jueves, 9 de noviembre de 2017

UN MUNDIAL CRUZADO

 La simpatía encantadora del león "Willie", primera mascota en la historia de los Mundiales de Fútbol, no pudo disimular uno de los acomodos más estrepitosos que vió el más popular de los deportes en el correr del siglo XX, como lo fue el del Campeonato Mundial de Inglaterra '66. El temor al potencial futbolístico de los tres grandes de Sudamérica había creado un indisimulado complejo de inferioridad en el anfitrión.

Y entonces urdieron aquel plan, el cual, como toda trama bien pensada, incluyó un cómplice que, en éste caso, fue la representación de la por entonces Alemania Occidental. Claro que, tal como sucede en las mejores películas de suspenso, al final el cómplice fue traicionado por el "malo" y terminó también mordiendo el polvo de la derrota. Fue en la final, cuando en pleno alargue, fue validado un gol inglés, pese a que el balón no llegó a traspasar la línea del gol: 4 a 2 e Inglaterra Campeón del Mundo.

Pero esta historia comienza unas pocas semanas antes de ese acontecimiento. El sol y el frío seco se habían apoderado del mediodía del lunes 11 de julio de 1966, primer día de las vacaciones de invierno en Uruguay. Pasadas las 11, "la barra" comenzó a llegar, - como siempre por tandas- al parque de los dos ombúes, testigo mudo del "picado" de cada día. La pelota color marrón claro, con mucho olor a cuero, antecesora inmediata de las que luego saldrían plastificadas, ya se había hecho a la idea de que, como siempre, sería vapuelada el día entero y podría llamarse afortunada si no caía bajo las ruedas del autobús que, raudo, pasaba sin pedir permiso por la calle contigua a la improvisada cancha.

Sin embargo, en ese primer día de vacaciones de julio, el rol estelar, al menos durante las primeras dos horas, se lo llevaría la por entonces popular "Spica", que taería el relato del inolvidable don Carlos Solé, desde Wembley, el templo del fútbol, del partido inaugural del Campeonato del Mundo de Inglaterra, entre el anfitrión y el siempre complicado Uruguay, molesto para cualquier selección mundial, por más encumbrada que fuere. La Inglaterra del gran Bobby Charlton debía marcar la cancha desde el comienzo del torneo, de modo que el mensaje llegara claro y contundente a sus futuros rivales. Por eso era crucial que el anfitrión se llevara los dos primeros puntos del certamen. El problema era que aquel Uruguay tenía otros planes, por cierto muy diferentes, que incluian el aguarle la fiesta al león "Willie", a Bobby, a la Reina y quien pretendiera pasarle por arriba en aquella tarde londinense, telón de fondo de la puesta en escena de un nuevo Mundial de fútbol.

En su apogeo, el entrenador Ondino Viera, técnico "celeste" en ese Mundial, había armado un formidable equipo de Nacional, que había sido tetra-campeón uruguayo entre 1954 y 1957. Ya en los albores de los '60, Ondino había captado rápidamente las ideas modernas del popular técnico ítalo-argentino Helenio Herrera. "HH", como era apodado en el mundo del fútbol, había inventado el cerrojo defensivo, en italiano el famoso "catenaccio", el cual había aplicado con enorme suceso en el Internazionale de Milan, por entonces un rey de copas casi absoluto en Europa. Por eso aquel 11 de julio de 1966, cuando desde el primer minuto de juego Bobby y los suyos intentaron arrasar a su rival sudamericano, se toparon con una muralla muy difícil de salvar, tanto, que al final debieron conformarse con un 0 a 0 que para ellos era lapidario, ya que obviamente no tenían la bola de cristal y no sabían que ese sería el único punto que perderían en todo el certamen, que los vería coronarse como campeones del mundo por primera vez.

