jueves, 26 de octubre de 2017

EL ASESINATO DE J.F.K. (Libro "La Huella de los '60")


A las 11:40 horas del viernes 22 de noviembre de 1963, el avión que transportaba al trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos de América, el demócrata John F. Kennedy, aterrizaba en el aeropuerto de la ciudad de Dallas (Texas). A las 12:30 el mandatario estaba muerto, con más de medio cerebro fuera de su cráneo, transformándose así en el cuarto presidente asesinado en la historia de su país.

Javier y todo el alumnado recibieron la noticia casi al final de la jornada y la urgencia en llegar a casa para comenzar a planificar las andanzas de un fin de semana común y corriente, se transformó en ansiedad por conocer las primeras noticias del asesinato del presidente norteamericano. El chico jamás olvidaría las caras de las personas con las que se había cruzado durante el corto trayecto del liceo hacia su casa: con los oídos pegados a las "Spica", aquellas primeras radios a transistores que marcaron toda una época en el Uruguay y en el mundo, no daban crédito a lo que escuchaban. Algunas mujeres ya comenzaban a lagrimear, otros vecinos simplemente creían estar devariando. Al llegar al apartamento, su madre y y sus dos hermanos mayores llevaban ya largos minutos prendidos a la radio. En ese momento se sabía que el asesinato había sido perpetrado mientras Kennedy, su esposa Jacqueline y el alcalde de Dallas, John Connolly, tambien junto a su esposa, eran conducidos en una limusina descapotable por las calles de la ciudad, a la vez que eran vivados por muchos de sus habitantes, en el marco de una gira política de rutina. De repente dos disparos acertados, de tres efectuados, habían segado la vida del Presidente y herido al Alcalde, quien poco tiempo después fuera dado de alta en un hospital de su ciudad.

Tan sólo una hora después del asesinato, en forma meteórica la policía de Dallas ya había arrestado a Lee Harvey Oswald, un joven empleado del Depósito de Libros Escolares quien, según las primeras versiones del hecho, desde el sexto piso del edificio en el que trabajaba, había disparado tres tiros sobre el Presidente, utilizando un viejo fusil de cerrojo carcano M91/38 con mira telescópica, arma que había sido encontrada por los funcionarios policiales, misteriosamente también en forma inmediata, escondida detrás de unas grandes cajas de cartón. A estar por aquellos primeros trascendidos, dos de los tres disparos habían acertado en Kennedy y el último de ellos literalmente lo había descerebrado.

Con el monumental "shock" inicial por la tremenda noticia, el mundo tardaría bastante en despabilarse, pero lo cierto era que, tanto lo vertiginoso del arresto del presunto asesino, como lo meteórico del hallazgo del arma de la que se decía habían partido los tres disparos eran, por lo menos, sospechosos. Mientras los gritos desesperados del joven Oswald, negando haber asesinado al Presidente, aún rebotaban en las paredes del cuartel de policía de Dallas, un "gangster" de los bajos fondos de la ciudad, un mercenario presuntamente contratado por la CIA, llamado Jack Ruby, surgió de improviso entre la masa de periodistas y camarógrafos que cubrían el traslado de Lee Harvey y mató al sospechoso de un sólo tiro en medio del pecho. Más tarde se sabría que mandos superiores de Oswald de la época de su servicio militar, manifestarían una inocultable sorpresa por la presunción de que su ex-adiestrado fuera el asesino de Kennedy ya que, según declararon, en los entrenamientos Oswald siempre se había manifestado extremadamente torpe en el uso de las armas de fuego. "Tenemos un rifle vetusto, casi en desuso, un tirador torpe y un blanco en movimiento. Imposible que fuera Oswald", había asegurado uno de ellos. Sin embargo, misteriosamente, éstas declaraciones nunca serían rarificadas durante las indagatorias que seguirían a la tragedia de Dallas.

A la vera de dichos acontecimientos, resultaría prácticamete imposible creer el veredicto al que llegaría más tarde la que muchos especialistas califican como patética -o directamente corrupta- "Comisión Warren", confirmando a Oswald como el solitario asesino de J.F.K. Y mucho más adelante en el tiempo se reafirmaría la presunción de que los miembros de dicha comisión habían sido, como mínimo, inducidos, si no sobornados, para coaccionar a los testigos en sus declaraciones, con el claro fin de concluir que el empleado del Depósito de Libros de Dallas, había sido el "lobo solitario" que asesinara a Kennedy, sin contar con respaldo alguno y, menos aún, habiendo participado en las supuestas conspiraciones "inventadas por los medios". 

Sin embargo en 1976 un comité especial de la Cámara de Representantes, que había reabierto el caso, consiguió probar que el disparo que hizo saltar más de medio cerebro de la cabeza del Presidente Kennedy, había partido desde detrás de una valla, ubicada en una dirección diametralmente opuesta a donde estaba ubicado el edificio del Depósito de Libros Escolares, marcado inicialmente como el lugar desde cuya sexta planta, supuestamente Lee Harvey Oswald había efectuado todos los disparos hacia la limusina presidencial.

