lunes, 16 de septiembre de 2019

Brexit: Destrucción Masiva - Parte 1

Introducción

La intención manifiesta de estas líneas es explicarle al lector en dos partes, lo más claramente posible, el complejo entramado del Brexit.

Es justamente por eso que recurriré a los primeros actores de esta obra casi surrealista que divide hoy a Gran Bretaña, de tal forma que jamás lo ha estado este país, al menos dentro de lo que se puede llamar su historia moderna. Dichos primeros actores no son otros que los Primeros Ministros de la nación, desde que el tan mentado Brexit estaba aún en ciernes, cuanto todavía era una difusa sombra, teóricamente incapaz por ese entonces de representar una amenaza para la sociedad británica.

Ellos, los tres, tienen algo en común: su ambición política. Por ambición política David Cameron hizo estallar la bomba que hoy destruye a su país. Por ambición política una "Remainer" como Theresa May, quien había sido parte activa de la campaña para que el Reino Unido permaneciera en la Unión Europea, ante la renuncia indeclinable de Cameron levantó la mano y dijo "Yo, yo puedo sacar al país de la U.E." y terminó mordiendo el polvo de un fracaso tan estrepitoso como humillante. Por ambición política Boris Johnson fue un adalid de la campaña de salida a la que utilizó simplemente como trampolín para encaramarse en el cargo de Primer Ministro: fracasó al principio pero su tesonera ambición política hizo que terminara consiguiéndolo más tarde. Porque el Brexit no es sino una triste consecuencia de la desmedida ambición política.

La utilización de la primera persona del singular, a la hora de describir el melodrama de de cada uno de los tres Primeros Ministros involucrados, de una u otra manera, en el proceso del llamado Brexit, se da únicamente para clarificar el panorama lo mejor posible para lectores que vienen de realidades completamente diferentes a la que ha establecido esta suerte de "monstruo" que asola a las Islas Británicas y que amenaza con destruir una de las economías mas fuertes del planeta y, por el dichoso pero irreversible efecto dominó, a las de los 27 restantes países que componen la Unión Europea.

A la vez, esta singular forma elegida para describir los acontecimientos de cada época, aspira a que el lector no sólo los reciba con mayor claridad, sino que al mismo tiempo consiga, dentro de los límites que marca una historia tan intrincada como esta, disfrutar de una lectura lo más amena que sea posible.

Es bueno precisar que las opiniones vertidas dentro del proceso informativo del tema, no son obviamente las de los personajes reales en los que se camufla el autor, sino justamente las del propio narrador.


Yo, Cameron

En junio de 2010 entré por primera vez  como inquilino en el número 10 de Downing Street, recuperando así el gobierno para mi Partido Conservador luego de muchos años, demasiados tal vez, de ostracismo político, testigos ellos de la "Era Blair (Tony)" primero y de la "Era Brown (Gordon)", después. Tony había llevado al país de la mano a una guerra (Irak 2003) tan inútil e infame como injusta, sólo para mantener la tradicionalmente sólida alianza con los Estados Unidos de América. George W. Bush lo había empujado y Tony había caído en la trampa sin siquiera chistar. Su carrera política se derrumbó para siempre, por más que hoy su voz y su perfil resurjan cada tanto defendiendo con uñas y dientes la permanencia del país en la Unión Europea. Nadie lo escucha, pero en todo caso cuanto más insiste en sus apreciaciones, consigue entre la opinión pública el efecto exactamente contrario al buscado.

Gordon (Brown) no hizo un buen gobierno y, en cambio, puede decirse que colocó una elegante alfombra roja al frente del número 10 de Downing Street para que en junio de 2010 yo entrara en la casa con toda pompa junto a mi esposa Samantha y a mis adorados hijos.

Lo cierto es que en realidad yo la tenía muy difícil, ya que no había conseguido en las urnas la mayoría parlamentaria imprescindible para gobernar con la mínima dosis de soltura y tranquilidad, así que no me quedó más remedio que forzar una coalición de gobierno con el Partido Liberal Demócrata, históricamente la tercera fuerza política del país, pero tradicionalmente mucho más cercana ideológicamente al Partido Laborista -nuestros enemigos políticos- que a mis amados "Tories" (Partido Conservador). Así las cosas el entonces líder de los Liberales Demócratas, Nick  Clegg, pasó a ser el Primer Ministro Alterno ("Deputy Primer Minister") y, en teoría, yo había conseguido la tan ansiada mayoría parlamentaria, imprescindible a la hora de gobernar.

