lunes, 23 de septiembre de 2019

Brexit: Destrucción Masiva - Parte 2

Yo, May

Me cuesta mucho imaginar mi vida sin la política. Milito casi desde que era una niña. Conocí a Phil May, mi esposo de siempre, dentro de la vida político-partidaria. No pudimos tener hijos y entonces adoptamos como tales a cada uno de nuestros quehaceres de la actividad proselitista. Vivo para la política, ella es todo en mi existencia, convive con mi diabetes y con la insulina que me inyecto a diario.

Fui Ministra del Interior ("Home Office Secretary") desde que mi Partido Conservador retomó el poder en 2010. Durante esa época siempre fui reacia al fenómeno de la inmigración sin límites ni pausas que suponía el ser un país miembro de la Unión Europea, aunque por otro lado también tenía claro que necesitábamos a los inmigrantes, ya que para los trabajos que ellos hacían los británicos no formaban precisamente "cola" para ser entrevistados. En ese entonces, pese a ese sentimiento de aversión hacia la inmigración masiva y descontrolada, obviamente no podía hacer nada al respecto y ni siquiera pude cuando sorpresivamente en el plebiscito de junio de 2016 ganó la opción de salir de la Unión Europea ("Leave"), ya que antes, fiel a la línea de mi partido, había respaldado a David (Cameron), en la campaña por la permanencia en el bloque pese, reitero, a mi notoria inclinación anti inmigratoria.

Sin embargo, tras la renuncia de David Cameron acontecida en junio de 2016 no bien se conoció oficialmente el resultado del plebiscito, ese rechazo a la inmigración masiva que yo sentía desde que se inició ese proceso allá por la década de los '90, jugó un papel determinante, junto a mi ambición política y humana, faltaba más, de encaramarme como Primera Ministra de Gran Bretaña, a la hora de levantar la mano con decisión, como gritando imaginariamente a los cuatro vientos: "¡yo, yo, yo puedo guiar a mi país fuera de la Unión Europea, yo soy la persona indicada para hacer cumplir la voluntad de ese 52% que votó por independizarse del bloque continental!"

BREXIT. Mi elección como Primera Ministra en 2016 sobrevino cuando los restantes postulantes para el cargo fueron renunciando en serie ante la certeza de que mi candidatura contaría con una mayoría abrumadora entre los diputados "Tories" (Conservadores). Ni siquiera fue necesario recurrir al sufragio de los 160.000 afiliados al Partido en todo el país, simplemente porque al final del proceso y tras algunos cabildeos, quedé yo sóla con mi candidatura.

En mi alocución de toma del mando, con la famosa puerta del número 10 de Downing Street como telón de fondo, una de la primeras cosas que dije fue: "¡Brexit means Brexit!" ("¡Brexit significa Brexit"!). El tono que empleé en esa brevísima sentencia fu cortante, firme, seguro. Poco, muy poco tiempo después, descubrí que en aquel momento tan sublime y soñado para mi, simplemente no sabía lo que decía y, menos aún, en el baile en el que me había metido.

CALVARIO. Comenzaban allí casi tres largos e interminables años de negociaciones con Bruselas (capital de la Unión Europea). Al principio se encargó de las conversaciones David Davies, a quien yo había nombrado Secretario del Brexit. Su interloocutor, representando a la Unión Europea, fue Michel Barnier, quien aún hoy sigue en su rol, aunque actualmente más compartido con otros "mandamases" del bloque. Entre todos sobrellevan como pueden el calvario del Brexit.

Sin embargo en aquel segundo semestre de 2016 parecía que las negociaciones avanzaban aunque, justo es remarcarlo, con extrema lentitud. Con el correr del tiempo fui tomando personalmente las riendas de la situación debido, por un lado, a la complejidad creciente del tema y, por otro, a la resistencia cada vez más creciente y enconada de nuestro Parlamento. La Casa de los Comunes terminó de hacerse definitivamente fuerte en el tema "Brexit" cuando, en diciembre de 2016, la empresaria y activista Gina Miller, ferviente europeista, obtuvo un fallo favorable de la Suprema Corte de Justicia, la cual dictaminó, en forma irrevocable, que la palabra final sobre la forma de salida de a Unión Europea la tendría el Parlamento británico y no el Poder Ejecutivo, representado por mi y por mi gabinete ministerial. Estaba claro por demás: yo dependía del Parlameno y este tenía "la sartén por el mango" en el asunto "Brexit".

ABBA. Mis viajes a Bruselas se sucedieron con una continuidad inusual, pero cuando creía llegar a una solución algo se atravesaba en el camino y tenía que volver a empezar. Sin embargo la noche en que el acuerdo cristalizó con Jean Claude Juncker, presidente del Consejo de la Unión Europea, en el momento en que yo salía al escenario para emitir una eufórica alocución, los parlantes emitieron a toda voz los acordes de la canción "Dancing Queen" (Reina Bailarina), del grupo sueco ABBA, ante lo cual no se me ocurrió mejor idea que acompasar mi alegría con el ritmo de la música y subir bailando al escenario, antes de emitir aquel discurso en que anunciaría, eufórica, los detalles del tan anhelado acuerdo con Bruselas para la salida del Reino Unido del bloque continental.

