lunes, 19 de diciembre de 2011

Magia catalana

      "Papi, llevame al circo, dale, dale, quiero ir!" El nene sabe muy bien lo que quiere, no es tonto. Qué espectáculo singular, poblado de fieras tan sabiamente amaestradas que son capaces de crear los más inverosímiles pases malabares y sustituir a los equilibristas naturales, caminando a lo largo de una y mil cuerdas entretejidas sobre un gran rectángulo de color verde que hace las veces de la tradicional arena circular. Un circo raro, muy raro.
      Y los aplausos que tapan todo como una avalancha atronadora, las bocas que se abren formando gigantescas "O" en un éxtasis de asombro, los "pero cómo hacen?" que echan afuera miles de gargantas incapaces de dejar escapar más expresión que esa, sin esperar una explicación que todavía no nació para ser conocida. Porque la magia verdadera, no la "trucha", la barata, sino la que se precia de auténtica por ser patrimonio exclusivo de los auténticos profesionales de la prestidigitación, no viene envasada ni se vende en la farmacia. Simplemente es el alma de los genios y entonces los que no lo son, sencillamente no cuentan con la fórmula clave para descifrarla.
      El domador, responsable absoluto de la adecuada y sabia elección de las fieras protagonistas del espectáculo más grande del siglo, ya ni hace indicaciones porque nadie las necesita, tan bien aprendida está la lección, tan automatizados están los movimientos, tan perfectos salen los pases de magia, tan derretida está la multitud que no entiende muy bien cómo las fieras siguen inventando trucos nuevos, mientras apenas miran de reojo a la multitud para comprobar con gesto malicioso el efecto que está causando su actuación. Se relamen a la vez que saltan, festejan, juegan y, sobretodo y más que todo, disfrutan, gozan del espectáculo que ofrecen, tanto o más que los embobados espectadores.
      La pelota que hacen correr y saltar entre ellos parece estar también amaestrada. Tiene vida propia y vaya si la pasa bien con semejantes manipuladores. Ella se declara novia sin condiciones de cada una de las fieras que la dominan, la miman, la enloquecen, la acarician y la besan pero jamás, jamás la maltratan.
      Hace rato que Barcelona dejó de pertenecer al mundo del fútbol. Eso era antes, hace ya mucho tiempo, cuando todavía tenía rivales habilitados para complicarle el espectáculo, aunque más no fuera para pelearle el rol protagónico de la obra, algunos, los más, sin otro motor que la envidia hacia el primer actor, otros, los menos, con algunas armas potentes que hasta llegaban a ser realmente amenazantes.
      Pero eso es pasado y bastante lejano y borroso por cierto. En estos tiempos ir a ver el cruel juego del gato y el ratón que practica Barcelona, ya no es asistir a un partido de fútbol. Y si así fuera, dónde está el rival, la lucha, los dientes apretados, la tensión y la incertidumbre que enmarcan al resultado final? No, directamente el malabarismo del catalán se parece infinitamente más a una obra teatral cumbre, uno de esos musicales que permanecen durante décadas en cartel en los escenarios más encumbrados de Londres, New York o París.
      O a la magia del circo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario