viernes, 27 de octubre de 2017

FLORES EN TU CABEZA

FLORES EN TU CABEZA

Cierto día apareció en el barrio, como surgida tras un pase de magia, una pareja a la que, a primera vista, podía confundírsele con un dúo de trasnochados, o bien de vagabundos comunes y corrientes. Con los pelos largos colgando hasta la cintura, decorados con flores, pero a la vez descuidados y sucios, vistiendo largas túnicas multicolores al estilo de la India, o bien vaqueros descoloridos y mugrientos, podía vérseles en distintas esquinas predicando el amor libre, la paz, la igualdad y el espiritualismo. Javier y sus amigos, al igual que la gran mayoría de la audiencia con la que contaban estos dos extranos de pelo largo, los escuchaban por mera curiosidad. Los chicos, como típicos adolescentes, habían sabido de decenas de choques con sus padres en el marco de una generación muy especial como la de los '60, plena de cambios en todos los aspectos de la vida, una década verdaderamente revolucionaria en lo musical, pero también en lo social. Está muy claro que la generación que se desarrolló y creció en esa época, cambió el "chip" de las relaciones entre padres e hijos.El grado de soltura y de confianza que esos jóvenes habían intentado aplicar -por supuesto que con éxito variado- en el trato con sus progenitores, era algo completamente nuevo y hasta inédito en la civilización occidental. Esa tanda, más allá de lo bien o mal que en aquel momento pudiera haberle ido con el cambio, terminó aplicando la receta a la relación con los hijos que más tarde procreó. Y eso en nuestros días continúa y tampoco se vislumbra que vaya a cambiar.

Sin embargo, Javier y los suyos no se contaban entre los rebeldes sin causa que pensaban, un día sí y el otro también, abandonar el hogar que los había cobijado desde siempre. Y resulta que ahora se encontraban ante dos "extraterrestres" que se paraban a hablarles de lo beneficioso que sería para ellos el abandonar a sus familias e irse a vivir por su cuenta, en comunidades entregadas por completo a un supuesto culto de la espiritualidad, la paz y la igualdad entre los seres humanos, metas que la "banda" sabía que a la larga eran completamente utópicas y, por consiguiente, irrealizables.

La audiencia de aquellos dos iba mermando día a día. La novelería del comienzo ya era cosa juzgada y la cháchara, con muy pocas variantes, no atraía a nadie, aparte de lo dificultoso que se hacía el lograr mantenerse a una distancia lo suficientemente cercana, que permitiera escuchar sus palabras...por aquello de que los disertantes parecían desconocer los beneficios del agua corriente aplicados a la higiene personal. Así, poco a poco, casi como llegaron, los dos aspirantes a hippies se fueron eclipsando entre el humo de sus porros y la indiferencia de los clientes...hasta que desaparecieron por completo y jamás se les volvió a ver en las calles del barrio.

Pedro, el aspirante a músico de aquella "pandilla", tenía un primo que había vivido seis meses en Estados Unidos en el marco de un intercambio de estudiantes, propiciado por una organización llamada "Juventud por el Entendimiento". Jorge, que así se llamaba el chico y que era bastante mayor que Javier y sus amigos, les explicó que el hombre y la mujer de aspecto andrajoso que se paseaban por el barrio tratando de ganar adeptos a través de su cháchara diaria, no eran más que torpes aspirantes a seguidores de una doctrina que había nacido poco antes en la ciudad de San Francisco y que se autodenominaba "Movimiento Hippie".

Según Jorge, los hippies eran contestatarios  a todo lo establecido, enemigos acérrimos de las normas convencionales de convivencia, que regían en la civilización occidental. Se inspiraban en la doctrina hindú, la cual difundían por todas las vías posibles, incluidos los gurúes, personajes que llegaron a pregonar su doctrina inclusive en Uruguay, aglutinando en locales alquilados a decenas de jóvenes que, encerrados en  constantes conflictos con sus padres, no encontraban su camino en la vida, transformándose así en un material ideal para absorber la prédica de éstos idealistas. Después de todo los hippies no eran otra cosa que anarquistas pacíficos que, por consiguiente, le habían declarado la "guerra" -una rara guerra pacífica- a todo lo establecido por las potencias de occidente. El movimiento no era sino una respuesta -muy singular claro está- al supuesto materialismo que se había apoderado de la sociedad occidental, luego de la II Guerra Mundial. La prosperidad que, casi por decantación, siguió a la recuperación de los países tras la derrota de los nazis, incluia, como suele suceder en éstos casos, una tendencia clara al consumismo masivo, dentro del cual sobresalía la figura del "status personal", simbolizado en la época, entre otras posesiones de carácter superfluo, por el hoy simple hecho de poseer un auto propio y, aunque también parezca mentira en tiempos contemporáneos, el haber conseguido tener un teléfono de línea en el domicilio.