Aquello simplemente no funcionó, como muy pocas veces funciona todo lo que se edifica sobre bases endebles. Fue como levantar un edificio sobre arenas movedizas. En general las cosas forzadas nunca tienen éxito y esa alianza hecha "con fórceps" no fue precisamente la excepción a la regla que yo necesitaba. De esa manera muy pronto surgieron desavenencias en temas claves y en múltiples ocasiones la coalición dejó de ser tal, por lo cual las fisuras se multiplicaron y se transformaron en auténticas grietas.

Nick Clegg y su Partido Liberal Demócrata perdieron también credibilidad entre sus adeptos y afiliados, algunos de los cuales llegaron a tildar de "traidor" a su líder. En las elecciones generales de 2015 esta fuerza política sufrió una de las peores votaciones de la historia. Milagrosamente, en dichos comicios Clegg consiguió -a duras penas- mantener su banca en el Parlamento, pero dos años después, tras las elecciones convocadas para junio de 2017 por la entonces Primera Ministra Theresa May, la perdió definitivamente.

Corría 2014, faltaba sólo un año para los comicios de 2015 y yo tenía que pensar rápidamente en algo que me llevara a obtener la mayoría parlamentaria que me había sido esquiva en aquel 2010, que aprecía tan lejano y tan cercano a la vez, habida cuenta de la llaga viva que me había dejado la frustrada coalición con los Liberales Demócratas de Nick Clegg.

Por ese entonces cobraba inusitada fuerza en el país una corriente de opinión  que pretendía a toda voz que el Reino Unido se escindiera de la Unión Europea, basándose en las altas contribuciones que exigía a sus miembros el organismo continental, pero principalmente en la necesidad para ellos perentoria de frenar el incesante flujo inmigratorio que venía acrecentándose sin pausas año tras año, desde mediados de los '90 hasta aquel presente.

"Recuperar nuestra identidad y nuestros valores como país", "Volver a ser nosotros mismos" o "recuperar para los británicos nuestros puestos de trabajo" (aunque difícilmente un británico se avenga jamás a realizar ninguno de los "trabajos sucios" que hace el inmigrante), eran solo algunas de las consignas empleadas por estos auto denominados "Euroescépticos", mayormente políticos del ala de la extrema derecha quienes, con argumentos tan baratos e irreales como sus consignas, pretendían convencer por un lado, a una masa poblacional de muy bajo nivel cultural y, por otro, a gente de edad avanzada, en cuyo caso utilizaban la utopía de que, al independizarse de la Unión Europea, el Reino Unido volvería a sus más lejanas tradiciones y así los "veteranos" vivirían de nuevo en aquel país que habían disfrutado durante su niñez y su adolescencia. Obviamente no detallaban plan alguno para la tal escisión del bloque, simplemente porque no lo tenían ni se les caía siquiera una idea de cómo conseguir su utópico objetivo.

En aquel 2014 este grupo de presión no parecía numeroso ni demasiado peligroso. En cambio el grueso de la clase política consideraba unos simples "locos sueltos" a quienes lo componían. Sin embargo para mi ellos representaron la inspiración que me condujo a la solución de mi problema. Aposté a que, por ese entonces, habían convencido a un número de personas suficiente como para que en las elecciones generales de 2015 yo pudiera conseguir la mayoría parlamentaria tan anhelada. El Partido Laborista, como siempre nuestro principal opositor, permanecía profundamente dividido y así las cosas, yo estaba seguro de que sería nuevamente el inquilino del número 10 de Downing Street, mas no podía arriesgarme a tener que recurrir de nuevo a una coalición forzada como la de 2010.

Así fue que simulé ceder a la presión de ese grupo de extrema derecha y les prometí que, si salía nuevamente electo en junio de 2015, llamaría a un plebiscito para junio de 2016, con las opciones de permanecer ("Remain") o salir ("Leave") la Unión Europea. Por entonces no sabía en la que me metía, pero tras los comicios de 2015 había logrado la mayoría parlamentaria que tanto necesitaba para gobernar. Paradojalmente, mientras la opinión pública y la prensa de mi país mostraban al mundo la gigantesca sorpresa que les causaba que hubiera obtenido una mayoría parlamentaria que nadie esperaba, yo comenzaba a pensar muy seriamente en la cantidad de gente que esos extremistas habían convencido para su causa, como para que hubieran incidido en forma tan determinante en un resultdo harto favorable para mis intereses políticos.

