Los vicios de los árbitros de fútbol ya han superado las barreras más elementales de la lógica universal y, si bien los jueces uruguayos continúan escribiendo su interminable manual de tecnología propia que aplican sin que se les mueva un pelo cuando arbitran dentro del terruño, cada lunes, al término de una nueva etapa de las ligas mas encumbradas del planeta, las barbaridades que brotan desde las distintas canchas del orbe superan la capacidad de asombro del más curtido de los analistas.
Como la caridad bien entendida comienza por casa, a Uruguay corresponde el primer capítulo de ésta película de ciencia ficción con actores cada vez más ávidos de plantar su huella junto a las de Nicolas Cage, Brad Pitt, Tom Hanks y cuántos se les crucen en el camino. El tiempo pasa pero muchos -demasiados- jueces uruguayos mantienen sus rasgos más típicos. Para este selecto pero no por ello menos numeroso grupo, el primer mandamiento señala que a la hora de arbitrar en casa el trabajo debe hacerse a conciencia y puntillosamente para que a todos les quede claro que los actores principales de la producción sean los que juegan -sin pelota, claro está- con el destino de los actores secundarios -los futbolistas- y de los extras de la película -el público en las tribunas- que encima pagan para redondear un marco adecuado a la actuación de los inesperados protagonistas que se autoimpusieron a la producción del espectáculo.
El objetivo es siempre picar rápido, mucho más que cualquier futbolista, hacia el estrellato. Y cuanto más desconocido es el aspirante, la corrida por la diagonal que lleva a la fama se hace más vertiginosa. Por supuesto que lo que menos interesa es a quién pueda llevarse por delante en su loca carrera, aunque claro está que si en el camino hacia la cima termina volteando a algún peso pesado, el puntaje se acrecienta y el podio ya queda al alcance de la mano. En estos casos está muy claro que también hay jugadores elegidos…como víctimas propiciatorias de la fama para árbitros tan desconocidos como indecentemente ambiciosos. Los ejemplos sobran en el pasado, porque esto no es nuevo ni por asomo y ya lo han vivido generaciones enteras de uruguayos que pueden atestiguarlo.
No parece juicioso ni lógico atribuir a la casualidad que en cada ocasión en que Nacional o Peñarol han realizado ingentes esfuerzos económicos para reforzarse con futbolistas argentinos o brasileños de primer orden, éstos se han transformado automáticamente en objetivos ineludibles de estos auténticos reyes del espectáculo. Son las liebres a perseguir por el cazador, son las candidatos de oro para dibujar en la mira del rifle, son carne de cañón. Ha sucedido una y mil veces en el pasado…pero lo grave es que siga pasando todavía, simplemente porque ahora, para un club grande del Uruguay, el incorporar a un futbolista de renombre mundial, aunque esté reconocidamente en el ultimo tramo de su carrera, es indefinidamente más sacrificado que lo que significaba en el pasado “importar“ de los países vecinos jugadores de primera línea que todavía estaban en la cúspide.
El espectáculo -el partido, la fiesta en las tribunas, la vibración, las pulsaciones a mil- es lo de menos para muchos árbitros uruguayos. Para ese grupo, la mayoría ilustres desconocidos, ese fantástico entorno es solamente un medio a su alcance para conseguir su objetivo de fama a cualquier precio. Es su hora y nada más. Es su momento y en su óptica sólo aparecen imágenes de sí mismos, sueños en los que Blatter les cuelga del cuello la medalla de oro tras arbitrar la final del Mundial. La cúspide, la fama, la gloria, son visiones que les ciegan por completo y les impiden, por ejemplo, aceptar la mínima protesta de un futbolista, por más justa y correcta que sea. En este caso puntual la amarilla aparece como clara señal de que “aquí mando yo y se acabó, la próxima te vas”. Pero en realidad significa omnipotencia, orgullo, petulancia, despotismo y desprecio por el espectáculo. Para ellos es infinitamente más grave una protesta moderada y hasta justa y formulada de la manera más correcta posible, simplemente porque afecta su ego inmaculado, que el puntapié más artero y alevoso que termina sacando del partido al futbolista más habilidoso.