La oposición acérrima a la cruenta e infame Guerra de Vietnam, era una de las banderas que los hippies blandían y agitaban con mayor fuerza. Es más, cuando pregonaban la paz en el mundo, invariablemente hacían alusión al conflicto asático, porque sabían que en esa prédica no estaban sólos. Ese enfrentamiento, por lo absurdo y por el rumbo que tomaba día a día, era un arma de incalculable poder para captar más y más adeptos entre la juventud del planeta. Los recién llegados se incorporaban a la comunidad acarreando como máximo una mochila con sus enseres más imprescindibles. Los hippies se agrupaban en carpas distribuidas en lugares abiertos, ya que siempre su habitat debía estar en estrecho contacto con la naturaleza y rindienndo culto a las flores, las cuales eran su símbolo por excelencia. Ellos formaban comunidades independientes, en las cuales las jerarquías no tenían lugar posible, de modo que la anarquía -pacífica por cierto- era la reina absoluta. Los celos eran un sentimiento de otro planeta y por eso el amor libre no conocía limites entre ellos; en buen romance, hoy ella estaba con él, pero al otro día gozaba con otro y allí no había pasado nada.

Cuando los hippies entendieron que el suceso gigante del rock en todo el mundo, era el combustible ideal que necesitaban para propagar su doctrina entre centenares de miles de jóvenes descarriados, comenzaron a organizar festivales por decenas. Conjuntos musicales de la talla del afamado "Pink Floyd", pasaron a ser auténticos representantes de su doctrina y el Festival de Woodstock, realizado en 1969, llegó a reunir más de medio millón de jóvenes, que escucharon la música y bailaron durante tres días consecutivos, flotando en las nubes a las que los habían transportado el Hachís, el LSD y por cierto el humo de sus porros.

EL MAS GRANDE

EL MAS GRANDE

El fútbol no era el único monarca que solía pasearse orgulloso por aquel barrio. Claro que era el que más lo frequentaba, en un pueblo como el uruguayo que lo respiraba en cada bocanada de aire, lo bebía en cada copa de vino y lo saboreaba en cada plato de rabioles domingueros, un ratito antes de salir para la cancha, con el tiempo justo para llegar a tiempo para ver al "9" moviendo el balón.

Es que aquella "barra" de jóvenes y muchas más, claro está, disfrutaban hasta el éxtasis con aquel moreno impresionante que había cambiado la historia del boxeo mundial, con sus excéntricas actitudes dentro y fuera del cuadrilátero. Ese audaz individuo había despreciado, muy suelto de cuerpo, el clásico estilo de los pesos  pesados, porque había osado cambiar la fuerza bruta, el empuje arrasador y la embestida de toro de los hasta entonces campeones de la máxima categoría, por una técnica exquisita y depurada, mucho más propia de un peso mediano que de un pesado. Y estaba claro que esa audacia casi suicida, le estaba creando enemigos que crecían como hongos en el bosque. Le encantaba burlarse de sus rivales y cuanto más aspecto de ogro tenían, más vociferaba y los denostaba. Bailoteaba sin parar desde el primero hasta el último round, al tiempo que le hacía caras a su oponente, poniéndolo en un ridículo que por entonces no tenía antecedentes en ningún rincón del planeta.

Usando siempre su guante izquierdo como cruel punta de lanza, impedía con ese método todo acercamiento peligroso de su contendor y a la vez lo martirizaba sin piedad. La mayoría de sus peleas terminaban en un inapelable K.O. técnico, una receta que iba de la mano con su estilo, cosa que la propia historia de sus combates se encargaría de comprobar fehacientemente. Pero si no era suficiente esa receta del bailoteo y el guante izquierdo asumiendo el papel estelar que solamente un taladro podría tener en una pelea de box, como última opción siempre estaba su potente derecha, la que enviaba a dormir al más encumbrado de sus rivales.

Cassius Marcelo Clay, imán del mundo e ídolo indiscutible de Javier y su grupo de amigos del barrio, así como de millones de seres humanos de La Tierra, había nacido en Louisville (Kentucky), el 17 de enero de 1942 y terminó constituyéndose en una de las figuras cumbres del planeta en los épicos '60 y también en la década siguiente, aún cuando en ese momento ya comenzaba a poner proa hacia el fin de su carrera.

Fuera del ring, quien luego se autobautizara como Muhammed Alí, era también un peleador nato. Siempre se comprometió, como muy pocos famosos lo hicieron, en la defensa de distintas causas. Denostó abiertamente a la Guerra de Vietnam y fue un auténtico contestatario contra todo lo establecido. Puede admitirse que quizás lo dominara cierto resentimiento, partiendo escencialmente de la premisa que marca a la raza negra como perseguida y muy especialmente en su país, Estados Unidos, el cual aún hoy, cuando un presidente negro está a punto de finalizar su mandato, no se ha podido sacudir el síndrome del racismo de una buena parte de su población.

