jueves, 7 de diciembre de 2017

"EL LLANTO DEL TOPO GIGIO" y "LA CAJA DE CRISTAL"



EL LLANTO DEL “TOPO GIGIO” 

Aquel 13 de Julio de 1968 más de 60.000 montevideanos se sacudirían la modorra dominguera habitual, tomarían un rápido desayuno y se largarían como por un tobogán hasta el Estadio Centenario...a presenciar en vivo una final del Campeonato Uruguayo de Primera “B”, entre los hoy desaparecidos Huracán Buceo y Bella Vista, que venderían esa mañana la friolera de 53.583 entradas. 

Aquellos que transitaron activamente la ruta de los ’60, esbozarán una sonrisa nostálgica y el recuerdo les asaltará con decenas o quizás centenares de imágenes que desfilarán en tropel frente a sus ojos. Pero está muy claro que “los nuevos”, los que pretenden o bien hasta ansían informarse sobre la década que ocupa éstas líneas  y, a la vez, nunca han escuchado nada sobre el fenómeno social que, disfrazado de acontecimiento futbolístico, sacudiera al Uruguay durante todo el año 1968, se preguntarán “pero éste…¿de qué está hablando (o escribiendo)? ¿Un ‘Centenario’ repleto para una final de la ‘B’? ¿Está loco?” 

El Uruguay futbolero –bueno, el 90% del Uruguay- estaba loco, efectivamente, y hasta puede decirse que deliraba de fiebre ante la novelería que al principio significaba el gran “boom” de Huracán Buceo, habiendo ascendido desde la entonces llamada “Intermedia” (posteriormente Divisional “C”) al final de la temporada 1967 y pasando una especie de aplanadora sobre todos –o casi todos- los equipos que habían pretendido oponérsele en el torneo de la “B” del citado 1968. El club, con raíces justamente en el barrio Buceo, había nacido en el lejano 1937, fundado con el nombre de “Huracán”. En 1942, coincidiendo con el comienzo del uso del equipo que luego lo caracterizaría, es decir camiseta de colores negro, blanco y rojo, dispuestos en tres gruesas franjas verticales, combinada con pantalón y medias negras, el club sería bautizado con el nombre de Huracán Buceo, denominación que, según se dice, fue adoptada debido a la proliferación, por ese entoncces, de instituciones llamadas “Huracán”, a secas. 

Puede perfectamente asegurarse que el “tricolor de la playa”, como también se le denominaba, había tenido la fuerza de un torrente incontenible, antes de desembocar –y aquietarse- aquella mañana de primavera, en el gigantesco estuario del “Centenario”, colmado hasta la boca, como solamente lo había estado para los clásicos o para los grandes partidos de Copa Libertadores, Eliminatorias y Sudamericano de selecciones. Como dato anecdótico que pinta de cuerpo entero el volumen de la histeria colectiva provocada por aquel  “tricoplayero” que recién se abría paso a codazo limpio en el profesionalismo, cabe enfatizar que ese mismo domingo 13 de octubre de 1968, Peñarol, en su compromiso de la tarde por el Campeonato Uruguayo...terminaría convocando solamente a 3.000 personas al mismo coloso de cemento que, por la mañana del mismo día, desbordaba de aficionados. Increíblemente, pese a que el “boom” de Huracán Buceo había arrancado pasada la tercera parte de la temporada de la “B” y que la fiebre de la afición por ese fenómeno futbolístico era más que palpable y había subido hasta alcanzar picos insólitos, los directivos de ambos finalistas no habían puesto a la venta entradas con anticipación para aquella final. En contraposición con la imprevisión descripta, el Colegio de Arbitros había designado al mejor juez uruguayo de la época, el recordado Ramón Barreto Ruiz, antes y después de esa mañana, árbitro de mil batallas merecedoras de contar con su enorme categoría.  

