahora la pregunta del millón es: cómo hará Dalglish para hacer lo mismo que De León, es decir disparar su artillería pesada contra la momentánea desubicación de un futbolista en el entrenamiento, si el legendario escocés no asiste a las prácticas? La tecnología de estos tiempos es sencillamente impresionante, pero es al menos dudoso que permita que un técnico observe un entrenamiento a kilómetros del lugar y  pueda dar indicaciones y corregir a sus futbolistas a control remoto.
          Para Luis Suárez Kenny Dalglish fue -y aún es- como un padre que en el lugar de los hechos defiende con el alma a su hijo ante la injusticia y las injurias. Es un ídolo de Liverpool, el club le había distinguido con el cargo de Director deportivo hasta que las circunstancias lo obligaron a asumir la dirección técnica del equipo principal.
           Seguro que Kenny, por su apoyo incondicional a Luis, se ganó merecidamente el amor de todos los uruguayos, es imposible siquiera pensar que en nuestra tierra exista alguien que no lo aprecie. No es un deshonor supervisar el trabajo de un técnico joven, con ideas nuevas, renovadoras. Contraten a quien contraten, sería justo para todos que Kenny Dalglish retornara dignamente a su puesto de Director deportivo de Liverpool.

martes, 6 de marzo de 2012

Zar de campito

       Cuando Roman Abramovich compró el club Chelsea en 2003, no sabía nada de fútbol. Ahora, en 2012, nueve años después, no aprendió absolutamente nada. Como tantos poderosos, adquirió la institución tomándola como una más de sus multimillonarias inversiones. Jamás quiso escuchar sobre proyectos futbolísticos a mediano plazo, las mieles del éxito eran para saborear ya, sin preámbulos y sin demoras.
        En su primer movimiento el tablero se mostró muy generoso con él. Destituyó al italiano Claudio Ranieri, quien venía recorriendo raudamente el camino del fracaso y colocó como técnico del equipo al portugués José Mourinho, quien recién se había acomodado en su cabeza la corona del reino de Europa, al frente del Porto de su país, tras haber derrotado en la final al Mónaco donde por entonces el uruguayo Diego Pérez, solía comerse la mitad de la cancha a pura tracción sangre.
        Vinieron los éxitos de Chelsea, las copas visitaron las vitrinas de Stamford Bridge. Paralelamente el ego incontenible de Mourinho sobrepasaba todos los límites aceptables y se autodeclaraba el "Special One", que traducido al español significaría algo así como el Número uno o el Indispensable. El choque de trenes se veía venir. Abramovich, el multimillonario, el poderoso, el mandamás, el dictador, el dueño del club, no pudo soportarlo más y un día lo echó del club sin ningún preámbulo, como para remarcar que "acá el dueño soy yo y no hay Special One que valga". Se bancó sin mayores desvelos las protestas callejeras de los hinchas, furiosos por la marginación abrupta de su ídolo y nombró como técnico al israelí Avran Grant, con muy pocos y relativos antecedentes exitosos en su carrera.
        Curiosamente al "tío bueno", como solía llamarle la prensa inglesa por la expresión bonachona de su cara, no le fue mal. Agarró un fierro caliente y soportó las quemaduras estoicamente hasta llevar al equipo nada menos que a la final de la Liga de Campiones ante el laureado Manchester United. Y Chelsea terminó perdiendo porque su capitán, John Terry, resbaló en el momento exacto de entrarle al balón durante la definición por penales y la pelota dio en el caño derecho del arco de Edwin Van der Saart. Fue suficiente, no se supo ni probablemente se sabrá por qué, pero alcanzó para que, increíblemente, el zar de las estepas rusas mandara al israelí a podar flores en su jardín. "Pero qué es lo que quiere?" se preguntaban algunos, mientras que otros sospechaban irónicamente que Grant había puesto, justo al costado del punto penal, una cáscara de banana para que Terry se resbalara y errara el penal clave. Otros hablaban de que el israelí no tenía el carisma para dirigir a Chelsea y Abramovich no se lo toleró, sin siquiera echar una mirada de reojo a los resultados conseguidos. Uno por mucho -Mourinho por inflarse más que un globo- el otro por poco -Grant, un hombre de perfil muy bajo, bonachón, de escaso carácter aparentemente-, al ruso no le sirvió ninguno.
