lunes, 2 de febrero de 2015

Barcelona es suelo minado

Era un avión, los rivales le miraban el número en cada partido. Para ellos era como pararse en el andén de una estación por donde corría el "Tren Bala" a máxima velocidad: sólo sentían la ráfaga que provocaba al pasar. Casi ni tocaba el césped, volaba cortando el aire. Los arqueros sabían de memoria el camino a los rincones del arco donde la pelota se alojaba, ya muerta, inerte, tras sus remates tan furibundos como caprichosos que la hacían doblar primero en una dirección, luego en otra, para al final del recorrido retomar su camino original, haciendo pasar verguenza a la mismísima "Jabulani" de Sud Africa 2010.

Ese y no el actual era el Gareth Bale del Tottenham Hotspur, por quien Real Madrid rompió todos los récords y por si hacía falta demostró, al pagar semejante fortuna por él, que es el club más poderoso del planeta. La Liga, plagada de equipos que se cierran atrás poco menos que tomados de las manos, haciéndole honor a la famosa y viejísima canción del "Puma" Rodríguez, que respetan tanto a los grandes (dos o tres ahora? pero ese es otro tema) al punto de alcanzar la humillante actitud de actuar como visitantes aún recibiéndolos en su propia cancha. Es el reino del respeto y la veneración que alcanzan los rezos de los viernes en una Mezquita. Y eso lleva a la especulación más exagerada que alguien pueda imaginar. Son los reyes del bostezo y las apuestas hablan solamente de cuántos goles pueden llegar a recibir de los gigantes.

Las diferencias de presupuesto son tan siderales que si los "chicos" no toman esa opción, están condenados a ser vapuleados y goleados sin remedio cada vez que enfrentan a Real Madrid y Barcelona, ya que el caso de Atlético es un punto y aparte, porque es un grande forjado a pulmón y a corazón más que a dinero. Y ahí, en ese terror a la goleada y al papelón, se terminan los espacios y las franquicias. El "Tren Bala" encuentra desvíos, barreras y luces rojas que no le permiten siquiera iniciar el "sprint". Se bambolea, descarrila con inusitada frecuencia y cuando amaga embalar, lo frenan. A Bale pocos rivales le miran el número en La Liga y si intenta sacar un latigazo tras el cual la pelota cae de repente o se desvía varias veces sin rebotar en nadie, siempre aparecen cien piernas que se lo impiden.

El caso de Luis Suárez es aún más grave que el del atleta galés. En Liverpool era el mismísimo demonio vestido de jugador de fútbol. Sus maniobras inesperadas eran de fantasía, burlescas. Sus rivales trataban por todos los medios de evitar el ridículo, pero pocas veces lo lograban y casi siempre quedaban "vestidos y sin visita". Era como si él les encargara ir a buscar cigarrillos y el diario al kiosco de la esquina y si se negaban los plantaba en el césped como si fueran flores, con el fin de adornar el gramado de las distintas canchas que el de Salto pisaba.

HANNIBAL. Sus goles destellaban más colores que el propio "Arco Iris". Los hacía de todas las maneras imaginables: de espaldas al arco, sin ángulo posible para un remate imposible, desde el medio de la cancha y contra la línea del "outball", mirando muerto de risa como el arquero se daba con todo el cuerpo contra los fierros del arco en la desesperación por evitar el ridículo de los ridículos. También pasaba el balón por el costado de un defensor a toda velocidad y sacaba un latigazo que restallaba en todo el estadio mientras el balón se colaba en un ángulo del arco enemigo. Los defensas trataban de evitar como fuera el cometer infracciones cerca de su propia área porque sabían que eran todas penales con barrera. El les daba a elegir: "quieren el plato clásico de la casa, por encima de la barrera? por afuera de ella (el "golón" a Joe Hart ante el City)? O tal vez prefieren un remate recto al palo del arquero?"