Dentro del ring, todo había comenzado cuando en los Juegos Olímpicos de 1960, en Roma, Cassius Clay, como flamante campeón olímpico, había visto izar delante suyo la bandera de su país, los Estados Unidos de América, el mismo que más tarde le persiguió encarnizadamente cuando el 28 de abril de 1967 rehusó alistarse en el ejército norteamericano, ante la posibilidad casi inminente de ser enviado a la carnicería que significó a la postre la inútil Guerra de Vietnam. Una exitosa apelación lo salvó de la cárcel, pero le fueron suspendidas todas sus licencias para boxear. Luego de un retorno espectacular, revolcando en el tercer round a Jerry Quarry el 26 de octubre de 1970 en Atlanta, recuperó la corona de los pesados por primera vez ante el neto favorito George Foreman. Fue una de sus peleas más memorables y aquella noche del 30 de octubre de 1974, el insólito escenario elegido fue Kinshasa, la humilde capital de Zaire, en el corazón de Africa.

Cuando el ilustre desconocido León Spinks le rompió la mandíbula y le arrebató el título el 15 de febrero de 1978, todos pensaron que era el fin de su carrera. Ningún boxeador medianamente normal hubiera tenido la fuerza ni la entereza para levatantarse luego de tantos traspiés, dentro y fuera del ring. Pero solamente tuvieron que pasar siete meses hasta el 15 de setiembre de 1978, para que "El Más Grande", como el mismo se bautizara, se tomara cumplida revancha y recuperara el cetro por segunda vez, transformándose en el único peso pesado de la historia en ganar nada menos que tres veces, como retador, el título de Campeón Mundial.

El problema fue que para llegar a esa tercera corona, había corrido mucha agua bajo los puentes,y el campeón había mostrado una entereza increíble que le había llevado a superar golpes demoledores de sus rivales, los del box y los de afuera del box.

Tras coronarse en 1960 como Campeón Olímpico en los Juegos Olímpicos de Roma, el final de 1961 encontraría a Cassius Clay habiendo conseguido la friolera de diez triunfos consecutivos, siete de ellos obtenidos por la vía del K.O., Con esa cartelera, estaba la mesa servida para que debutara en el profesionalismo, paso que dió el 10 de febrero de 1962 ante Sonny Banks, quien lo mandó a besar la lona ya en el primer round. Fue lo peor que pudo hacer el favorito, porque una vez que Clay se levantó, ya no supo cómo parar hasta que el K.O. marcó el fin de la pelea y del martirio de Banks. Un lustro después el épico Angelo Dundee, su manager de casi siempre, comentaría sobre esa pelea, que hasta esa noche jamás había visto tal poder de recuperación en boxeador alguno.

El legendario Archie Moore había entrenado a Clay antes que a la vida del moreno llegara Angelo Dundee. El ex-Campeón le exigía al novel medalla de oro en Roma, que abandonara de una vez por todas su estilo atrevido dentro del ring, con aquella guardia baja que incluia ambos brazos colgando a los costados del cuerpo y un simple arqueo de cintura tirando el torso hacia atrás, como único medio de esquivar los golpes del contendor de turno, a la vez que bailoteaba sin cesar, burlándose del rival y martirizándolo con el guante izquierdo estilo punta de lanza. Pero Archie Moore no era el único en reprocharle a Cassius ese particular y único show que brindaba cada noche que le tocaba pararse en un cuadrilátero. Decir que Clay era controvertido y polémico en el ambiente boxístico de su país, es sencillamente quedarse corto. Por aquellos tiempos la imagen de un peso pesado en Estados Unidos, era mucho más parecida a la de un toro que a la de un boxeador. Fuerza bruta, defensa convencional de brazos levantados, con los guantes cubriendo el rostro y los codos protegiendo la zona hepática y embestida de toro, eran las premisas claves. Y fuera de ellas, nada más era admitido, así que Clay era definitivamente un transgresor y había que combatirlo a como diera lugar. El problema era que gran parte del resto del mundo no pensaba igual y comenzaba a disfrutar del nuevo boxeo-show que los primeros aparatos de televisión les regalaban, mientras estaban cómodamente instalados en sus hogares, al regreso de una dura jornada en la oficina o en la fábrica.

Clay y Moore se enfrentaron el 15 de noviembre de 1962 en California. "Gano en el cuarto (round)", predijo Clay. Tras la tercera caída de Archie Moore quien, justo es remarcarlo, estaba ya en el final de su brillante carrera, la pelea terminó en el cuarto round. El "Oro" de Roma, la masacre a Banks, el K.O. técnico a Archie Moore, eran claros avisos que el Campeón Olímpico había tenido la gentileza de gritarle al mundo, un delicioso aperitivo para lo que se venía, pero, al menos en su propio país no lo escucharon o simplemente no quisieron hacerlo, así que cuando llegó la noche del 25 de febrero de 1964, en el Convention Center de Miami no se llegaron a vender siquiera 800 entradas. Ese jovencito de lengua suelta, atrevido y burlón, no era rival y simplemente no podría contra el ex-convicto, el campeón de todas las asociaciones de boxeo, Es que Sonny Liston era realmente el prototipo de boxeador que querían los norteamericanos, "el toro salvaje" que se llevaba todo por delante en sus temibles embestidas. Liston representaba al boxeo tradicional de los pesos pesados, exactamente lo opuesto a lo que mostraba el novel Clay.