La historia dice que la cola de aficionados para comprar entradas en las boleterías, era tan larga que llegaba hasta el Parque “Méndez Piana”, donde el local Miramar Misiones enfrentaba a Rampla Jrs., aunque meramente para cumplir con el fixture, en un partido atrasado por el mismo torneo de la “B”. Se deduce –y así sucedió por cierto- que un número considerable de personas conseguirían ingresar al Estadio recién cuando transcurrían unos 20 minutos de juego y Bella Vista se imponía ya por 2 a 0, con goles de sus dos puntas, Franqui y “Pirincho” Pérez. Esa manana Javier y la “banda” estaban en la Amsterdam y, como casi todos los uruguayos y el Estadio entero, salvo unos pocos y solitarios “papales”, eran “hinchas” de Huracán Buceo. Claro que en el caso de esos muchachos, el objetivo era también observar los movimientos del “Pirincho” Pérez en un ámbito y entorno muy diferente, por cierto, al de la Liga del barrio, donde era la estrella indiscutida de un club llamado “Jacobo Rousseau” y, a la vez, por lejos el mejor futbolista de esa Liga, cuyas dos canchas se tuteaban con las rocas del Río de la Plata. Ese tipo de situaciones todavía se daba en los ’60, aunque esa sería una de las últimas décadas en que “el profesionalismo en alpargatas”, que permitía a un profesional jugar de callado en un equipo barrial, mantendría una presencia viva en las canchas del fútbol uruguayo. La cuestión es que el “Pirincho” fue uno de los directos responsables que aquella mañana de domingo, en la primavera de 1968, casi todos los que habían colmado el “Centenario” se retiraran cabizbajos y hasta, en muchos casos, llorosos, dejando atrás el recordado “suben las papas, suben los limooones y del Buceo suben los campeooones...” El duelo entre dos clubes que no habían jugado en la “B” durante la temporada anterior, la de 1967, porque el popular “Hura” estaba en la “Intermedia” y el “papal” en Primera División hasta que al final una moneda decidiera su descenso, se terminaba de definir en favor del cuadro que había mostrado más tranquilidad y oficio para enfrentar aquella gran final.  

En realidad muy pocos se habían dado cuenta antes, de la presión, a la postre insoportable, que había sufrido ese equipo de Huracán Buceo en las horas previas a la final. La eufórica y multitudinaria reacción popular ante el auténtico fenómeno que había significado el equipo del Buceo, con actuaciones descollantes durante la que era su primera temporada en la “B”, prácticamente mirando siempre por sobre el hombro a su historia en la “Intermedia” y, más aún, en el fútbol amateur, se había transformado para los futbolistas en una “mochila” muy pesada como para llevar a buen puerto. En el otro rincón Bella Vista tenía para perder el disgusto que se llevarían sus pocos pero fieles hinchas si no se lograba el retorno a Primera División, luego de haber descendido por el capricho de una moneda en la temporada 1967.  En conclusión, esos futbolistas de Huracán Buceo sabían que, si no conseguían el objetivo, decepcionarían a una cantidad inverosímil de personas que, de repente, casi como de la nada, como en un pase de magia, se habían declarado hinchas del club. Y fue mucho para ellos, cuya gran mayoría jamás había pisado el césped del Estadio Centenario y, si alguna vez habían imaginado hacerlo, jamás se les hubiera pasado por sus cabezas que sería con 60.000 personas en sus tribunas.  

