domingo, 12 de agosto de 2012

Para siempre be my friends

 La ola del último día se levantó con sus protagonistas dándole la espalda nada menos que al majestuoso Buckingham Palace. Claro, británicos, venezolanos, colombianos, mejicanos, argentinos, brasileños, ecuatorianos, españoles, alemanes, noruegos, suecos y sobre todo africanos, estaban esta vez para rendirle tributo exclusivo, un homenaje sin igual a los actores del último acto de los Juegos Olímpicos de Londres 2012.
    Las rejas negras y doradas de la residencia real se ven sólas y ofendidas, su público las ha dado literalmente la espalda, simplemente las ha cambiado por los sacrificados atletas de la Maratón. Un cierre olímpico diferente porque los héroes de la resistencia física están dibujando un perfecto óvalo, de manera que comienzan y terminan su descomunal esfuerzo en el mismo lugar de la capital inglesa: el Palacio de Buckingham. Después de todo los ingleses, siempre constantes en la práctica del deporte de reírse de sí mismos, dicen que mientras el mundo va para un lado ellos agarran para el otro, de modo que por esta vez el Estadio Olímpico se ha quedado sin recibir en su seno a la competencia postrera de los Juegos.
    Eso sí, están todos en la calle. Es el último día, hay que llorarlo, es comprensible porque la ilusión fue grande y la fiesta más aún, hay que extrañarlo por anticipado porque el éxito fue total con oros, platas y bronces incluidos, pero entonces también hay que vivirlo y disfrutarlo a pleno. En el día más importante de su vida, los pasos gigantes del ugandés Stephen Kiprotich lo acercan inexorablemente al oro olímpico. Mientras tanto las campanas de la Abadía de Westminster resuenan como enloquecidas y a su lado, casi pegado, inseparable, el Big-Ben mira de arriba al líder que arrasa devorando metros. Sus escoltas kenyatas Abel Kirui y Wilson Kipsang se encandilan y se quedan sordos con el despliegue de gritos y color que sus compatriotas ponen en escena cuando los ven aparecer. A lo lejos el Ojo de Londres lo mide todo, es otro testigo de lujo con mucha altura.
    De repente, mientras el paseo del Támesis está tapado de colores, bullicio y esfuerzo titánico, una batucada impresionante mueve hasta el Puente de Westminster. Las Llamadas en Londres? No, no, falsa alarma, pero el ritmo es tan parecido que casi lo único que cambia es el escenario: en lugar de los barrios Sur y Palermo, un gran bote surca las aguas del gran río. Está hasta la boca de africanos ataviados con trajes típicos y las lonjas suenan casi hasta romperse.
     Los últimos héroes de la carrera son aplaudidos a rabiar, a algunos solo les falta saltar la valla y empujarlos hasta la meta. "Colombia, Colombia, último pero Colombia!", grita una chica presa de la euforia. No, al final Colombia no llegó última pero el aliento sirve igual. Termina. La Torre de Londres ya les tiró con su historia impresionante pero ellos ni cuenta se dieron. La Catedral de San Pablo se había inclinado reverente al paso de los atletas. La City encontró a su paso el respiro que tanto ansiaba para aliviar el "stress" diario que le provoca la mayor crisis europea luego de la II Guerra Mundial. Y el gran premio es que al final Buckingham los perdona por haberle robado un protagonismo casi sagrado y los recibe bajo palio, ni más ni menos que como ellos se merecen.
     Y al final se levantan las barreras y un nuevo Londres, desnudo de tránsito, se descubre ante los suyos y ante los visitantes. Todos a las calles, a caminar, a vivir, a sentir la ciudad, a dejarse llevar por la magia de un momento único, a bañarse de vino, cerveza y del sol que decidió que no podía faltar de ninguna manera. Y después de destrabar el nudo en la garganta y desempañar los cristales de los lentes de sol, con el entrechocar de los cristales de los vasos, hay tiempo para un "cumplimos, hasta pronto amigos...para siempre be my friends".

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