Prácticamente puede asegurarse que, al menos en el caso de la selección uruguaya, ese partido inaugural había marcado también la inédita implantación de dos líneas de cuatro para detener lo que se suponía, con razón por supuesto, iba a ser un aluvión casi incontenible del seleccionado local. Esa tarde inglesa el "Peta" Ubiña y el "Cacho" Caetano habían sido -fieles a su estilo por cierto- dos perros de presa amenazantes que clausuraron los flancos de la defensa celeste, mientras que dos zagueros centrales de lujo, Horacio Troche y Jorge Manicera, se habían encargado de frenar al gran Bobby Charlton y quien invadiera por el sector central del ataque local. Previamente el "Tornillo" Viera, el "Tito" Goncálvez y el "Pocho" Cortés, habían "raspado" toda pierna que osaba pasar cerca suyo en la zona del mediocampo. Así planteadas las cosas, todo inglés que conseguía colarse entre ese auténtico alambre de púas, llegaba magullado y desfalleciente a vérselas con la barrera defensiva ya descrpta. Y si Bobby y su gente sorteaban las dos líneas, se encontraban con el "Polaco" Mazurkiewicz, por entonces un osado jovencito que era lo más parecido a colocar una reja con candados en la línea del arco. Aquel hombre, siempre vestido de negro, ya sabía, con sólo 21 primaveras, de duelos "a muerte", habiendo debutado en el arco de su Peñarol ante el Santos de Pelé, en épicos y reiterados choques de Libertadores. Mientras tanto, el salteno Pedro Virgilio Rocha, saliéndose de su libreto habitual, se había abocado a colaborar permanentemente en la tarea de contención, junto a Goncálvez, Milton Viera, quien era el sobrino del entrenador celeste, y el “Pocho” Cortés. Cuando podía –casi nunca en el correr de esos 90 minutos- el de Salto intentaba abastecer a los solitarios Héctor “Lito” Silva y Domingo Pérez.

La conclusión clara de ese planteo ultra-conservador, sería que Uruguay no llegaría prácticamente nunca jamás al arco del prestigioso Gordon Banks. En una época en que no existían en el mundo del fútbol ni cambios ni tarjetas amarillas, tanto en las ligas locales como en los propios mundiales, podía suceder asiduamente que un futbolista tuviera que jugar lesionado, incluso “en una pierna” como reza el dicho popular, durante casi todo un partido. Sin ir demasiado lejos, ese duro percance le había sucedido al “celeste” Eliseo Alvarez, volante de contención de Nacional, quien había permanecido en el campo de juego aún estando fracturado, durante un partido ante la Unión Soviética, correspondiente a la fase de grupos del Mundial inmediatamente anterior al que nos ocupa, es decir el de Chile 1962.

Resulta por demás interesante, en éste caso más que nada para los que disfrutaron de la gran fortuna de “haber galopado” a lo largo de los ’60, regalarles las alineaciones y hasta los planteles de Uruguay e Inglaterra, en aquella inauguración del Mundial ’66, cuando en las camisetas de algunos futbolistas ya comenzaban a asomar números que contradecían el orden tradicional. Defendiendo a Inglaterra, habían alineado en ese mediodía uruguayo, el 1) Gordon Banks, el 2) George Cohen, el 3) Ray Wilson, el 5) Jack Charlton (hermano de Bobby, la estrella de ese equipo), el 6) Bobby Moore (capitán del local), el 4) Nobby Stiles, el 7) Alan Ball, el 8) Jimmy Greaves, el 9) Bobby Charlton (super-estrella del fútbol inglés y europeo en general), el 11) John Connelly y el 21) Roger Hunt. En ésta oncena no estaban el 16) Martin Peters y sobre todo el 10) Geoff Hurst, dos futbolistas que luego serían trascendentes durante el camino a la conquista de la que se sería la primera y hasta hoy única Copa Mundial para los ingleses.

Por otra parte el número 4 Nobby Stiles, un volante defensivo a quien le faltaba la mayoría de los dientes, era el “malo” de esa selección. Artero, pegador por demás, años más tarde encontraría la horma de su zapato cuando durante la disputa de una final Intercontinental entre Estudiantes de La Plata y Manchester United, otro más malo que él, Carlos Salvador Bilardo, por entonces volante de Estudiantes de La Plata, le arrancaría con los dedos sus lentes de contacto, en un episodio que motivaría por entonces docenas de titulares de prensa. Las malas lenguas se atreven a decir que aún hoy los nietos de Stiles continúan buscando los minúsculos dispositivos en el césped del viejo estadio, llamado “El Bosque”, en la ciudad de La Plata. Por su parte, aquel día de la inauguración del Mundial ’66, habían defendido a Uruguay el 1) Ladislao “El Polaco” o también llamado “El Chiquito” Mazurkiewicz, el 15) Luis “Peta” Ubiña, el 2) Horacio Troche (capitán del equipo), el 3) Jorge Manicera, el 6) Omar “Cacho” Caetano, el 5) Néstor “Tito” Goncálvez, el 7) Julio César “Pocho” Cortés, el 18) Milton “Tornillo” Viera (sobrino del entrenador “celeste”), el 10) Pedro Virgilio Rocha, el 19) Héctor “Lito” Silva y el 11) Domingo Pérez. En el caso de Uruguay resulta por demás interesante agregar los nombres del resto del plantel, ya que entre ellos hay muchos que habían estado en el Mundial de Chile 1962, otros que estarían en el siguiente, el de México ’70 y unos pocos que en ese último año de la década completarían tres Mundiales. Ellos eran el 12) Roberto Sosa, el 22) Walter “Gallego” Taibo (el anterior había sido suplente suyo en el Nacional del ’57, también dirigido por Ondino Viera, pero ahora Sosa era el titular tricolor y Taibo era el suplente de Mazurkiewicz en Penarol), el 4) Pablo Forlán (padre de Diego), el 13) Nelson Díaz, el 20) Luis “Chufla” Ramos, el 14) Emilio “Cococho” Alvarez, el 16) Eliseo Alvarez, el 21) Víctor Espárrago, el 8) José “Pepito” Urruzmendi, el 9) José “Pepe” Sasía y el 17) Héctor “Chino” Salvá.

