Se terminó. De la forma más insólita pero sí, se terminó. Porque se esperaba un diluvio de goles que compitieran con los fuegos artificiales, pero en cambio se apareció un visitante aguerrido, difícil, pegajoso y al principio, hasta pegador. Pero igual, se terminó. De la manera más impensada, procurando en los descuentos que al menos ese epílogo no fuera con derrota. Pero se terminó. Con el festejo al revés, arrancando desde el banco de Uruguay, con los suplentes saltando y cantando eufóricos, tratando de meterle magia a un Centenario que había estado toda la noche esperando una frutilla sobre la torta...que no llegó.
Dándole forma a un racimo, abrazados, juntos como siempre lo estuvieron, arrancándose de cuajo las flechas clavadas cruelmente en Barranquilla, La Paz, Buenos Aires y en el propio Parque Batlle, ya en marzo de 2013, cuando aquel artero gol paraguayo de última hora, directo responsable de que los charrúas siguieran luciendo la corona de "Reyes del Repechaje", tal cual lo ratificó claramanete el Maestro Oscar Tabárez, ya en la tranquilidad de una nota cara a cara, cuando precisamente todo había terminado.
El abrazo, los saltos acompasados, el "Soy Celesteee..." o "El que no salta no va al Mundial...", el saludo agradecido y emocionado a cada tribuna del Monumento al Fútbol. Sí, claro que todo terminó, por supuesto. Y terminó bien, muy bien, más allá de que la frutilla sobre la torta se la comieron los anoche aguerridos jordanos, que edificaron en el Centenario todo un monumento a la dignidad deportiva, algo inesperado por cierto, a cuenta del 5-0 de Amman.
Mas tarde Edison Cavani diría en el vestuario que "lo pasado pisado". Igual, nadie podrá olvidar nunca aquel nefasto segundo semestre de 2012. Antes, la euforia de haber regresado a los Juegos Olímpicos se había transformado en rápida decepción, cuando tras caer duramente en Wembley y en Cardiff, la ilusión de reencarnación de los del '24 y el '28 se hundió como una plomada, enterrándose en el fondo mismo del Támesis. Y así fue que la tragedia olímpica distrajo el exitoso proceso. Aparte de que algunos de los integrantes de aquel plantel eran básicos en la selección mayor, los Juegos eran otra cosa. El desfile inaugural, la Villa Olímpica, el tuteo con otros deportistas de otras disciplinas, de otras naciones, con otros objetivos, todo hizo lo suyo. No supieron acostumbrarse a elementos tan diferentes a los que reinan en una concentración de una selección de fútbol profesional, no lograron la mentalización básica para imponer su indiscutible calidad en los Juegos y todo terminó muy rápido.
Y cuando llegó la hora de meterse en el horno de Barranquilla, el gran Maestro todavía no había conseguido recomponer las cosas. El río no había vuelto a su cauce, las aguas andaban por ahí. Aún con la mayoría de las piezas originales acopladas de nuevo en el motor, no se había podido recuperar la mentalidad ganadora del gran proceso y los 42 grados de aquel infierno los metieron demasiado rápido en el candente clima de las Eliminatorias Sudamericanas, las más duras del planeta, sin que haya siquiera un diminuto cupo para la menor de las dudas que alguien pueda tener al respecto.
Los Juegos distrajeron. No se pudieron encarar bien y todavía sembraron mala hierba en el camino decisivo, en la recta final de la Eliminatoria. Hasta que llegó Venezuela y el arrogante Farías terminó encontrándose con que el gigante había regresado. El mejor Uruguay estaba otra vez peleando la batalla cuerpo a cuerpo. Estando entre la espada y la pared la fiera salvaje había surgido como por encanto. La "Vino Tinto" tuvo que comerse su ilusión. La ventana estaba abierta de nuevo y de par en par. La Copa de las Confederaciones hizo el resto, empezando porque los celestes no llegaron a Brasil simplemente con viento en la camiseta sino con un huracán dentro de ella.
Y una cosa llevó a la otra. Usando aquel cuarto lugar al estilo de una fusta bajo el brazo, los muchachos se rieron de los huevos y de la insólita -e inédita- hostilidad de los peruanos y así fue que Markarian y sus dirigidos pasaron a ser historia. A esa altura la locomotora ya funcionaba a mil otra vez, el espíritu ganador de la barra de amigos celestes ya se ponía salado para los rivales futuros. A esa altura la linajuda Colombia y su goleador mundial, el gran Radamés Falcao, se iban claramente vencidos del Centenario y tras el tropiezo -en cierto modo previsible- ante Ecuador en la altura de Quito, esta vez la que dejó los tres puntos en el Centenario fue la mismísima Argentina, por más disminuida que se presentara para la ocasión.
Ya estaba. Doce puntos en quince disputados. O, como más guste, cuatro partidos ganados y uno perdido, nada menos que en la recta final. Porque la goleada de Amman era altamente previsible, porque la marea celeste ya era tsunami, porque la revancha del Centenario era solo para que Ghiggia escuchara como 65.000 almas gritaban su gol y también era para que, una vez extinguidos los 90 minutos, el fantasma de Maracaná
asolara favelas, Corcovado, Copacabana y "ainda mais". Si, claro, todo terminó. No, perdonen, el fantasma me grita que recién empieza!