Su capacidad para el diálogo con el futbolista está abortada de raíz y como juez que es, deja oir desde su inaccessible estrado un drástico “No ha lugar”. Pero después la vidriera internacional produce el gran milagro. No baja sólo un cambio, sino tres, se transforma de hombre lobo en gentil hombre. Pasa a ser justo, equilibrado, respetuoso del espectáculo y de los verdaderos protagonistas de la fiesta, el futbolista y la gente. Se relega a un digno segundo plano y deja hasta el alma para pasar desapercibido. “Cobra distinto”, dice la gente. No, no cobra distinto, simplemente cobra como tiene que cobrar porque llegado a esta etapa ya no le sirve ser la estrella de la película. La Conmebol y la FIFA ya no se lo permitirían y su carrera quedaría sepultada sin más.
Estrellas rutilantes del firmamento casero, se transforman en humildes y meritorios obreros, auténticas hormiguitas de la multinacional del fútbol universal que lleva la marca FIFA en el orillo. Odiados en casa por méritos propios, por la misma razón respetados de la puerta para afuera. Los árbitros uruguayos, otros que, al menos dentro de casa, también están convencidos por completo que su mano…es la mano de Dios.
miércoles, 29 de diciembre de 2010
lunes, 27 de diciembre de 2010
El Tesoro Perdido
EL TESORO PERDIDO
Había una vez un país cuya principal bandera había sido su identidad. Orgullosos, sus habitantes hablaban de sus cosas, de sus amores, de sus lugares...y de sus conquistas eternas. En aquel país todos querían lo mismo y lo tenían. Sus enemigos podrían odiarlos, combatirlos y hasta envidiarlos, pero sabían demasiado bien donde estaban, lo que hacían y a qué se dedicaban. Sus conocidos solían elogiarlos o criticarlos, a algunos les gustaba engordarlos a fuerza de lisonjas, en cambio otros se desgastaban inútilmente en insultarlos y atribuirles gran parte de las miserias del mundo. Despues de quedarse ciegos de tanto contemplar milenarios tesoros egipcios en uno de los museos más rutilantes de su capital, muchos les terminaban recordando que, por un imperdonable descuido, se habían dejado olvidadas las pirámides en medio del desierto.
Pero también había quienes merecidamente les reconocían -y por supuesto que aún lo hacen- como salvadores de la humanidad, los abanderados del mundo libre que se pusieron al frente en la lucha por recuperar la parte del mundo que el pulpo malo ya había atrapado entre sus tentáculos y no imaginaba siquiera soltar jamás. Y también para evitar que se comiera a muchos más de los buenos de los que ya se había devorado. Mas allá de la garganta puntual, helada, implacable y paralizante, que terminó tragándose al monstruo tras cantarle una congelante letanía en aquel lejano 1945, muchos, la gran mayoría, la casi unanimidad, vieron a ese lugar con identidad propia y bien marcada, al país de la maravilla, del milagro de un mundo libre que a esa altura ya amenazaba con sonar a mera utopía.
-De dónde serán esos que se mudaron enfrente?.
-Y yo que sé, andá y preguntales a ellos.
-Ya sé, ahora que me acuerdo yo los vi con los iraníes de la esquina, claro, los deben haber traido ellos.
-Ta, fenómeno, pero a que no sacás de donde vienen los que viven en el numero 4, alla enfrente, ves? Dale, decime, de donde son? Jugatela loco...
- Y qué van a ser, polacos para variar, si Watford fue nombrada co-capital de Polonia, ahora Varsovia no tiene mas la exclusividad, vo.
-Le erraste macho, y le erraste feísimo, sabés que son? Son eslovenos, y te la amplío, aquellos que vienen entrando en el numero 22, son etíopes.
Basta irse retirando de Londres despacito nomás, como quien no quiere irse y pega vichadas de reojo hacia atrás pero sin dejar de poner proa al noroeste, para meterse en la boca de Watford, una ciudad muy pequeña, pegada como con cola a la capital inglesa. Un diálogo rioplatense. Uruguayo?, Argentino?, o de los dos?, pero qué importa eso, si lo que realmente cuenta es lo gráfico de la charla y no si el baile original es el candombe o el tango.
Las compuertas se abrieron a principios de los '80. Es como si una voz hubiera gritado a los cuatro vientos: "Todo el mundo para acá, rápido, no se queden atrás, sálvense!" Y entraron, vaya si entraron! Y de todas partes del planeta. De todas las religiones, credos políticos, costumbres, razas. Llegaron los que sabían Inglés y los que no tenían ni idea del idioma, no faltó nadie porque la casa había que barrerla, la vajilla tenía que estar reluciente, el jardín impecable. Abrieron las puertas porque el trabajo sucio había que hacerlo, la mansión tenía que brillar para que luego se pudiera lucir. Y bueno, quién iba a hacer ese trabajo? Respuesta sencilla por cierto: los inmigrantes. Aquellos que siempre lo hicieron en todos los países del mundo, incluidos por supuesto, los que formaron la gran cuna sudamericana que meció con aparente compasión a los desolados europeos que huían de la destrozada Europa de la primera mitad del siglo XX.