El todavía entonces Cassius Clay amaba los poemas con los que graciosamente predecía los resultados de sus combates, pero lo que pocos sabían, según el propio Angelo Dundee, era que previamente a sus vaticinios, el moreno estudiaba minuciosamente al rival de turno. Por eso hay que suponer que, cuando Clay predijo que derrotaría al "Oso Horrible" -así le llamó a Liston- en la octava vuelta, sabía muy bien lo que decía. Era tal cual dijo alguien en el bar donde la "barra" de Javier se disponía a ver el combate junto a decenas de parroquianos: "éste se hace el loco para que los otros nabos lo crean loco, pero de loco no tiene un pelo". Aquella noche en que ni siquiera Louisville, su ciudad natal, había creído ni remotamente en su triunfo, Clay forzó a que el archi-favorito, el campeón indiscutido Sonny Liston, abandonara la pelea mientras transcurría el sexto round. Por esa vez, Clay había errado el pronóstico. En una palabra, se había quedado corto. Aunque también había avisado que "flotaré como una mariposa y picaré como una abeja", una frase célebre que resumía su particular y letal estilo de pelea. Y así, volando y picando, Clay primero, Alí después, torturó e hizo morder la lona no solamente al "Oso Horrible" de Liston, sino a la mayoría de los que luego de esa velada inolvidable, se atrevieron a cruzarse en su camino. Esa noche de Miami, el aún llamado Cassius Clay terminó trepado en las cuerdas del ring, vociferando como un loco a toda la concurrencia: "tráguense sus palabras, yo soy el mejor, soy el mejoooor, hoy sacudí al mundo!"

Al otro día de coronarse como el mejor del mundo, el hombre de Louisville anunciaba que cambiaría su nombre por el de Muhammed Alí ("El Amado de Dios"). El claro motivo fue su conversión al islamismo, pero el campeón lo aderezaría con uno de sus dichos punzantes: "Cassius Clay es nombre de esclavo, nunca me gustó".

Curiosamente la mundialmente bautizada como "La Pelea del Siglo", fue increíblemente la que terminó con el invicto de Ali. Cuando en la madrugada uruguaya del 9 de marzo de 1971 (8 de marzo aún en Nueva York), comenzó el "peleón" del "Madison Square Garden" de Nueva York, ya no quedaban ni los restos de las pizzas y el stock de cerveza se había agotado en el bar del barrio donde Javier y la "banda" acostumbraban a ver las peleas del moreno, sin perderse una ni de casualidad. Pese a que para esa época muchos ya estaban casados y cada uno había comenzado a tomar rumbos diferentes en la vida, se habían citado en el boliche de toda la vida para hinchar a muerte por "El Más Grande", tal como lo habían hecho en su etapa de adolescentes,  Aquello fue una masacre mutua y tanto el vencedor Joe Frazier, como el derrotado por primera vez en su carrrera, Muhammed Alí, terminaron en el hospital debido al castigo recibido. Aquella épica noche 300 millones de espectadores vieron la pelea alrededor del planeta y cada boxeador se llevó una bolsa de dos millones y medio de dólares. Poco tiempo después Alí se tomaría cumplida revancha ante Frazier, pero curiosamente esa pelea no alcanzó, ni por asomo, la fama histórica de la anterior.

Muchas causas han sido puestas sobre el tapete como detonantes que desencadenaron el "Mal de Parkinson" que el gran Muhammed Alí sobrellevara con enorme estoicismo durante mucho tiempo, antes de su muerte acaecida el 3 de junio de 2016 en Phoenix, la capital de Arizona. Una de ellas se relaciona justamente con esa masacre mutua con Frazier en la noche del 8 de marzo de 1971, mientras que otra versión culpa al combate -también cruento- de Kinshasa (Zaire) ante George Foreman, más tarde en el tiempo por cierto, en la noche del 30 de octubre de 1974, cuando Alí recuperó por primera vez su corona mundial que le fuera arrebatada, fuera del ring, en 1967. Obviamente, la verdad sobre ese tema jamás se sabrá

jueves, 26 de octubre de 2017

EL ASESINATO DE J.F.K. (Libro "La Huella de los '60")


A las 11:40 horas del viernes 22 de noviembre de 1963, el avión que transportaba al trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América, el demócrata John F. Kennedy, aterrizaba en el aeropuerto de la ciudad de Dallas (Texas). A las 12:30 el mandatario estaba muerto, con más de medio cerebro fuera de su cráneo, transformándose así en el cuarto presidente asesinado en la historia de su país.

