Con las cosas planteadas en esos términos se acerca el final del primer período en el norte de Londres. En eso el pibe Garnacho recibe, se perfila y no duda en rematar al arco ahora defendido por el italiano Guglielmo Vicario, sustituto del eterno Hugo Lloris, de quien se dice que su futuro estaría en la Lazio de Roma. El tiro sale bien, tiene grandes posibilidades de colarse dentro del marco, allá junto al caño derecho.
Es como si la película se detuviera por un segundo mortal. El brazo derecho del mundialista Cristian "Cuti" Romero, inamovible central derecho de los Spurs, se extiende y en el mismo movimiento hasta se levanta, consiguiendo que la pelota rebote en su mano de modo que, en vez de meterse en el trampero, se pierde afuera haciéndole mimos al fierro derecho del arco local.
El árbitro es Michael Oliver, el uno sin discusión posible en el fútbol inglés. Sin embargo, pese a sus credenciales, no ve el claro penal. Es atendible: la rapidez de la acción, el hecho de que perfectamente su visual pudo ser obstruida por los cuerpos de algunos futbolistas u otras razones que puedan esgrimirse.
El oficial del Video Arbitraje para todo, el potencial tiro de esquina tarda en ejecutarse, todos en el estadio remodelado del Tottenham Hotspur esperan -resignados los locales, entusiasmados y expectantes los visitantes- que Oliver sea irremediablemente convocado al monitor sólo para que compruebe que de una u otra manera, con excusas atendibles o sin ellas, "se devoró crudo" un penal monumental.
El convencimiento general domina el estadio, también los confortables ambientes donde la familia está viviendo el partido con alma y vida, así como los pubs con decenas de televisores mostrando una incidencia en la que, como muy pocas veces, hay acuerdo tácito entre los hinchas de uno y de otro equipo. Es un penal enorme, hasta grotesco si cabe la expresión para hacerlo aún más gráfico.
Por todo eso, cuando Michael Oliver, en vez de la seña de que irá a ver la acción en el monitor, elige autorizar la ejecución del tiro de esquina, el estupor es tan grande que ni los futbolistas ni el técnico neerlandés del United, Erik Ten Haag, atinan siquiera a protestar.
El fuego se comenzó a encender en el post partido y en los días que siguieron al encuentro que finalmente los Spurs terminaron ganando por 2 a 0, ya que para Manchester United todo había terminado tras el despojo sufrido, por más que muchos, no sin cierta razón, atinaran a recordar las veces que los de Old Trafford han sido favorecidos por fallos arbitrales a lo largo y a lo ancho de la extensa historia del legendario y laureado club inglés.
Gran parte de la verdad de lo acontecido es que desde el principio, desde el instante mismo de su instalación, los árbitros ingleses han rechazado el VAR. Nunca lo quisieron porque no lo han tomado como una ayuda para su trabajo sino como un estorbo instalado en el camino de su petulancia, de su soberbia, del creerse y, lo que es aún peor, del saberse absolutamente intocables.
Y dentro de esta figura de monarcas sin corona, se destacan con nitidez dos nombres que aparecen como infinitamente más intocables que los demás colegiados: el propio Michael Oliver y el número dos de los árbitros ingleses, el "pelado" Antony Taylor. Debe entenderse, ante todo, que técnicamente hablando son dos excelentes árbitros y eso no admite discusión alguna.
También debe putualizarse que muy difícilmente un oficial VAR se anime a hacerles ver alguna vez a estas dos figuritas selladas del álbum arbitral inglés, que la han embarrado feo. Tal osadía, traducida en llamarles al monitor para hacerles notar un error, podría costarle muy caro al oficial en cuestión, quizás hasta un alejamiento definitivo de las pantallitas.
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