En fin, se los había prometido y entonces tuve que anunciar el llamado a plebiscito para junio de 2016. Claro que, después de ese anuncio, comencé una campaña denodada al principio, desesperada luego, en favor de que mi país permaneciera en la Unión Europea. Para entonces la campaña del "Leave" (Salir) ya tenía nombres propios como el de Nigel Farrrage, líder del UKIP, nuevo partido de extrema derecha que, sorpresivamente, había conseguido una excelente votación en las elecciones generales de 2015. Farrage había enarbolado la bandera del anti europeismo, mucho más que por convencimiento propio, con el fin de consolidar el auge inesperado de su nuevo partido, por entonces el "chiche" de los ultra derechistas del país. Con el tiempo este político fue transformándose rápidamente en un verdadero fanático de la causa anti europea, creando un nuevo Partido Político al que denominó Partido del Brexit y siendo odiado como pocos en los círculos de Bruselas, sede de la Unión Europea.

El otro nombre propio que fue adalid en la causa anti europea fue el del actual Primer Ministro Boris Johnson, quien había sido durante muchos años el Alcalde de Londres. Lo era inclusive cuando en 2012 la capital del Reino Unido fue sede de los Juegos Olímpicos. Difícilmente cabía esperar que alguien que fuera en el pasado reciente Alcalde de la ciudad mas pro-europea del país, un lugar en el mundo donde Europa respira por todos sus poros, se descolgara con semejante despropósito de liderar una campaña para que el país se desligara de la Unión Europea, pero lo cierto es que así fue y su trabajo, así como el de su por entonces compinche, Nigel Farrage, fue sucio por demás. Ambos le mintieron a la gente hasta lo inverosímil, extendiendo una gigantesca cáscara de banana a lo largo y ancho del Reino Unido, para que el público la pisara, resbalara y se diera el porrazo de la historia. Y de tener planes de salida, ni hablar. Ninguno de ellos tenía la más mínima idea de cómo hacerlo, pero tampoco les preocupaba porque sus objetivos eran otros, muy distintos, guiados por la ambición política.

Claro que para los pensantes estaba clarísimo que Johnson, quien mientras fue Alcalde de Londres jamás se manifestó en contra de la Unión Europea y, menos aún, a favor de una escición de su país de dicho bloque continental, tenía intenciones ocultas detrás de su campaña por el "Leave" (Salir). Mi amigo Boris mostraba, ya por ese entonces, su propósito firme e inquebrantable de pedir mi desalojo como inquilino del número 10 de Downing Street y ocupar él mi lugar. Eso estaba tan claro que ni él mismo se preocupó demasiado en ocultarlo.

Yo intenté por todos los medios a mi alcance disuadir a la gente de votar por la opción de salida. La campaña de mi gobierno fue tan intensa y desgastante como la realizada para las elecciones generales, o quizás lo fué aún más. Encendí la alerta roja de "Peligro" para que llegara a iluminar hasta los rincones más remotos del país.  Los sectores de prensa que apoyaban la salida llegaron poco menos que a pedir mi cabeza debido al gasto que insumió la campaña para permanecer en Europa, sobre todo cuando mandé imprimir e hice llegar a cada uno de los hogares del Reino Unido un librito en el que se detallaban todos los enormes perjuicios que ocasionaría al ciudadano común la salida del bloque. Todo fue en vano, el daño estaba hecho.

Yo no podía creer y menos aún tolerar que mi propia ambición política hubiera llevado al país al borde del abismo, pero ya era demasiado tarde. Me vi tirado a la vera del camino y, por todo equipaje, yacía a mi lado una inmensa bolsa cargada con una buena dosis de...mayoría parlamentaria. Inútil mayoría parlamentaria, por cierto. Ya no me servía para nada. Porque renuncié, claro, no podía hacer otra cosa.

"Lo siento, les fallé", tal cual titula el The Times a la entrevista que le concedí el sábado 14 de setiembre de 2019.

(Parte 2 - Lunes 23 de setiembre de 2019)

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