Javier y todo el alumnado recibieron la noticia casi al final de la jornada y la urgencia en llegar a casa para comenzar a planificar las andanzas de un fin de semana común y corriente, se transformó en ansiedad por conocer las primeras noticias del asesinato del presidente norteamericano. El chico jamás olvidaría las caras de las personas con las que se había cruzado durante el corto trayecto del liceo hacia su casa: con los oídos pegados a las "Spica", aquellas primeras radios a transistores que marcaron toda una época en el Uruguay y en el mundo, no daban crédito a lo que escuchaban. Algunas mujeres ya comenzaban a lagrimear, otros vecinos simplemente creían estar devariando. Al llegar al apartamento, su madre y y sus dos hermanos mayores llevaban ya largos minutos prendidos a la radio. En ese momento se sabía que el asesinato había sido perpetrado mientras Kennedy, su esposa Jacqueline y el alcalde de Dallas, John Connolly, tambien junto a su esposa, eran conducidos en una limusina descapotable por las calles de la ciudad, a la vez que eran vivados por muchos de sus habitantes, en el marco de una gira política de rutina. De repente dos disparos acertados, de tres efectuados, habían segado la vida del Presidente y herido al Alcalde, quien poco tiempo después fuera dado de alta en un hospital de su ciudad.

Tan sólo una hora después del asesinato, en forma meteórica la policía de Dallas ya había arrestado a Lee Harvey Oswald, un joven empleado del Depósito de Libros Escolares quien, según las primeras versiones del hecho, desde el sexto piso del edificio en el que trabajaba, había disparado tres tiros sobre el Presidente, utilizando un viejo fusil de cerrojo carcano M91/38 con mira telescópica, arma que había sido encontrada por los funcionarios policiales, misteriosamente también en forma inmediata, escondida detrás de unas grandes cajas de cartón. A estar por aquellos primeros trascendidos, dos de los tres disparos habían acertado en Kennedy y el último de ellos literalmente lo había descerebrado.

Con el monumental "shock" inicial por la tremenda noticia, el mundo tardaría bastante en despabilarse, pero lo cierto era que, tanto lo vertiginoso del arresto del presunto asesino, como lo meteórico del hallazgo del arma de la que se decía habían partido los tres disparos eran, por lo menos, sospechosos. Mientras los gritos desesperados del joven Oswald, negando haber asesinado al Presidente, aún rebotaban en las paredes del cuartel de policía de Dallas, un "gangster" de los bajos fondos de la ciudad, un mercenario presuntamente contratado por la CIA, llamado Jack Ruby, surgió de improviso entre la masa de periodistas y camarógrafos que cubrían el traslado de Lee Harvey y mató al sospechoso de un sólo tiro en medio del pecho. Más tarde se sabría que mandos superiores de Oswald de la época de su servicio militar, manifestarían una inocultable sorpresa por la presunción de que su ex-adiestrado fuera el asesino de Kennedy ya que, según declararon, en los entrenamientos Oswald siempre se había manifestado extremadamente torpe en el uso de las armas de fuego. "Tenemos un rifle vetusto, casi en desuso, un tirador torpe y un blanco en movimiento. Imposible que fuera Oswald", había asegurado uno de ellos. Sin embargo, misteriosamente, éstas declaraciones nunca serían rarificadas durante las indagatorias que seguirían a la tragedia de Dallas.

A la vera de dichos acontecimientos, resultaría prácticamete imposible creer el veredicto al que llegaría más tarde la que muchos especialistas califican como patética -o directamente corrupta- "Comisión Warren", confirmando a Oswald como el solitario asesino de J.F.K. Y mucho más adelante en el tiempo se reafirmaría la presunción de que los miembros de dicha comisión habían sido, como mínimo, inducidos, si no sobornados, para coaccionar a los testigos en sus declaraciones, con el claro fin de concluir que el empleado del Depósito de Libros de Dallas, había sido el "lobo solitario" que asesinara a Kennedy, sin contar con respaldo alguno y, menos aún, habiendo participado en las supuestas conspiraciones "inventadas por los medios". 

Sin embargo en 1976 un comité especial de la Cámara de Representantes, que había reabierto el caso, consiguió probar que el disparo que hizo saltar más de medio cerebro de la cabeza del Presidente Kennedy, había partido desde detrás de una valla, ubicada en una dirección diametralmente opuesta a donde estaba ubicado el edificio del Depósito de Libros Escolares, marcado inicialmente como el lugar desde cuya sexta planta, supuestamente Lee Harvey Oswald había efectuado todos los disparos hacia la limusina presidencial.

Alen Dulles, casualmente uno de los integrantes de la "Comisión Warren", había sido el Director de la CIA desde 1953 hasta 1961 y, como tal, era el hombre que manejaba los hilos del poder en los Estados Unidos, tal vez aún más que el propio Presidente de turno. Sin embargo, sobrevendría un momento puntual en la historia del país del norte de América, que marcaría a fuego el futuro de Dulles y del, por entonces, recientemente elegido Presidente John F. Kennedy. Es que a mediados de abril de 1961, el Director de la CIA había jugado un rol protagónico en el fracasado intento de invadir Cuba, junto a un grupo de exiliados de ese país que pretendían abolir la triunfante revolución que comandara el joven Fidel Castro. Sin embargo, menos de tres días les tomaría a las Fuerzas Armadas Revolucionarias cubanas aplastar a los invasores de Bahía de Cochinos, el lugar que había sido elegido por los insurgentes, con claro apoyo de la CIA, para intentar penetrar en la isla.