Día tras día fue llegando más y más gente. Con esa vertiginosa progresión, cuando despuntó el Tercer Milenio ya era realmente difícil identificar a los ingleses de pura cepa. La nueva Europa que dejó la caída del comunismo no podía sostenerse con nada, se caía a pedazos. Pero las visas de trabajo como etapa inicial y la integración de casi todo ese milimétrico y multifacético nuevo mapa político del viejo continente a una cálida, adorable y maternal Unión Europea, aceleró el torrente migratorio. Los ingleses, que invadieron cuando y cuanto quisieron a lo largo de la historia del mundo, también decidieron cuándo comenzar a ser ellos los invadidos. Pero esta vez les falló el "cuánto".
No escucharon nunca el despertador que sonó varias veces. Tampoco respetaron el cartel de "Pare" que ya no estaba solo en todas las esquinas, sino en cada metro de tierra inglesa. No quitaron la alfombra roja de la entrada y el aluvión no paró, la gente siguió entrando. "Aprovechen la oferta, no se la pierdan!" Y nadie se la perdió. Un día alguien se acordó de un viejo tesoro arrumbado en un rincón, llamado "Identidad". "Hay que cerrar las puertas", dijo otro. Pero era tarde, demasiado. Cuando fueron a buscar el tesoro, había desaparecido, se lo habían robado. Inglaterra, o al menos sus ciudades mas populosas, se habían quedado sin Identidad. Y esa enfermedad es muy grave, muy complicada y difícil de curar. Lleva demasiado tiempo y afecta demasiados órganos vitales. La gente pierde las fuerzas, se debilita rápidamente, no puede luchar, queda incapacitada, paralítica. Increíblemente las personas pueden seguir trabajando y manteniéndose. Y hasta si el gigantesco cofre de seguridad del país todavía guarda suficiente pólvora seca, puede que la sangre no llegue al río.
Claro que después, cuando la inmoralidad y la inescrupulosidad de los banqueros del Primer Mundo inicia el lóbrego camino del tobogán para el planeta entero, cuál es el rumbo que puede tomar la gente de un país con la identidad perdida? Es la hora de los viejos fiscalazos, tan resignadamente asumidos por la sufrida gente del Tercer Mundo, que no son otra cosa que ajustes de cuentas en las que “muere” la gente común. Indignamente caen los que hacen el trabajo sucio y salen indemnes, sin un solo rasguño, los que tienen su vida acomodada. En el mejo de los casos el trabajo y los beneficios, las bondades que asombraron al inmigrante en su momento, quedan como aprisionados en un gigantesco freezer, tan congelados que al individuo no le alcanzan las fuerzas para extraerlos de allí, al menos hasta que se rompa el hielo.
Es la hora de unirse, aunque no sea más que para hacerse respetar. "Voy a hablar con..., no, había pensado en un compañero de mi sección en la fábrica, pero trabajamos juntos tres años y es como si nunca lo hubiera visto. Ahora que me acuerdo, ni sé muy bien si es de Serbia o de Montenegro. No, en realidad me parece que es croata, o checo? Y además no sé ni lo que piensa de todo esto, no, mejor dejalo así, que sea lo que Dios quiera.
"Yo no soy de aquí, ni soy de allá..." La falta de identidad de una persona, sumada a la de otra y otra más, acumula millones de individuos con ese mal y el resultado es una nación entera enferma. Y una nación no es un gobierno, es su gente. Y si la gente está enferma, está indefensa. Y si está indefensa está a la deriva, a merced de la tormenta. Y cuando la tormenta se descuelga...
Inglaterra, España, Francia, Alemania, Italia, los corazones que bombeaban la prosperidad de Europa Occidental, los espejos encantados en los que había que mirarse para aparecer bellos y saludables por dentro y por fuera, se transformaron de la noche a la mañana en un triste símbolo de lo que sucede con las naciones del Primer Mundo cuando se resquebrajan los soportes económico-financieros que las sostienen. El espejo se rompió y la mala suerte entró en vigencia. Podrá durar siete años o más, o acaso menos.