         El holandés Guus Hiddink fue el que mayor éxito obtuvo entre los que llegaron luego, pero curiosamente se tuvo que ir porque había firmado un contrato a término, ya que estaba comprometido con la selección rusa, a la que ya venía dirigiendo cuando tomó a Chelsea. Scolari jamás pudo trabajar en paz, no lo dejaron y termina de declarar desde San Pablo que cualquiera que sea elegido para dirigir a Chelsea, que se haga a la idea de que aquello será como pasar por el mismísimo infierno. El exitoso Carlo Ancelotti, el del Milán de los lauros y las glorias, naufragó también hundido por los cañones del ruso. Tenía un proyecto a mediano plazo, no obtuvo resultados inmediatos y fue cesado sin vacilaciones.
         El zar decidió jugarse todas sus cartas a André Vilasboas, otro portugués campeón con Porto, esta vez de la Europa League (ex Copa UEFA). Quiso repetir el boom Mourinho, pero con la esperanza de que la humildad y el bajo perfil de Vilasboas, no lo obligaran a abrirle la puerta de atrás de Stamford Bridge. Pero como cualquier todopoderoso que invierte en fútbol pero no sabe siquiera cuál es la forma de la pelota, no se dio cuenta que el éxito de Mourinho, mucho más allá de la indiscutible capacidad técnica del actual técnico del Real Madrid, estaba profundamente ligado a su personalidad extrovertida y a su recalcitrante ego, cualidades -virtudes en este caso- que transmitían a los futbolistas una motivación y una fuerza anímica que jamás consiguieron con Vilasboas. Y eso a cuenta de que éste había trabajado en el club durante todo el ciclo de Mourinho, integrando el cuerpo técnico del portugués, quien se perfila claramente como el próximo campeón de la Liga en España. Pero hay artículos que no se compran en la farmacia, así que no fue lo mismo sino que, por el contrario, fue un fiasco terrible. Desde la época de Mourinho hasta hoy, André Vilasboas fue -y los números cantan por sólos- el que peor resultados obtuvo, de manera que, dentro de la ignorancia futbolística de Roman Abramovich, el rubio portugués es uno de los pocos que estuvo bien excluido.
         Parece que hubieran pasado siglos desde que el Cdor. José Pedro Damiani pregonó que el fútbol pasaba a ser una cuestión de empresas, que los tiempos del viejo dirigente estaban caducados. Más allá de que en el fútbol uruguayo diversos factores, innumerables quizás, no permitan que eso se haga realidad, hace mucho rato ya que en Europa las cosas se manejan así, a lo Damiani.
          El factor "X" en este caso, es el que no se tuvo en cuenta. Y el factor "X" refiere, en esta circunstancia, a la sapiencia futbolística de los multimillonarios inversores. En la mayoría de los casos, la calificación 0 campea orgullosa, pero también lapidaria, para aquellos clubes adquiridos por gigantescas organizaciones que han invertido "vagones de plata" pero...nada más. El Málaga de los capitales quataríes, compró de todo y en todos los puestos. Basta una rápida ojeada a la tabla de la Liga y nos liberamos de cualquier comentario al respecto. El París St. Germain, donde juega Diego Lugano, está primero en el torneo francés, pero sus actuaciones todavía no han llenado demasiado el ojo. De todos modos se espera más y con justificada expectativa. Tiene muy buenos jugadores, va a adquirir más durante el verano boreal y, sobre todo, lo dirige un técnico exitoso como Carlo Ancelotti, a quien el brasileño Leonardo, desde su puesto de Gerente Deportivo, un inteligente hombre de fútbol, le va a respetar el proyecto diagramado desde el comienzo.
         Pero más allá de las excepciones y de la razón que tenía el Contador en su pronóstico lejano ya en el tiempo, qué maravilloso sería que las montañas de dinero lucieran en su cumbre una bandera flameando con la siguiente inscripción: aquí también sabemos de fútbol.