Más de un centenar de muertos y 1.189 prisioneros tomados por el ejército de la revolución, resultaban  argumentos más que suficientes para que el fracaso de Bahía de Cochinos recorriera el planeta y la verguenza se transformara en el estado espiritual dominante, tanto en el gobierno del flamante Presidente Kennedy, como en la Agencia Central de Inteligencia (CIA) cuyo Director, como ya ha sido dicho, era justamente Alen Dulles, En adelante, Dulles acusaría al primer mandatario de que el retaceo de apoyo militar ordenado por J.F.K. en la tarde del 18 de abril de 1961, con el pretexto de ocultar al mundo el ya inocultable sello estadounidense de la invasión, había acelerado la derrota. Por contrapartida, aquel estruendoso fracaso le servía en bandeja a Kennedy la posibilidad de destituir a un supuestamente debilitado Alen Dulles y vengarse así de la presión a la que el Director de CIA lo había sometido para que accediera a un procedimiento militar (Bahía de Cochinos) que al Presidente nunca le había gustado. Ese ridículo y esa verguenza que habían sobrevenido tras el fracaso rotundo de la invasión a Cuba, era el arma que tenía a mano el Presidente para destituir al Director de la CIA y decidió no desaprovecharla.

Pero el caso es que J.F.K, así como su hermano Robert, quien también sería asesinado pero más adelante, en 1968, confiaban demasiado en su poder político y en su carisma y eso los llevaba a subestimar a un considerado como siniestro Alen Dulles y su máquina de poder incalculable, cuyos tentáculos alcanzaban a la propia Bolsa de Wall Street, así como a los aparatos de seguridad de la nación norteamericana y los resortes de la poderosa industria de la energía. Tras su destitución, más tarde en el mismo 1961, se dice que el ya para entonces ex número uno de la CIA había instalado en su propio domicilio, en Washington, una suerte de gobierno clandestino, paralelo al de la Casa Blanca. A esa casa, según las mismas fuentes, entraban y salían constantemente personajes de la política norteamericana que, de una u otra forma, habían estado intentando hasta ese momento acciones solapadas destinadas a hundir de cualquier manera a aquel Presidente que, recién electo por un muy ajustado margen, molestaba demasiado apostando siempre a favor de los marginados, nadando contra la corriente que fomentaba la discriminación racial y manifestando un -para ellos- repudiable sentido anti-bélico.

 Lo sugestivo es que, siempre según la presente versión de los hechos, uno de los integrantes más influyentes de esa "pandilla" de Dulles, era nada menos que el vice-presidente Lyndon Johnson, un indisimulado envidioso del éxito y sobre todo del carisma del Presidente, por lo cual veía en ese "gobierno" conspirador del destituido Director de la Agencia Central de Inteligencia, una auténtica catapulta que podría llevarlo hacia la primera magistratura. Quizás jamás se sepa cuál fue el papel real y concreto que le cupo a Johnson en el asesinato de John Kennedy -si es que jugó alguno- pero en cambio los especialistas guardan la casi certeza, precisamente debido a su estrecha relación con la "banda" de Dulles, de que algún rol le tocó en el infame crimen. Es que debe reconocerse que, si no fuera así, no quedaría para nada claro qué hacía el vice-presidente de los Estados Unidos en la casa de un conspirador casi declarado, cuya residencia, donde probablemente se tramaba el final del Presidente, frecuentaba regular y asiduamente.

Indudablemente la cabeza pensante en esa casa de Washington era su propietario (Dulles) y por consiguiente puede razonablmente deducirse que, al menos según ésta versión de los hechos, de su mente salió la planificación del asesinato del Presidente. Sin embargo, quienes sostienen ésta tesis muestran a esta altura muy pocas dudas en el sentido de que Lyndon Johnson era, al menos, un cómplice de lujo, una especie de apoyo logístico que Dulles indudablemente necesitaba.

De ésta manera se concluye que en aquel momento ni Javier, ni su madre, ni sus dos hermanos, ni casi nadie en este mundo, sabía que en el avión que transportaba el cadáver de John F. Kennedy, desde Dallas hasta Washington DC, quien juraba solemnemente sobre su ataúd, como nuevo Presidente de los Estados Unidos de América, era uno de sus asesinos...al menos según ésta y otras muchas versiones del magnicidio que sacudió el siglo XX hasta los cimientos. 





Nota del autor: la anterior es sólo una de las decenas de versiones sobre conspiración para asesinar a J.F.K. que circulan desde el mismo 1963. Por éstas horas Donald Trump está a punto de liberar nueva documentación sobre el hecho, pero pocos creen que la misma aporte algo más de luz para un eventual esclarecimiento del asesinato, es decir una versión definiitiva que resulte a todas luces incontrastable.