Por años, muchos, demasiados, el alimento de esos países han sido los inmigrantes, la gran nutriente que los ha engordado sin parar. A cambio esa gente ha recibido la estabilidad y el confort que nunca consiguió en sus países de origen. Y eso es mucho y como es mucho, da inclusive para que toda esa gente esté profundamente agradecida por esas puertas que se les abrieron. El riesgo es ese precio a pagar en caso de que se haga trizas esa claraboya de estabilidad económica del refugio tan largamente buscado y finalmente encontrado. Ellos mismos, los inmigrantes, por la propia permisión de sus protectores que no pusieron el candado a tiempo, terminan quedándose sin identidad, completamente desunidos y desprotegidos…desnudos.
Había una vez un país cuya principal bandera había sido su identidad. Orgullosos, sus habitantes hablaban de sus cosas, de sus amores, de sus lugares...y de sus conquistas eternas. En aquel país todos querían lo mismo y lo tenían. Sus enemigos podrían odiarlos, combatirlos y hasta envidiarlos, pero sabían demasiado bien donde estaban, lo que hacían y a qué se dedicaban. Sus conocidos solían elogiarlos o criticarlos, a algunos les gustaba engordarlos a fuerza de lisonjas, en cambio otros se desgastaban inútilmente en insultarlos y atribuirles gran parte de las miserias del mundo. Despues de quedarse ciegos de tanto contemplar milenarios tesoros egipcios en uno de los museos más rutilantes de su capital, muchos les terminaban recordando que, por un imperdonable descuido, se habían dejado olvidadas las pirámides en medio del desierto.
Pero también había quienes merecidamente les reconocían -y por supuesto que aún lo hacen- como salvadores de la humanidad, los abanderados del mundo libre que se pusieron al frente en la lucha por recuperar la parte del mundo que el pulpo malo ya había atrapado entre sus tentáculos y no imaginaba siquiera soltar jamás. Y también para evitar que se comiera a muchos más de los buenos de los que ya se había devorado. Mas allá de la garganta puntual, helada, implacable y paralizante, que terminó tragándose al monstruo tras cantarle una congelante letanía en aquel lejano 1945, muchos, la gran mayoría, la casi unanimidad, vieron a ese lugar con identidad propia y bien marcada, al país de la maravilla, del milagro de un mundo libre que a esa altura ya amenazaba con sonar a mera utopía.
-De dónde serán esos que se mudaron enfrente?.
-Y yo que sé, andá y preguntales a ellos.
-Ya sé, ahora que me acuerdo yo los vi con los iraníes de la esquina, claro, los deben haber traido ellos.
-Ta, fenómeno, pero a que no sacás de donde vienen los que viven en el numero 4, alla enfrente, ves? Dale, decime, de donde son? Jugatela loco...
- Y qué van a ser, polacos para variar, si Watford fue nombrada co-capital de Polonia, ahora Varsovia no tiene mas la exclusividad, vo.
-Le erraste macho, y le erraste feísimo, sabés que son? Son eslovenos, y te la amplío, aquellos que vienen entrando en el numero 22, son etíopes.
Basta irse retirando de Londres despacito nomás, como quien no quiere irse y pega vichadas de reojo hacia atrás pero sin dejar de poner proa al noroeste, para meterse en la boca de Watford, una ciudad muy pequeña, pegada como con cola a la capital inglesa. Un diálogo rioplatense. Uruguayo?, Argentino?, o de los dos?, pero qué importa eso, si lo que realmente cuenta es lo gráfico de la charla y no si el baile original es el candombe o el tango.
Las compuertas se abrieron a principios de los '80. Es como si una voz hubiera gritado a los cuatro vientos: "Todo el mundo para acá, rápido, no se queden atrás, sálvense!" Y entraron, vaya si entraron! Y de todas partes del planeta. De todas las religiones, credos políticos, costumbres, razas. Llegaron los que sabían Inglés y los que no tenían ni idea del idioma, no faltó nadie porque la casa había que barrerla, la vajilla tenía que estar reluciente, el jardín impecable. Abrieron las puertas porque el trabajo sucio había que hacerlo, la mansión tenía que brillar para que luego se pudiera lucir. Y bueno, quién iba a hacer ese trabajo? Respuesta sencilla por cierto: los inmigrantes. Aquellos que siempre lo hicieron en todos los países del mundo, incluidos por supuesto, los que formaron la gran cuna sudamericana que meció con aparente compasión a los desolados europeos que huían de la destrozada Europa de la primera mitad del siglo XX.
