Cuando Roman Abramovich compró el club Chelsea en 2003, no sabía nada de fútbol. Ahora, en 2012, nueve años después, no aprendió absolutamente nada. Como tantos poderosos, adquirió la institución tomándola como una más de sus multimillonarias inversiones. Jamás quiso escuchar sobre proyectos futbolísticos a mediano plazo, las mieles del éxito eran para saborear ya, sin preámbulos y sin demoras.
En su primer movimiento el tablero se mostró muy generoso con él. Destituyó al italiano Claudio Ranieri, quien venía recorriendo raudamente el camino del fracaso y colocó como técnico del equipo al portugués José Mourinho, quien recién se había acomodado en su cabeza la corona del reino de Europa, al frente del Porto de su país, tras haber derrotado en la final al Mónaco donde por entonces el uruguayo Diego Pérez, solía comerse la mitad de la cancha a pura tracción sangre.
Vinieron los éxitos de Chelsea, las copas visitaron las vitrinas de Stamford Bridge. Paralelamente el ego incontenible de Mourinho sobrepasaba todos los límites aceptables y se autodeclaraba el "Special One", que traducido al español significaría algo así como el Número uno o el Indispensable. El choque de trenes se veía venir. Abramovich, el multimillonario, el poderoso, el mandamás, el dictador, el dueño del club, no pudo soportarlo más y un día lo echó del club sin ningún preámbulo, como para remarcar que "acá el dueño soy yo y no hay Special One que valga". Se bancó sin mayores desvelos las protestas callejeras de los hinchas, furiosos por la marginación abrupta de su ídolo y nombró como técnico al israelí Avran Grant, con muy pocos y relativos antecedentes exitosos en su carrera.
Curiosamente al "tío bueno", como solía llamarle la prensa inglesa por la expresión bonachona de su cara, no le fue mal. Agarró un fierro caliente y soportó las quemaduras estoicamente hasta llevar al equipo nada menos que a la final de la Liga de Campiones ante el laureado Manchester United. Y Chelsea terminó perdiendo porque su capitán, John Terry, resbaló en el momento exacto de entrarle al balón durante la definición por penales y la pelota dio en el caño derecho del arco de Edwin Van der Saart. Fue suficiente, no se supo ni probablemente se sabrá por qué, pero alcanzó para que, increíblemente, el zar de las estepas rusas mandara al israelí a podar flores en su jardín. "Pero qué es lo que quiere?" se preguntaban algunos, mientras que otros sospechaban irónicamente que Grant había puesto, justo al costado del punto penal, una cáscara de banana para que Terry se resbalara y errara el penal clave. Otros hablaban de que el israelí no tenía el carisma para dirigir a Chelsea y Abramovich no se lo toleró, sin siquiera echar una mirada de reojo a los resultados conseguidos. Uno por mucho -Mourinho por inflarse más que un globo- el otro por poco -Grant, un hombre de perfil muy bajo, bonachón, de escaso carácter aparentemente-, al ruso no le sirvió ninguno.
El holandés Guus Hiddink fue el que mayor éxito obtuvo entre los que llegaron luego, pero curiosamente se tuvo que ir porque había firmado un contrato a término, ya que estaba comprometido con la selección rusa, a la que ya venía dirigiendo cuando tomó a Chelsea. Scolari jamás pudo trabajar en paz, no lo dejaron y termina de declarar desde San Pablo que cualquiera que sea elegido para dirigir a Chelsea, que se haga a la idea de que aquello será como pasar por el mismísimo infierno. El exitoso Carlo Ancelotti, el del Milán de los lauros y las glorias, naufragó también hundido por los cañones del ruso. Tenía un proyecto a mediano plazo, no obtuvo resultados inmediatos y fue cesado sin vacilaciones.
El zar decidió jugarse todas sus cartas a André Vilasboas, otro portugués campeón con Porto, esta vez de la Europa League (ex Copa UEFA). Quiso repetir el boom Mourinho, pero con la esperanza de que la humildad y el bajo perfil de Vilasboas, no lo obligaran a abrirle la puerta de atrás de Stamford Bridge. Pero como cualquier todopoderoso que invierte en fútbol pero no sabe siquiera cuál es la forma de la pelota, no se dio cuenta que el éxito de Mourinho, mucho más allá de la indiscutible capacidad técnica del actual técnico del Real Madrid, estaba profundamente ligado a su personalidad extrovertida y a su recalcitrante ego, cualidades -virtudes en este caso- que transmitían a los futbolistas una motivación y una fuerza anímica que jamás consiguieron con Vilasboas. Y eso a cuenta de que éste había trabajado en el club durante todo el ciclo de Mourinho, integrando el cuerpo técnico del portugués, quien se perfila claramente como el próximo campeón de la Liga en España. Pero hay artículos que no se compran en la farmacia, así que no fue lo mismo sino que, por el contrario, fue un fiasco terrible. Desde la época de Mourinho hasta hoy, André Vilasboas fue -y los números cantan por sólos- el que peor resultados obtuvo, de manera que, dentro de la ignorancia futbolística de Roman Abramovich, el rubio portugués es uno de los pocos que estuvo bien excluido.
Parece que hubieran pasado siglos desde que el Cdor. José Pedro Damiani pregonó que el fútbol pasaba a ser una cuestión de empresas, que los tiempos del viejo dirigente estaban caducados. Más allá de que en el fútbol uruguayo diversos factores, innumerables quizás, no permitan que eso se haga realidad, hace mucho rato ya que en Europa las cosas se manejan así, a lo Damiani.
El factor "X" en este caso, es el que no se tuvo en cuenta. Y el factor "X" refiere, en esta circunstancia, a la sapiencia futbolística de los multimillonarios inversores. En la mayoría de los casos, la calificación 0 campea orgullosa, pero también lapidaria, para aquellos clubes adquiridos por gigantescas organizaciones que han invertido "vagones de plata" pero...nada más. El Málaga de los capitales quataríes, compró de todo y en todos los puestos. Basta una rápida ojeada a la tabla de la Liga y nos liberamos de cualquier comentario al respecto. El París St. Germain, donde juega Diego Lugano, está primero en el torneo francés, pero sus actuaciones todavía no han llenado demasiado el ojo. De todos modos se espera más y con justificada expectativa. Tiene muy buenos jugadores, va a adquirir más durante el verano boreal y, sobre todo, lo dirige un técnico exitoso como Carlo Ancelotti, a quien el brasileño Leonardo, desde su puesto de Gerente Deportivo, un inteligente hombre de fútbol, le va a respetar el proyecto diagramado desde el comienzo.
Pero más allá de las excepciones y de la razón que tenía el Contador en su pronóstico lejano ya en el tiempo, qué maravilloso sería que las montañas de dinero lucieran en su cumbre una bandera flameando con la siguiente inscripción: aquí también sabemos de fútbol.
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