Más allá que en esa época no existía ni por asomo la reglamentación de FIFA que hoy ampara a los representativos nacionales a incorporar a los futbolistas nacionales que militan en clubes del exterior, vale aclarar que, de todas maneras, promediando los ’60 eran rarísimos, casi de otro planeta, los casos de transferencias de uruguayos a instituciones extranjeras, de modo que si la citada norma hubiera imperado en aquel entonces, hubiera sido “tan inútil como cenicero de moto”, aplicando el dicho popular. Así las cosas, en ese plantel “celeste” de 22 futbolistas, 11 pertenecían a Nacional, 10 a Peñarol y 1 a Cerro (el capitán del equipo, Horacio Troche). Aquel empate del partido inaugural, obtenido ante el archi-favorito Inglaterra, el local, fue recibido con euforia incontenible en el parque de los ombúes y aquellos adolescentes salieron como catapultados por un entusiasmo único e inusitado, detrás de la pelota, cuyo rodar ya no supo de pausa alguna hasta entrada ya la noche, a la hora que los murciélagos comenzaban sus diarios vuelos rasantes entre aquellos árboles. En el centro de Montevideo, sonaron las bocinas y ondearon el sol y las nueve franjas, como desmintiendo por anticipado el mito de que los uruguayos no festejaban más que campeonatos logrados y copas levantadas.

La frustración de los locales fue simplemente enorme aquella tarde de la inauguración de su Mundial, Quedaba claro que no solamente el campeón vigente, Brasil, y la prestigiosa Argentina, eran los equipos inquietantes en la lista de las selecciones que podían amargarle la vida al anfitrión. La Federación Inglesa debía agregar otro nombre y ese era el del incómodo participante que les había arruinado la inauguración del Campeonato del Mundo. De todos modos resultó inesperado que a la "verde amarelha" los portugueses, con la complicidad de un árbitro inglés, la sacaran del torneo ya en la fase de series y el Campeón del Mundo de Chile 1962, tuviera que armar las valijas y regresar a su país, sin siquiera jugar los cuartos de final. Efectivamente, el 19 de julio de 1966, al llamado "Rey Pelé" literalmente lo sacaron de la cancha a patada limpia, ante la pasividad absoluta del árbitro inglés, George McCabe, quien lo dejó destrozar ante sus ojos. Luego, el 3 a 1 de Portugal resultaría inapelable, con un Eusebio -la "Pantera Negra", su estrella en aquel momento- que brillaba en todo su fulgor y que luego sería el goleador absoluto de ese Mundial, con 9 conquistas. El primer capítulo se había cerrado y los ingleses se habían sacado de encima a una de las tres selecciones "molestas" que tenían en la lista.