Al principio el enorme Steven Gerrard le dejaba algún tiro libre como para que el pibe nuevo fuera tomando un poco de confianza. Pero cuando Luis Suárez ya comenzaba -estilo ganadores de Wimbledon- a imprimir su nombre entre los grandes de Anfield, el gran capitán sólo se reservaba algún remate libre aislado para él, con el único fin de sorprender un poco a los rivales con un "éstos están jugados a que lo patea Luis, me lo tiro yo a ver qué pasa". El 90% de los tiros libres en Liverpool eran propiedad privada, estaban a nombre de Luis Alberto Suárez Díaz y solamente faltaba que el uruguayo clavara en el césped un cartel de "No Pasar-Propiedad Privada". Para todos, hinchas, técnicos y jugadores rivales y hasta propios, prensa, público en general, Suárez era en Inglaterra una suerte de "Hannibal the Cannibal", pero no sólo por los conocidos episodios extra-fútbol que protagonizó, sino también y fundamentalmente por las atrocidades que llegó a hacerle a sus rivales con una pelota de fútbol en sus pies.

SUBDITO. "Tiene que jugar de nueve nueve, en el medio del ataque", clamaban las voces al principio, cuando recién había quedado habilitado para jugar en su nuevo club. "Pah! Pero ahora juega de nueve nueve y tampoco pasa nada", concluyeron las mismas gargantas. Tiro libre a favor del "blaugrana": invariablemente allá van Messi y Neymar, conversan tapándose la boca para no alejarse del último grito de la moda. Luis Suárez agacha la cabeza y, como buen súbdito pleno de fidelidad, encamina sus pasos hacia la zona del punto penal, por las dudas si hay algún rebote y termina pescando alguna mojarrita.

El pique corto acalambrante se quedó vagando por Anfield como un alma en pena. Aquellos defensores que se paraban delante de él con menos posibilidades que Leónidas y sus 300 espartanos ante la invasión persa, fueron cambiados por una especie de Armada infranqueable y pletórica de confianza. Los goles que llovían como el maná del cielo, quedaron nostálgicos besando redes inglesas, porque se encontraron de golpe y porrazo con que no entienden ni el castellano ni el catalán. A veces Messi y Neymar se miran y en un pacto mudo deciden apreciar el trabajo del nuevo. Después de todo les arrastra marcas como nadie, les abre bulevares y avenidas para que transiten con comodidad y se luzcan como quiere la hinchada del Camp Nou. Es como si se dijeran "che, tenemos un empleado de lujo, vamos a tratarlo bien, es lo menos que podemos hacer. Además nos conviene que esté contento, si desde que está él acá, cada vez hacemos más goles nosotros dos".

Entonces comienzan a pasarle la pelota, hasta a veces se dignan buscarlo para que anote alguno, pero no hay caso, es como que ya es demasiado tarde: a "Hannibal the Cannibal" le hicieron un electro-shock, le quitaron el vértigo, la fuerza, el pique, la picardía, la insolencia, el descaro...la magia. Tomó la decisión equivocada, se fue donde ya había otros con muchas de esas cualidades, pisó terreno prohibido. Barcelona es suelo minado para Suárez. Y en suelo minado las precauciones que se deben tomar anulan la libertad de movimientos, la soltura, la sonrisa, la alegría, la magia...los goles. Cada vez suena más fuerte en Inglaterra: para el final de la temporada alguien, seguramente muy grande y poderoso, esperará con los brazos abiertos y una alfombra roja extendida. el regreso a la vida futbolística de..."Hannibal the Cannibal".

  

2 comentarios:

  1. Alvaro, simplemente genial. Aunque al terminar de leer no pueda evitar alguna lágrima. Duele verlo como perdido en la cancha. A veces me pregunto a donde lo llevará la frustración y el mal humor que a veces, aunque trate de disimularlo, se le nota. A el le robaron la magia, a nosotros los sueños.

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    1. Gracias, así es exactamente. Esperemos un pronto regreso de Suárez a la Premier, que al final de la temporada enmiende la errónea decisión que tomó. Abrazo.

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