Boris Johnson es exótico para ser el Alcalde de Londres. O el Alcalde de cualquier ciudad. En el más rico "idioma uruguayo" le llamarían simpáticamente, por tomar una de las alternativas, "el loco flequilludo". Con más apariencia nórdica que británica, es el Beatle rubio que faltó en la banda. A su frente se levanta el ultramoderno ediificio del Comité Olímpico, la cocina donde una multitud de cheffs, vestidos de traje y corbata, preparan el menú deportivo y social más sabroso y exquisito que se vaya a degustar en la ciudad desde aquel lejano 1948. Decenas de micrófonos y grabadores se las ingenian como pueden para devorarse las palabras del Alcalde. Está eufórico, más extrovertido de lo normal, lo cual ya es mucho decir: "hemos solucionado uno los problemas que más nos preocupaban, el del transporte".
Nadie lo duda, las frecuencias son excelentes, las vías han sido reparadas y ofrecen a los trenes y pasajeros la aventura de un desliz permanente y sin culpa. Las conexiones del Underground (Subte) de Londres ya tenían el oro olímpico prácticamente desde siempre. No dejan espacios para huérfanos, no hay desprotegidos, no existe barrio londinense donde no aparezca en alguna esquina el clásico símbolo rojiblanco que indica al peregrino que está salvado, que en una ciudad inmensa y de una diagramación complicadísima, no tiene más que bajar unos cuantos tramos de escaleras y, a partir de una corta visualización de la telaraña de líneas interconectadas, podrá llegar sin problema alguno y en pocos minutos al paseo que sigue el rastro de Jack el Destripador, al Big Ben, a Oxford Circus o...adonde ahora, a espaldas del Alcalde rubio y exótico, una barcaza que en lugar de velas lleva los aros olímpicos, surca orgullosamente las tranquilas aguas del Támesis en dirección el puente de la Torre de Londres (Tower Bridge).
"Ahora nos falta superar a los chinos y a todos los demás en el alojamiento y comodidades de las delegaciones de atletas", continúa el Alcalde, un "tory" (Conservador) de pura cepa. A sus espaldas, cruzando el río, los turistas salen impregnados de la terrible historia de la Torre. Los instrumentos de tortura han despertado en sus mentes los alaridos desesperados de los infortunados prisioneros. El pasado se les ha vendio encima sin avisar. Qué lugar! En otro salón, las joyas de la Corona parecen cumplir el extraño papel de mitigar la huella de tanto dolor pretérito. Contradicción? Bueno, sí, puede ser, pero entonces tan sólo una de las miles contradicciones de una ciudad fascinante, multifacética, sopresiva, increíble.
Entonces el niño que salía con su familia de aquel impresionante edificio de piedra, miró a su izquierda y comenzó a tirar desesperado de la mano de su padre. "Miren, miren el puente, el puente se abrió para que pase la barcaza con los aros olímpicos!
El tránsito espera pacientemente a ambos lados del Támesis: norte y sur. La inmensa mole comienza a abrirse y los aros olímpicos se mecen sobre el Támesis hacia el este de la ciudad, donde la gente los saludará desde los remozados muelles impregnados de restaurantes, desde el centro mismo de la city londinense, desde la altura del Observatorio de Greenwich.
"Son nuestros, son nuestros, qué increíble, en julio de 2005 (cuando Londres ganó el derecho a organizar los Juegos Olímpicos de 2012) faltaba tanto, estaba todo tan lejos y ahora ya no falta nada!".
Ella, de raza negra, estaba en la sala donde en 2005 el veredicto quitó el aire de la atmósfera de La Tierra por unos segundos. Madrid era candidata número uno al oro, en todo caso París podía peleárselo: lo ganó Londres. Ella, junto a otros atletas británicos embajadores de la candidatura, terminaron saltando, llorando, riendo y abrazándose en millones de hogares del planeta que seguían la transmisión en directo y esperaban que la euforia se desatara en una península europea ubicada unos cuántos kilómetros al sur de Londres.
Ahora ella está a las puertas del edificio del Comité Olímpico, mientras Boris Johnson sigue hablando sin parar pero se olvida del tema de los precios del transporte, que es por lejos el más caro de Europa. Bueno, de todo no se podía acordar y menos aún de un tema misteriosamente tabú sobre el cual, al menos durante los últimos diez años, jamás se escuchó pronunciarse a político alguno, fuere del oficialismo o de la oposición. Después de todo será cuestión de afilar los bolsillos y sacarle punta a los pounds (libra esterlina).
Y ella grita a los cuatro vientos: faltan 149 días!!
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