Fuentes utilizadas para el presente capítulo: "El Mundo" (online España), publicaciones de David Talbot (especialista en el tema), "Caracol Radio" online, dailybeast.com, "Democracy Now" (online U.S.A.), Cuba Debate (online).  

viernes, 20 de octubre de 2017

TRAMPA MORTAL

"Creyeron que iban a un picnic, tiraban cuatro granadas, despachaban a los comunistas y al mes estaban de vuelta en casa. Les salió el tiro por la culata, van a ver que se vuelven a casa, sí, pero con la cola entre las patas". Aquel bar y pizzería, ubicado exactamente en la "U" que formaba la desembocadura de dos conocidas calles del barrio, era cada noche testigo de sentencias como la que arriesgaba Hernán, un parroquiano de mediana edad, acodado como tantos otros al clásico y viejo mostrador de mármol y arrastrando las palabras por el efecto de demasiados "Medio y Medio", uno de los tragos típicos de aquellos '60.

Usualmente Javier y su "tribu" terminaban allí su jornada y no precisamente porque la pizza compitiera ni de cerca con la napolitana o la genovesa, ni tampoco porque la higiene fuera una de las virtudes sobresalientes del lugar. La razón era que lo sentían su lugar, un sitio donde nadie les reprochaba que levantaran demasiado el tono de voz o simplemente dijeran lo que les viniera en gana. Además ese bar y pizzería, donde todo, incluido el mostrador, se asemejaba a la proa de un barco, era sencillamente un libro abierto a la vida. Lo que no aprendían en sus hogares o a doscientos metros de allí, en el colegio y liceo de curas al que buena parte de esa "barra" concurría, seguro que lo aprendían en aquella suerte de tugurio, donde se comía probablemente una de las peores pizzas del barrio, pero donde, al mismo tiempo, concurría toda una pléyade de improvisados disertantes y pronosticadores que parecían no equivocarse nunca. Esos chicos estaban plenamente convencidos que, si tenían ganas de recibir un poco de clases de "calle", en ese bar estaba la llave del aula.

De hecho, Hernán no erraría su vaticinio, aunque tuviera que llegarse hasta el entonces aún lejano 1972, para que Estados Unidos retirara la mayoría de las tropas de Viernam, luego de la derrota más humillante que el país del "Tío Sam" sufriera en toda su existencia como nación independiente. Los avatares de la Guerra de Vietnam habían comenzado en 1959 y se extenderían hasta 1975. El origen del conflicto estuvo claramente relacionado con la llamada "Guerra Fría", desatada entre Estados Unidos y la Unión Soviética, apenas finalizada la II Guerra Mundial. Espías van, espías vienen, un indecente y cruel muro edificado por los rusos en pleno Berlín para separar a la Alemania Oriental, controlada por ellos, de la Occidental, con claro perfil estadounidense, habían llevado a que las cosas se pusieran muy densas y la tensión adquiriera relieves realmente inquietantes.

Todo lo que sucedía en el mundo involucrando a una de las dos potencias, motivaba automáticamente la reacción de la otra. Aquello era la representación de la clásica historia del perro y el gato, pero llevada a extremos dramáticos, claro está. Así que cuando las fuerzas de Ho Chi Minh, el líder comunista de Vietnam del Norte, apadrinadas por la Unión Soviética, se dispusieron a tomar Vietnam del Sur, donde reinaban los intereses estadounidenses, el "Tío Sam" decidió tomar cartas en el asunto. En buen romance, si el perro ladraba amenazante, el gato maullaba agresivo y viceversa. De esa forma el 8 de marzo de 1965, 3.500 marines norteamericanos desembarcaron con la que pensaban sería una fácil misión: derrotar a los vietnamitas del norte, que estaban a punto de tomar el sur del país. Lo que los acontecimientos futuros depararon, nunca lo hubieran esperado  ni los yanquis ni el mundo, al menos el mundo occidental.

Una de las claves para la mayor derrota y humillación sufrida en la historia de los Estados Unidos de Norteamérica, fue que los estrategas de su ejército se habían preparado para una guerra común, como tantas en las que habían intervenido e intervendrían luego. Los tanques M48A3 Patton eran infalibles en guerras convencionales, es decir, tanque contra tanque o tanque contra ejércitos normales, en batallas planteadas sobre suelos también usuales. El error garrafal de los yanquis fue subestimar increíblemente a sus enemigos vietnamitas y, sobre todo, no haberse siquiera molestado en estudiar el terreno donde se desarrollaría la confrontación.

Y así fue como cayeron en la trampa que les tendió el astuto Ho Chi Minh. El líder sabía que su carta de triunfo no estaba precisamente en su ejército convencional, pero también sabía cuál era ese "2 de Oro" que le ganaría el "Truco" a los americanos: los "Vietcong", una guerrilla especializada en infiltración y emboscadas, tácticas ideales para aplicar en la densa y oscura espesura de la selva vietnamita. A ellos apeló el líder comunista, quien los contrató a título de mercenarios.

