sábado, 23 de marzo de 2013

La cultura del fin del mundo

-Tata, por qué Uruguay nunca gana en el Estadio Centenario?
-Ricardito, acá Uruguay le hizo cuatro goles a Chile, todos los metió Suárez. Y algún partido más ganamos.
-Sí abuelito, ya sé, pero es que Paraguay está último y había perdido todos los partidos que jugó de visitante.
-Mirá, ahí hay un carrito, querés un choripán?
A falta de una respuesta más o menos adecuada, el abuelito optó por la más fácil: silenciar al nene con un choricito. Junto a ellos el Vía Crucis del Viernes santo se adelanta una semana. La procesión parte desde las cuatro tribunas del coloso, pero en este caso no hay estaciones, ninguna parada, el camino conduce directamente a casa y lo más rápidamente posible. Por favor, faltaba más entretenerse por ahí, no es el momento adecuado.
Qué pregunta la de Ricardito! Si alguien cree que la respuesta es siquiera medianamente sencilla, se equivoca de cabo a rabo. Horas después finaliza la nueva fecha de Eliminatorias sudamericanas y resulta que el único local que no pudo con el visitante, que en este caso era casualmente el último de la tabla, fue Uruguay: los demás impusieron su localía.
 Momentos antes de esa procesión casi fúnebre que a través de las bocas de salida ganó el Parque Batlle y luego las calles de Montevideo, en las tribunas había reinado el drama, la tensión, los nervios, la euforia y, por último, el disgusto total.
Pero habría que detenerse en una de las palabras claves: drama. El Rey Midas transformaba en oro todo lo que tocaba. El uruguayo transforma en drama todo lo que toca, lo que siente, lo que vive y lo que respira. El fútbol, lejos de ser la excepción, es uno de los epicentros del drama de los nacidos al este del río Uruguay. "A Paraguay hay que ga-nar-le de cualquier manera, después habrá tiempo de pensar en Chile!" La cuestión es que ese "de cualquier manera" no falta nunca. Aparece siempre, hay obligación de escucharlo cada semana previa a un partido de Eliminatoria, de Copa América, de Libertadores, de...lo que venga.
Es vida o muerte, es presión, es drama. El problema es que a nadie se le ocurre que un partido de fútbol, se juegue por el torneo que sea, no deja de ser justamente eso: simplemente un partido de fútbol. La vida o la muerte, la presión, el drama, el tirarse de los pelos y hasta el perder la cabeza pueden aplicarse a muchos aspectos de la vida del ser humano, pero en cambio, si hay algo para lo cual esos sentimientos no caben, ese algo es precisamente un partido de fútbol.
Qué difícil es para Ricardito entender la respuesta! Su Tata se las vería en figurillas si lo intentara. En el fútbol contemporáneo el local no gana más por el peso de la tradición de su camiseta. Tampoco se impone "metiendo la pesada" y menos aún con el sólo expediente de hacer sentir la presión de la tribuna. La tenencia de pelota, la estrategia, la astucia, el cambio de ritmo en el momento justo, la contundencia y, por supuesto, la técnica, son los factores que harán la diferencia.
El obstáculo que encuentra cualquier equipo uruguayo para aplicar esa suerte de abecedario del fútbol moderno, surge sólo, casi por decantación: es el ser uruguayo. Esa condición incluye que el futbolista, el cuerpo técnico, la dirigencia y hasta los médicos y el equipier, habrán sido atrapados por el dramatismo y la amenaza del fin del mundo que se ciernen sobre la posiblidad de una derrota. El país entero se convence de que si el equipo pierde el mundo se termina en ese instante. Puede alguien imaginar que los seres humanos que integran un equipo de fútbol estén en condiciones de aplicar en una cancha los elementos básicos descriptos en el párrafo anterior, pensando que si fracasan en el intento su país se transformará poco menos que en el Planeta de los Simios?
En el caso de los seleccionados, ellos son parte del medio, al menos mientras preparan el partido en el Complejo Celeste. Así que escuchan lo que se dice, sienten lo que se siente, viven lo que se vive. Y el drama, el fin del mundo, la vida o la muerte, no se llevan bien con la estrategia, el fútbol atildado, la paciencia del toque corto, el súbito cambio de ritmo y el rival desmenuzado que les sirve el Maestro en cada charla técnica.
Caen víctimas del medio en que crecieron, se criaron y triunfaron...y al que se desacostumbraron.