Día tras día fue llegando más y más gente. Con esa vertiginosa progresión, cuando despuntó el Tercer Milenio ya era realmente difícil identificar a los ingleses de pura cepa. La nueva Europa que dejó la caída del comunismo no podía sostenerse con nada, se caía a pedazos. Pero las visas de trabajo como etapa inicial y la integración de casi todo ese milimétrico y multifacético nuevo mapa político del viejo continente a una cálida, adorable y maternal Unión Europea, aceleró el torrente migratorio. Los ingleses, que invadieron cuando y cuanto quisieron a lo largo de la historia del mundo, también decidieron cuándo comenzar a ser ellos los invadidos. Pero esta vez les falló el "cuánto".
No escucharon nunca el despertador que sonó varias veces. Tampoco respetaron el cartel de "Pare" que ya no estaba solo en todas las esquinas, sino en cada metro de tierra inglesa. No quitaron la alfombra roja de la entrada y el aluvión no paró, la gente siguió entrando. "Aprovechen la oferta, no se la pierdan!" Y nadie se la perdió. Un día alguien se acordó de un viejo tesoro arrumbado en un rincón, llamado "Identidad". "Hay que cerrar las puertas", dijo otro. Pero era tarde, demasiado. Cuando fueron a buscar el tesoro, había desaparecido, se lo habían robado. Inglaterra, o al menos sus ciudades mas populosas, se habían quedado sin Identidad. Y esa enfermedad es muy grave, muy complicada y difícil de curar. Lleva demasiado tiempo y afecta demasiados órganos vitales. La gente pierde las fuerzas, se debilita rápidamente, no puede luchar, queda incapacitada, paralítica. Increíblemente las personas pueden seguir trabajando y manteniéndose. Y hasta si el gigantesco cofre de seguridad del país todavía guarda suficiente pólvora seca, puede que la sangre no llegue al río.
Claro que después, cuando la inmoralidad y la inescrupulosidad de los banqueros del Primer Mundo inicia el lóbrego camino del tobogán para el planeta entero, cuál es el rumbo que puede tomar la gente de un país con la identidad perdida? Es la hora de los viejos fiscalazos, tan resignadamente asumidos por la sufrida gente del Tercer Mundo, que no son otra cosa que ajustes de cuentas en las que “muere” la gente común. Indignamente caen los que hacen el trabajo sucio y salen indemnes, sin un solo rasguño, los que tienen su vida acomodada. En el mejo de los casos el trabajo y los beneficios, las bondades que asombraron al inmigrante en su momento, quedan como aprisionados en un gigantesco freezer, tan congelados que al individuo no le alcanzan las fuerzas para extraerlos de allí, al menos hasta que se rompa el hielo.
Es la hora de unirse, aunque no sea más que para hacerse respetar. "Voy a hablar con..., no, había pensado en un compañero de mi sección en la fábrica, pero trabajamos juntos tres años y es como si nunca lo hubiera visto. Ahora que me acuerdo, ni sé muy bien si es de Serbia o de Montenegro. No, en realidad me parece que es croata, o checo? Y además no sé ni lo que piensa de todo esto, no, mejor dejalo así, que sea lo que Dios quiera.
"Yo no soy de aquí, ni soy de allá..." La falta de identidad de una persona, sumada a la de otra y otra más, acumula millones de individuos con ese mal y el resultado es una nación entera enferma. Y una nación no es un gobierno, es su gente. Y si la gente está enferma, está indefensa. Y si está indefensa está a la deriva, a merced de la tormenta. Y cuando la tormenta se descuelga...
Inglaterra, España, Francia, Alemania, Italia, los corazones que bombeaban la prosperidad de Europa Occidental, los espejos encantados en los que había que mirarse para aparecer bellos y saludables por dentro y por fuera, se transformaron de la noche a la mañana en un triste símbolo de lo que sucede con las naciones del Primer Mundo cuando se resquebrajan los soportes económico-financieros que las sostienen. El espejo se rompió y la mala suerte entró en vigencia. Podrá durar siete años o más, o acaso menos.
Por años, muchos, demasiados, el alimento de esos países han sido los inmigrantes, la gran nutriente que los ha engordado sin parar. A cambio esa gente ha recibido la estabilidad y el confort que nunca consiguió en sus países de origen. Y eso es mucho y como es mucho, da inclusive para que toda esa gente esté profundamente agradecida por esas puertas que se les abrieron. El riesgo es ese precio a pagar en caso de que se haga trizas esa claraboya de estabilidad económica del refugio tan largamente buscado y finalmente encontrado. Ellos mismos, los inmigrantes, por la propia permisión de sus protectores que no pusieron el candado a tiempo, terminan quedándose sin identidad, completamente desunidos y desprotegidos…desnudos.
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