Alen Dulles, casualmente uno de los integrantes de la "Comisión Warren", había sido el Director de la CIA desde 1953 hasta 1961 y, como tal, era el hombre que manejaba los hilos del poder en los Estados Unidos, tal vez aún más que el propio Presidente de turno. Sin embargo, sobrevendría un momento puntual en la historia del país del norte de América, que marcaría a fuego el futuro de Dulles y del, por entonces, recientemente elegido Presidente John F. Kennedy. Es que a mediados de abril de 1961, el Director de la CIA había jugado un rol protagónico en el fracasado intento de invadir Cuba, junto a un grupo de exiliados de ese país que pretendían abolir la triunfante revolución que comandara el joven Fidel Castro. Sin embargo, menos de tres días les tomaría a las Fuerzas Armadas Revolucionarias cubanas aplastar a los invasores de Bahía de Cochinos, el lugar que había sido elegido por los insurgentes, con claro apoyo de la CIA, para intentar penetrar en la isla.

Más de un centenar de muertos y 1.189 prisioneros tomados por el ejército de la revolución, resultaban  argumentos más que suficientes para que el fracaso de Bahía de Cochinos recorriera el planeta y la verguenza se transformara en el estado espiritual dominante, tanto en el gobierno del flamante Presidente Kennedy, como en la Agencia Central de Inteligencia (CIA) cuyo Director, como ya ha sido dicho, era justamente Alen Dulles, En adelante, Dulles acusaría al primer mandatario de que el retaceo de apoyo militar ordenado por J.F.K. en la tarde del 18 de abril de 1961, con el pretexto de ocultar al mundo el ya inocultable sello estadounidense de la invasión, había acelerado la derrota. Por contrapartida, aquel estruendoso fracaso le servía en bandeja a Kennedy la posibilidad de destituir a un supuestamente debilitado Alen Dulles y vengarse así de la presión a la que el Director de CIA lo había sometido para que accediera a un procedimiento militar (Bahía de Cochinos) que al Presidente nunca le había gustado. Ese ridículo y esa verguenza que habían sobrevenido tras el fracaso rotundo de la invasión a Cuba, era el arma que tenía a mano el Presidente para destituir al Director de la CIA y decidió no desaprovecharla.

Pero el caso es que J.F.K, así como su hermano Robert, quien también sería asesinado pero más adelante, en 1968, confiaban demasiado en su poder político y en su carisma y eso los llevaba a subestimar a un considerado como siniestro Alen Dulles y su máquina de poder incalculable, cuyos tentáculos alcanzaban a la propia Bolsa de Wall Street, así como a los aparatos de seguridad de la nación norteamericana y los resortes de la poderosa industria de la energía. Tras su destitución, más tarde en el mismo 1961, se dice que el ya para entonces ex número uno de la CIA había instalado en su propio domicilio, en Washington, una suerte de gobierno clandestino, paralelo al de la Casa Blanca. A esa casa, según las mismas fuentes, entraban y salían constantemente personajes de la política norteamericana que, de una u otra forma, habían estado intentando hasta ese momento acciones solapadas destinadas a hundir de cualquier manera a aquel Presidente que, recién electo por un muy ajustado margen, molestaba demasiado apostando siempre a favor de los marginados, nadando contra la corriente que fomentaba la discriminación racial y manifestando un -para ellos- repudiable sentido anti-bélico.

 Lo sugestivo es que, siempre según la presente versión de los hechos, uno de los integrantes más influyentes de esa "pandilla" de Dulles, era nada menos que el vice-presidente Lyndon Johnson, un indisimulado envidioso del éxito y sobre todo del carisma del Presidente, por lo cual veía en ese "gobierno" conspirador del destituido Director de la Agencia Central de Inteligencia, una auténtica catapulta que podría llevarlo hacia la primera magistratura. Quizás jamás se sepa cuál fue el papel real y concreto que le cupo a Johnson en el asesinato de John Kennedy -si es que jugó alguno- pero en cambio los especialistas guardan la casi certeza, precisamente debido a su estrecha relación con la "banda" de Dulles, de que algún rol le tocó en el infame crimen. Es que debe reconocerse que, si no fuera así, no quedaría para nada claro qué hacía el vice-presidente de los Estados Unidos en la casa de un conspirador casi declarado, cuya residencia, donde probablemente se tramaba el final del Presidente, frecuentaba regular y asiduamente.

Indudablemente la cabeza pensante en esa casa de Washington era su propietario (Dulles) y por consiguiente puede razonablmente deducirse que, al menos según ésta versión de los hechos, de su mente salió la planificación del asesinato del Presidente. Sin embargo, quienes sostienen ésta tesis muestran a esta altura muy pocas dudas en el sentido de que Lyndon Johnson era, al menos, un cómplice de lujo, una especie de apoyo logístico que Dulles indudablemente necesitaba.

De ésta manera se concluye que en aquel momento ni Javier, ni su madre, ni sus dos hermanos, ni casi nadie en este mundo, sabía que en el avión que transportaba el cadáver de John F. Kennedy, desde Dallas hasta Washington DC, quien juraba solemnemente sobre su ataúd, como nuevo Presidente de los Estados Unidos de América, era uno de sus asesinos...al menos según ésta y otras muchas versiones del magnicidio que sacudió el siglo XX hasta los cimientos. 





Nota del autor: la anterior es sólo una de las decenas de versiones sobre conspiración para asesinar a J.F.K. que circulan desde el mismo 1963. Por éstas horas Donald Trump está a punto de liberar nueva documentación sobre el hecho, pero pocos creen que la misma aporte algo más de luz para un eventual esclarecimiento del asesinato, es decir una versión definiitiva que resulte a todas luces incontrastable.


Fuentes utilizadas para el presente capítulo: "El Mundo" (online España), publicaciones de David Talbot (especialista en el tema), "Caracol Radio" online, dailybeast.com, "Democracy Now" (online U.S.A.), Cuba Debate (online).  

No hay comentarios:

Publicar un comentario