Efectivamente, el llamado “Fenómeno Huracán Buceo” había inyectado tal dosis de novelería en el pueblo futbolero, que si alguien se encontraba en cualquier esquina con un amigo o un conocido que desde siempre había sido hincha de Nacional o Peñarol, podía perfectamente escuchar de sus labios un “¿sabés que me hice hincha de Huracán Buceo?” Ante tal confesión, la reacción sería con un inevitable “pero vos...¿no eras de Peñarol?” Y la respuesta más frecuente a ésto último era un “bueno, sí, claro, claro...pero ¿te digo la verdad? hoy me tira más el Hura che”. El símbolo adoptado por la nueva multitudinaria hinchada del “Hura” sería el “Topo Gigio”, un ratoncito de dibujos animados, con un tono de voz ronco y agudo a la vez, muy particular, que le televisión italiana había lanzado a la fama a principios de aquellos ’60 y que había alcanzado notable éxito en la TV latina, específicamente en la hispana y en la sudamericana. De ese modo, en cada cancha de la “B”, las banderas de Huracán Buceo y los trapos con el “Topo Gigio” enfundado en los colores playeros, predominaban en las tribunas por sobre cualquier hinchada, aunque fuera la del club locatario en la oportunidad. 

Aquel “Hura”, con miles y miles de hinchas surgidos de la nada, representó un auténtico convocador de masas, reflejó un sentimiento social sin explicación –al menos aparente- y también motivó, inclusive, que algunos psicólogos uruguayos pretendieran estudiar la situación creada, como un fenómeno social nunca visto antes en el Uruguay. Obviamente, pese a que el “tricoplayero” lograría el ansiado ascenso a la “A” al final de la temporada siguiente, luego de vencer a Wanderers en el “Parque Artigas” de Las Piedras, donde por entonces el “bohemio” oficiaba de local a título experimental, para entonces su fogosa hinchada se había reducido a menos de la mitad. Inclusive, durante su primera incursión en Primera División, en 1970, obteniendo al final de la misma un fantástico tercer puesto tras una gran actuación, en una época en que ningún club menor “le pisaba el palito” a los dos grandes, su parcialidad se había reducido a un grupo de gente del barrio, muy bullanguera, que hacían flamear las banderas del club y las del “Topo Gigio”, mientras seguían entonando las canciones que habían visto la luz en el que ya parecía un demasiado lejano 1968: “viene soplando un ‘Huracán’ desde la playa...”   



LA CAJA DE CRISTAL 

Cambiame el comercial para la próxima tanda porque no llego, todavía estoy en el ‘4”. La impagable frase, extractada de una página web, corresponde a un ex-trabajador de Canal 12 y resume con una contundencia inigualable lo que era la incipiente televisión uruguaya de aquellos ’60. Precisamente, uno de los veteranos de entonces, el periodista de Turf de Teledoce, José Angel Tuana, se encargaría de bautizar de una forma fantástica al nuevo aparato que toda la familia miraba como hipnotizada cada tarde y cada noche desde el living de su casa, sin saltearse jamás ninguna jornada. Tuana solía despedirse hasta el otro día, tras su intervención de cada noche en el noticiero del “12”, en éstos términos, palabra más, palabra menos: “...y nos vemos mañana, a esta misma hora, cuando mi imagen vuelva a aparecer frente a ustedes desde la ‘caja de cristal’”. 

Cambiame el comercial para...”. Probablemente aquellos que no vivieron la época, se pregunten qué significa la frase con la que arranca este capítulo y, en éstos casos, la respuesta les sorprenderá hasta la incredulidad: es que en los trabajosos arranques de la televisión en Uruguay, desde su inauguración, el 7 de diciembre de 1956, pasando por casi toda la década de los ’60, los entonces llamados reclames eran emitidos en vivo desde los estudios del canal. De ese modo, el “Gordo” Del Valle (Carlos) se comía los postres del “Emporio de los Sandwiches”, cada vez que le tocaba salir en la tanda comercial. Asimismo el carismático locutor era también el encargado de presentar, también en vivo, la serial americana “El Llanero Solitario”, para lo cual al tiempo que simulaba desenfundar un revólver y apuntaba con su índice al foco de la cámara, gritaba “¡ahoraaaa el Llanerooo pa,pa,pa (los tiros simulados)Solitarioooo!”. Y todo era así, aquellos pioneros lo hacían todo a pulmón y a pura voluntad, corriendo invariablemente con el riesgo de que las cosas salieran mal y quedaran “pegados”, para emplear una expresión popular sumamente gráfica para la ocasión. A decir verdad muchas veces esos auténticos héroes de la “caja de cristal” quedaban realmente desairados ante la teleaudiencia, tras un “bache”, un “gaf”, un “blooper” o como prefiera llamársele, pero ello era completamente inevitable porque la perfección no era, no es, ni será jamás una de las cualidades del ser humano. Las cosas salían o no salían, pero no había segunda oportunidad posible, nada se grababa, el video tape era aún un sueño remoto. 