Pocas horas duró mi alegría. Al regresar a Londres el Parlamento me quitó, sin piedad alguna, la euforia de aquella noche. Es que en Westminster no se ponían de acuerdo en nada. Mientras los diputados rechazaban, una y otra vez el acuerdo al que finalmente y con tanto esfuerzo yo había logrado alcanzar con los "zares" de la U.E., también votaban negativamente las mociones que ellos mismos presentaban y que el "Speaker" de la Cámara (John Bercow) aprobaba para ser consideradas. Debatían sin cesar, largas horas, largos días, largas semanas, largos meses, pero jamas se ponían de acuerdo. Hoy puedo casi asegurar, por haberlo vivido en carne propia, que aquella inacción parlamentaria, notoria y palpable, fue el factor principal de inspiración para que el actual Primer Ministro Boris Johnson activara ante la Reina la figura legal, aunque raramente utilizada, de suspender el Parlamento, con el claro -aunque subrepticio- propósito de limpiar el camino hacia una negociación de salida con la Unión Europea o, lo más temido por todos a ambas orillas del Canal, hacia una escisión sin acuerdo alguno. Westminster (el Parlamento) rechazó tres veces el acuerdo al que yo había arribado con la U.E. El primero de ellos -más de 200 votos de diferencia- significó la derrota gubernamental más estrepitosa y abrumadora a manos del Parlamento que se conoce en la historia moderna de mi país.

DESASTRE. Mi humillación ya era extrema, pero por otro lado también constataba que los parlamentarios tampoco se ponían de acuerdo en nada y pueden citarse varios ejemplos al respecto. Por entonces ya asomaba con fuerza creciente  la opción de un segundo plebiscito para que fuera el público quien resolviera lo que ni gobierno ni Parlamento lograban concretar. Supuestamente una de las opciones sería el acuerdo al que yo había llegado con la U.E., aún pese a que había sido rechazado y hasta humillado tres veces por los Comunes, mientras que la otra opción sería la de votar para que el Reino Unido continuara en la Unión Europea. Por cierto que yo no aprobaba esta alternativa de un segundo plebiscito pero la moción estaba, había mucho entusiasmo entre sus proponentes, pero nunca aparecieron los votos para aprobarla.

Otro ejemplo de falta de acuerdo y de la inacción parlamentaria lo configuraba la opción de derogar el Artículo 50, el que marca la salida de un país de la U.E. o, en otras palabras, renunciar al Brexit. Esta alternativa consiguió muchos menos votos aún que la del segundo plebiscito.

Entre todo ese embrollo, idas y venidas, marchas y contra marchas, durante una breve pausa que tomé junto a Phil (mi marido) en la Semana Santa de 2017, tuve la inspiración de convocar a nuevas elecciones generales. Sabía que las ganaría, el Partido Laborista, principal opositor, continuaba tan dividido como siempre y me convencí a mi misma que esa sería la gran oportunidad de acentuar aún más la mayoría parlamentaria con la que ya contaba por entonces y, de esa forma, allanar el camino hacia un acuerdo final para el Brexit. Nunca lo reconocí públicamente pero aquel fue uno de los peores errores que cometí en mis casi tres años en el número 10 de Downing Street. Fue un desastre, en vez de aumentar mi mayoría parlamentaria, terminé perdiéndola. El Brexit me estaba cobrando un peaje carísimo. La gente estaba cansada de mi gobierno y del Parlamento. Necesité aliarme con el Partido de la Unión Democrática de Irlanda del Norte ("DUP") para obtener, en teoría, una mínima y casi insignificante mayoría en los Comunes. Tampoco esa coalición, traida de los pelos como pocas, me sirvió para nada. Mi suerte estaba echada aunque yo aún me resistía a reconocerlo. "No subestimen el tesón de esta Primera Ministra", declaraba por entonces una parlamentaria conservadora, obviamente muy fiel a mi causa, dando a entender que tenía una fe ciega en que yo sacaría al país adelante y concretaría la salida de la Unión Europea, pese a todos los obstáculos. Se equivocaba por completo, el Brexit terminaría siendo mucho más poderoso que mi tesón y terminaría con mi sueño y con mi ambición política.

"BACKSTOP". Los millones de libras que se llevó para Irlanda del Norte el Partido de la Unión Democrática ("DUP") a cambio de la coalición que yo necesitaba para mantener aunque fuera una mísera mayoría parlamentaria, no impidieron que sus líderes finalmente tampoco apoyaran mi acuerdo de salida. La instalación  del "Backstop" (Barrera), una suerte de límite provisorio entre Irlanda del Norte y la europea República de Irlanda, era -y lo es aún hoy- una de las condiciones que la Unión Europea considera innegociables para llegar a una salida acordada, así como representó también el obstáculo más voluminoso y contundente para que el Parlamento de Westminster, acérrimo detractor de dicho mecanismo impuesto por la U.E., aprobara mi acuerdo con Bruselas. Justamente el citado "DUP" resultó ser uno de los mayores opositores a la aprobación del acuerdo de salida, debido al hecho de que incluia esta "indeseable" barrera, pese a que los negociadores de la U.E. se defendían a capa y espada, enfatizando el carácter de "provisorio" del referido mecanismo, argumentando una y otra vez -como aún hoy continúan haciéndolo- que la barrera provisoria es algo imprescindible de implantar hasta que con el correr del tiempo se legisle al respecto.

La humillación casi constante llevó a que el desgaste de mi posición como Primera Ministra llegara a resultar intolerable. Todo se precipitó cuando, tras los tres fracasos estrepitosos de mi acuerdo de salida en el recinto parlamentario, resultó que, por primera vez y milagrosamente los partidarios del Brexit duro (sin acuerdo de salida), se unieron figuradamente claro, fundamentalmente a través de las declaraciones  públicas, con los que apoyaban un segundo plebiscito popular y hasta con los que directamente proponían abolir el Brexit, en un objetivo común: mi cese como Primera Ministra de Gran Bretaña.

La situación era insostenible y no se podía soslayar en modo alguno, así que tuve que renunciar a mis sueños, a mi ambición política de sacar a mi país de la Unión Europea y...al cargo de Primera Ministra del Reino Unido.



(Parte 3 - Lunes 30 de setiembre de 2019)

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