La idea de los norteamericanos era enviar los tanques a defender las bases aéreas que se habían construido en Vietnam del Sur, ya que desde ellas decolarían los cazas que bombardearían las posiciones de la comunista Vietnam del Norte. Pero los tanques M48A3 Patton jamás completarían el trayecto entre su desembarco en la costa hasta donde estaban instaladas las bases aéreas norteamericanas. Es que se dieron cuenta muy tarde que los aguardaba un enemigo muy distinto del que esperaban, y, para colmo, agazapado en una selva espesa y oscura como pocas, un campo de batalla muy diferente por cierto del que estaban acostumbrados a pisar.

Los tanques trataban de abrirse paso como podían, avanzando muy lentamente, a paso de hombre, por estrechos caminos, pero a la vez camuflados con el verde de la profusa vegetación de la selva. Sin embargo esto no era impedimento alguno para que, en el momento menos pensado, los "Vietcong" lanzaran sus granadas contra el primer tanque de la caravana, inutilizándolo poor completo. En medio del desconcierto y el pavor que ganaba a los soldados americanos, los guerrilleros, siempre sin dejarse ver, se arrastraban por la selva hasta dar con el último tanque de la fila, al que destruian igual que al primero. Los demás M48A3 Patton quedaban así atrapados en un camino sin salida, bloqueado en ambos extremos, por lo cual no podían desplazarse ni hacia adelante ni hacia atrás. El escalofriante final es fácil de imaginar: los "Vietcong" concentraban ahora el fuego en el resto de la caravana y los soldados que conseguían escapar de los tanques en llamas, eran sistemática y fríamente acribillados.

No menos estremecedores resultan los relatos de los pocos sobrevivientes de esas masacres. Un soldado que había salvado su vida porque se había hecho pasar por muerto, tirado de bruces al costado de su tanque en llamas, contaba que "viajar dentro de un tanque a través de ese caldo caliente (la selva vietnamita) a paso de hombre, ya de por sí era un martirio horroroso. Era como estar dentro de una gran bolsa con un agujero adelante hecho para ver pero a través del cual no se veía absolutamente nada. Cuando atacaban los 'Vietcong' nuestros soldados sabían que era el fin, es que no nos podíamos defender".

Otro veterano de Vietnam, a quien le habían tenido que amputar un brazo, narraba que "en el caso de mi batallón, el ataque guerrillero no fue tan exitoso, ya que varios logramos huír y hasta pudimos perseguir a un grupo de ellos a través de la jungla. Cuando los teníamos muy cerca y nuestro sargento ordenó disparar, los hombrecitos desaparecieron como por arte de magia, no les tomó ni un segundo hacerse invisibles. Mientras nos reponíamos de la sorpresa y tratábamos de descifrar qué era lo que había sucedido, escuchamos el grito de uno de los nuestros, cuyo gesto de estupor jamás olvidaré en el resto de mi vida. Había gritado "acá, acá, vean ésto!", al tiempo que  miraba fijamente hacia abajo y estaba como petrificado. Cuando los demás llegamos a su lado, no podíamos creer lo que estaba ante nuestros ojos: desde un punto determinado partía lo que parecía ser un laberinto de túneles subterráneos, cavados en la tierra húmeda de la selva. Por allí habían desaparecido los "Vietcong". En ese momento me di cuenta que jamás ganaríamos esa guerra y que lo mejor sería que nos enviaran a casa cuanto antes".

Las emboscadas de la guerrilla eran además cubiertas debidamente por los campesinos del lugar, quienes previamente habían sido debidamente adiestrados por los propios "Vietcong". Consumado uno de esos ataques, los mercenarios se dirigían a las chozas de sus aliados civiles, donde se alimentaban y descansaban.

Aquella noche de 1968, durante el momento más cruento de la guerra y mientras en todo el mundo, hippies y no hippies clamaban a gritos, en manifestaciones multitudinarias, por el regreso a casa de las tropas estadounidenses y mientras en el bar del barrio el inefable Hernán arrastraba sus vaticinios, en Estados Unidos la Casa Blanca y los jerarcas del ejército, comenzaban por fin a bajar a la tierra y a darse cuenta que se habían metido en una trampa en la que seguirían muriendo miles y miles de sus soldados. Así, un vocero de Defensa, reconoció en Washington que "realmente son buenos estos tipos (los "Vietcong"), son muy buenos, tienen creatividad e ingenio para crearnos cada vez más bajas y todavía cuentan con la gran ventaja del conocimiento del terreno".

Es cierto que los "Vietcong", con sus terribles emboscadas, transformaron los tanques enemigos en un estorbo y hasta en una trampa mortal, pero también es verdad que todo en Vietnam se había vuelto una gigantesca trampa para los americanos, porque aún los soldados de infantería, los de a pie, eran víctimas impotentes de otro tipo de emboscadas, pero tan inteligentemente planificadas como las que destruian los tanques.

Corría ya 1972 cuando Washington comenzó a retirar sus tropas de Vietnam, dejando una estela de 58.000 muertos y más de 300.000 heridos, aunque tendría que llegarse al 2 de julio de 1976 para que las fuerzas de Ho Chi Minh derribaran las puertas del Palacio Presidencial en Saigón y así Vietnam quedaría entonces unida bajo el gobierno comunista de Hanoi, la captal actual del país.