Era como ir a la guerra con un escarbadientes, pero eso no le importaba a Américo Torres cuando debía salir al aire con su comercial de los televisores marca “Philips”, o a Imazul Fernández, mientras se debatía entre los reclames y su tarea de informativista en los primeros tiempos de Canal 4, antes que el inolvidable Carlos Giacosa marcara toda una época al frente de los noticieros de Montecarlo Televisión. Y bajo esas premisas salía al aire una joven Cristina Morán, como mostrándole a sus oyentes de Radio Carve, que la voz que les hablaba a través del éter cada día, era tan sólo  uno de los atributos de una mujer bonita por demás, tal como lo eran también Lila González y Marisa Montana, cuyos rostros y contornos tardarían muy poco más que Cristina en invadir los livings de los uruguayos, apareciendo desde dentro de la “caja de cristal”. Mientras tanto la inconfundible voz de Homero Rodríguez Tabeira, un émulo de los eternos Rolling Stones, ya que en ambos casos la perpetuidad parece ser la marca en el orillo, se escuchaba con imagen incluída, encarando varios cortos publicitarios, por cierto más de medio siglo mayores que el actual “5 de Oro”. 

La mayoría de los locutores televisivos habían arrancado su carrera en radio y estaban dando un salto de calidad a la entonces llamada pantalla chica sin dejar necesariamente su actividad original, pero otros, los más jóvenes, habían surgido junto con la televisión, desde el mismo momento en que a las 18:30 horas de aquel 7 de diciembre de 1956, Raúl Fontaina (hijo), desde un galpón de chapa ubicado en lo que luego fuera el Cilindro Municipal de Montevideo y enfocado por una cámara que pesaba la barbaridad de 90 kgs., anunciara con voz solemne, previo a la entonación del Himno Nacional: “Señoras y señores, a partir de éste momento CXATV Canal 10 Saeta, está en el aire para todo el Uruguay 

También había presentadores, faltaba más, y en su especialidad era muy difícil ganarle al simpático y canchero Miguel Angel Viera y sus concursos de belleza de “Miss Uruguay”, que clasificaban a la más bella para participar en “Miss Universo”. Claro que en programas de preguntas y respuestas, siempre en vivo y en directo como mandaban las generales de la ley, el enorme Isidro Cristiá no tenía competencia posible. A su “Doble o Nada con Mejoral”, auspiciado también por “Licores Tres Plumas” y “Medierías Si-Si”, honestamente no había con qué darle. Era impactante observar cómo el conductor se desesperaba cuando la pregunta era aparentemente sencilla y el/la participante no la sacaba de entrada, hasta que Cristiá largaba un dicho que terminaría siendo un sello estampado en todos sus programas: “¡Fácil y de ingenio, vaaamos!”. 

El fútbol nuestro de cada día estaba en ese entonces a años luz de depender de una televisión que peleaba por consolidarse, utilizando armas muy limitadas, con recursos técnicos casi primitivos, causa fundamental para que, como ya ha sido explicado, hasta las tandas publicitarias tuvieran que ser emitidas en vivo. Por eso cuando los informativos alcanzaran la hazaña de poder emitir en diferido los goles del fin de semana, tal acontecimiento sería tomado como un punto de partida para incursiones mayores de la novel televisión en el deporte más popular del planeta. Recién sobre el final de la década, las finales de la Copa Libertadores y el Mundial de México ’70, serían la piedra fundamental, el basamento para el papel clave que hoy la TV juega en el fútbol de entre casa, al punto que sin el producto de la venta de los derechos televisivos, el fútbol uruguayo actual, al igual que sucede en todo el mundo, no sería viable. 