En el siguiente acto el fixture le daría una gran mano al anfitrión para desembarazarse de los equipos rioplatenses, luego que ambos clasificaran para disputar los cuartos de final del certamen. El sábado 23 de julio de 1966 la bolilla indicó que debían enfrentarse, en el marco de los cuartos de final, Inglaterra ante Argentina en Wembley y Alemania Occidental frente a Uruguay en el Hillsborough de Sheffield, escenario que mucho tiempo después fuera el escenario de la mayor tragedia que sufrió el fútbol inglés, cuando en una avalancha y por negligencia policial, perecieron 96 hinchas del Liverpool, antes de una final por la Copa Inglesa. Para ese Mundial '66 FIFA ya había innovado la regla que impedía actuar a árbitros de los países que disputaban el torneo, desde los cuartos de final en adelante. Pero el presidente de la institución rectora del fútbol, el inglés Sir Stanley Rous, no podía dejar pasar la oportunidad que el fixture le servía en bandeja, así que ignoró olímpicamente la reglamentación y nombró un juez alemán para actuar en Wembley y otro inglés para arbitrar en Sheffield. Es altamente probable que el mandamás de FIFA haya pensado entonces: "a ver si éstos atrevidos rioplatenses van a salirse con la suya todavía...!"

Expulsando al capitán argentino, el boquense Antonio Ubaldo Rattín, a los pocos minutos de iniciado el choque en Londres, el alemán Rudolf Kreitlein, sabía de antemano que había sentenciado el juego de cuartos: Inglaterra 1 Argentina 0 sería el resultado final y un alegre "bie bie" acompañaba al albiceleste desde las gradas. "Animales", titularía al día siguiente un matutino londinense, agregando más abajo: "feliz viaje a Buenos Aires, vayan a bailar el tango". A la misma hora, ese sábado 23 de julio de 1966, James Finney, el segundo árbitro inglés con la misión de limpiar a los sudamericanos -el primero había sido el citado George McCabe permitiendo el literal destrozo del "Rey Pelé"- también cumpliría con su tarea a carta cabal. .Más allá de que uno de sus asistentes no le había marcado que un balón que previamente había dado en un poste (sí, no eran fierros, en ese entonces aún eran maderas) del arco alemán, para luego trasponer claramente la línea, lo más grave de su labor saldría publicado semanas después, increíblemente en una revista alemana. Un frentazo neto del centrodelantero uruguayo, Héctor "Lito" Silva, había sido detenido con la mano en la línea del arco por el defensa teutón Schnellinger, sin que el colegiado local se diera por enterado. En la foto gigante de la portada de la publicación germana, podía apreciarse a la pelota pegada como con "Poxipol" a la palma de la mano izquierda del alemán y al "Lito" estático, expectante, en la clásica actitud previa de quien se apresta a festejar un gol inminente, en un Campeonato del Mundo y con el marcador aún cerrado.

La siguiente toma mostraría a los "celestes" con el control completamente perdido, destruidos anímicamente porque sabían que lo de Finney era adrede, ya que le estaba haciendo un mandado inmoral a Rous. Un puñetazo de Troche al alemán Haller, más presuntos insultos del "Lito" Silva a Finney, mandaron a los dos uruguayos a las duchas. Obviamente, luego de eso, para la siempre poderosa Alemania Occidental, el partido se transformó en un mero trámite y el 4-0 final no sorprendió a nadie. En ese amargo mediodía uruguayo, el arquero había sido, como siempre Ladislao “Chiquito” Mazurkiewicz, el 15) Luis “Peta” Ubina, el 2) Horacio Troche, el capitán, el 3) Jorge Manicera, el 6) Omar “Cacho” Caetano, el 5) Néstor “Tito” Goncálvez, el 7) Julio César “Pocho” Cortés, el 17) Héctor “Chino” Salvá (sustituyó a Milton “Tornillo” Viera tomando como referencia el partido inaugural ante los ingleses), el 10) Pedro Virgilio Rocha, el 19) Héctor “Lito” Silva y el 11) Domingo Pérez. Por más que en éstas líneas el autor trata de refrescar un elemento relativamente menos conocido, como lo fue que también un juez inglés, en éste caso George Mc Cabe, sacó a Brasil del torneo permitiendo la destrucción de Pelé ante sus propios ojos, puede decirse que el Mundial de Inglaterra 1966 fue y será siempre conocido, al menos en el Río de la Plata, como el del cruzamiento de jueces, una confabulación urdida por el presidente de FIFA de la época, Sir Stanley Rous, para desembarazarse de Uruguay y de Argentina, cuando el astuto inglés había avizorado que cualquiera de ellos podía resultar un serio obstáculo para que los suyos se quedaran con "su" Mundial. Más tarde, en 1970, último año de la década, Uruguay testearía nuevamente el amargo sabor de la hiel envuelta en otro despojo mundialista, todo un desquite de Brasil y de su Joao Havelange, el nuevo presidente de FIFA en la ocasión. Pero esa es otra historia de los '60...

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