De todos modos, en aquellos ’60 ya existían algunos programas deportivos relevantes, de los cuales se destacaban “Glorias Deportivas” y otro de los “eternos” de la lista, “Estadio Uno”, que saliera al aire en julio de 1970, el último año de la década, dirigido ya por un extrovertido Julio César Sánchez Padilla, por entonces conocido en el ambiente deportivo como un exitoso ex-árbitro de básquetbol, con participación en los Juegos Olímpicos de Roma 1960 y de Tokio 1964. Por su parte “Glorias Deportivas” también era en la época un programa radial muy exitoso que se emitía por CX24 La Voz del Aire, que se autobautizaba como la radio deportiva del Uruguay. En radio la audición había contado con la participación destacada de los ex-futbolistas Dalton Rosas Riolfo, Guido Bastarrica y nada menos que el gran “Vasco” Cea. Por más que trasladado a la “caja de cristal” el programa había convocado a figuras estelares del periodismo deportivo, tales como el mismísimo don Carlos Solé, el relator por excelencia de la historia de la radiodifusión uruguaya, en su nuevo ámbito no llegaría a consolidarse nunca y sería levantado muy rápidamente. 

El inigualable “Telecataplum”, de Teledoce, cuyos libretos estaban escritos por los hermanos Daniel y Jorge Scheck, bajo el seudónimo de “Los Lobizones” debido a que el programa se emitía los viernes, sería el rey indiscutido de los programas cómicos en la década de los ’60. En él se forjarían mimos que luego, con variantes en la integración de los elencos, harían humor a través de otros programas que emitirían diferentes canales y cruzarían el Plata para ser difundidos por la entonces poderosa televisión argentina, como “Jaujarana”, “Comicolor”, “Hiperhumor” y “Hupumorpo”. Insólitamente “Decalegrón”, que se mantuviera por un cuarto de siglo en las pantallas de Saeta TV Canal 10, nunca sería conocido en la vecina orilla. Artistas increíbles, de la talla de Emilio Vidal, Ricardo Espalter, Eduardo D’Angelo, Raimundo Soto, Henny Trayles, Gabriela Acher, Alfredo De La Peña, Andrés Redondo, Julio Frade, Berugo Carámbula y Enrique Almada, entre muchos más, inauguraríaTelecataplum” y luego desfilarían por toda esa ramificación de programas que seguirían su línea de un humor hasta entonces desconocido, basado en chistes inteligentes, con grandes cuotas de ingenio y sátira. En pocas palabras, el estilo cómico que inaugurara “Telecataplum” en el lejano 1962, de bobo, como era por ejemplo el argentino “Viendo a Biondi”, no tenía nada, pero de ordinario, como lo serían muchos de los que luego cruzarían el charco, tampoco tenía nada. 

La televisión infantil estaba representada básicamente por el “Capitán Cañones”, personaje interpretado por “Cacho” De La Cruz, quien junto al animador argentino Alejandro Trotta, ya comenzaba paralelamente con el “Show del Mediodía”. Los programas de sello netamente periodístico, tenían al gran Gustavo Adolfo Ruegger y a su esposa, Sarita Otermin, como líderes indiscutidos, fundamentalmente a través de un especial denominado “Mediodía con usted”. A su vez los programas musicales y de variedades tenían también su encabezado en el super-exitoso “Discodromo Show”, de Ruben Castillo. Ya en un rubro puramente musical, destacaba el “Guitarreada” de Canal 4, conducido por el exitoso Jorge Luis Orstein. Finalmente, en una mezcla de circo y deporte, aparecían en la pantalla chica, importados desde la vecina orilla del Plata, los primeros programas de “Titanes en el Ring”, con el inefable Martín Karadagián y su admiradora “La Viudita de las Flores Rojas”, además de “El Caballero Rojo”, “La Momia”,  el misterioso “Hombre de la Barra de Hielo” y toda una pléyade de personajes que, cada domingo por la mañana, hipnotizaban a los niños de la época. 
  
Curiosamente se veían muy pocas películas, los por entonces llamados largometrajes, en un tiempo en que el cine todavía mantenía salas enormes, como es el caso de la más grande de ellas, correspondiente al “Gran Cine Censa”, situada en 18 de Julio esquina Magallanes. Aún destacaban por su volumen el ex-teatro “18 de Julio”, el “Gran Cine Plaza”, el “Cine Central”, el “Gran Cine Rex”, el “Cine Coventry”, el “Cine Ariel”, el “Cine Iguazú” y muchos más ubicados, como los anteriores, en pleno centro de Montevideo, además de una cantidad innumerable de salas barriales y de todas las que se llenaban cada fin de semana en las distintas ciudades del Interior del Uruguay. En medio de ese panorama cinematográfico tan real y palpable, la diferencia en favor de la recién nacida televisión, resultarían ser las seriales norteamericanas ya que, curiosamente, los enlatados argentinos aún no habían adquirido en los ’60, la fuerza enorme y abrasadora que tomarían en décadas posteriores. 

Y en honor a la justicia podría asegurarse tajantemente que, al menos en Uruguay, las seriales llegarían a acumular audiencias casi inconcebibles en esos primeros tiempos de televisión. Muchas de ellas resultarían realmente inolvidables para quienes transitaron los ’60, pero nombrarlas a todas sería francamente imposible. Algunas de ellas estaban ambientadas en el “Lejano Oeste”, otras eran de corte policial, muchas eran comedias, en un repertorio variado hasta lo inimaginable. En aras de seleccionar aunque fuere una ínfima cantidad dentro de ese abanico gigante, podrían figurar “Ajedrez Fatal”, “La Ley del Revólver”, “Laramie”, “Aventuras en el Paraíso”, “Intriga en Hawai”, “Combate”, “Bonanza”, “Caravana”, Cheyene”, “El Fugitivo”, “El Llanero Solitario”, “El Santo”, “El Show de Lucy”, “El Show de Dick van Dyke”, “77 Sunset Street”, “El Virginiano”, “El Zorro”, “Los Intocables”, “La Caldera del Diablo”, “La Ciudad Desnuda”, “Lasssie”, “Los Locos Adams”, Misión Imposible”, “Mister Solo” y “Rin Tin Tin”. 

En la “barra” de Javier, como en tantas otras, no todos los chicos tenían un aparato de televisión en sus casas ya que, en los ’60, la familia tenía que estar realmente bien en lo económico para aspirar a poseer una “caja de cristal” en el living de su vivienda. Si bien esa no fue una década especialmente crítica y menos aún de miseria, como en todos los tiempos en el Uruguay –y en el mundo también- siempre hubo gente pudiente y otra que debía rascarse los bolsillos para llegar a fin de mes. Además la generación que creció y se desarrolló en los ‘60, como muy bien lo atestiguan las andanzas de Javier y su “banda”, era gente acostumbrada a la vida al aire libre, independientemente de los estudios o el trabajo que le daban la razón de ser a cada uno. En buen romance, por más que la novelería de la televisión atraía y mucho, pasado el primer envión, el adolescente o el joven volvía al “picado” de cada día, a juntarse con los amigos en la pizzería de la esquina y los sábados de noche, infaltablemente, el cumpleaños de 15 de turno esperaba implacable. Si después de todo eso, además de estudiar o trabajar, quedaba alguna horita libre, quizás se eligiera el buscar la casa de algún amigo o vecino cuya familia tuviera “Caja de Cristal” en el living y compartir con ellos el programa favorito de la jornada. 

Pero sólo quizás... 

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