viernes, 27 de octubre de 2017

FLORES EN TU CABEZA

FLORES EN TU CABEZA

Cierto día apareció en el barrio, como surgida tras un pase de magia, una pareja a la que, a primera vista, podía confundírsele con un dúo de trasnochados, o bien de vagabundos comunes y corrientes. Con los pelos largos colgando hasta la cintura, decorados con flores, pero a la vez descuidados y sucios, vistiendo largas túnicas multicolores al estilo de la India, o bien vaqueros descoloridos y mugrientos, podía vérseles en distintas esquinas predicando el amor libre, la paz, la igualdad y el espiritualismo. Javier y sus amigos, al igual que la gran mayoría de la audiencia con la que contaban estos dos extranos de pelo largo, los escuchaban por mera curiosidad. Los chicos, como típicos adolescentes, habían sabido de decenas de choques con sus padres en el marco de una generación muy especial como la de los '60, plena de cambios en todos los aspectos de la vida, una década verdaderamente revolucionaria en lo musical, pero también en lo social. Está muy claro que la generación que se desarrolló y creció en esa época, cambió el "chip" de las relaciones entre padres e hijos.El grado de soltura y de confianza que esos jóvenes habían intentado aplicar -por supuesto que con éxito variado- en el trato con sus progenitores, era algo completamente nuevo y hasta inédito en la civilización occidental. Esa tanda, más allá de lo bien o mal que en aquel momento pudiera haberle ido con el cambio, terminó aplicando la receta a la relación con los hijos que más tarde procreó. Y eso en nuestros días continúa y tampoco se vislumbra que vaya a cambiar.

Sin embargo, Javier y los suyos no se contaban entre los rebeldes sin causa que pensaban, un día sí y el otro también, abandonar el hogar que los había cobijado desde siempre. Y resulta que ahora se encontraban ante dos "extraterrestres" que se paraban a hablarles de lo beneficioso que sería para ellos el abandonar a sus familias e irse a vivir por su cuenta, en comunidades entregadas por completo a un supuesto culto de la espiritualidad, la paz y la igualdad entre los seres humanos, metas que la "banda" sabía que a la larga eran completamente utópicas y, por consiguiente, irrealizables.

La audiencia de aquellos dos iba mermando día a día. La novelería del comienzo ya era cosa juzgada y la cháchara, con muy pocas variantes, no atraía a nadie, aparte de lo dificultoso que se hacía el lograr mantenerse a una distancia lo suficientemente cercana, que permitiera escuchar sus palabras...por aquello de que los disertantes parecían desconocer los beneficios del agua corriente aplicados a la higiene personal. Así, poco a poco, casi como llegaron, los dos aspirantes a hippies se fueron eclipsando entre el humo de sus porros y la indiferencia de los clientes...hasta que desaparecieron por completo y jamás se les volvió a ver en las calles del barrio.

Pedro, el aspirante a músico de aquella "pandilla", tenía un primo que había vivido seis meses en Estados Unidos en el marco de un intercambio de estudiantes, propiciado por una organización llamada "Juventud por el Entendimiento". Jorge, que así se llamaba el chico y que era bastante mayor que Javier y sus amigos, les explicó que el hombre y la mujer de aspecto andrajoso que se paseaban por el barrio tratando de ganar adeptos a través de su cháchara diaria, no eran más que torpes aspirantes a seguidores de una doctrina que había nacido poco antes en la ciudad de San Francisco y que se autodenominaba "Movimiento Hippie".

Según Jorge, los hippies eran contestatarios  a todo lo establecido, enemigos acérrimos de las normas convencionales de convivencia, que regían en la civilización occidental. Se inspiraban en la doctrina hindú, la cual difundían por todas las vías posibles, incluidos los gurúes, personajes que llegaron a pregonar su doctrina inclusive en Uruguay, aglutinando en locales alquilados a decenas de jóvenes que, encerrados en  constantes conflictos con sus padres, no encontraban su camino en la vida, transformándose así en un material ideal para absorber la prédica de éstos idealistas. Después de todo los hippies no eran otra cosa que anarquistas pacíficos que, por consiguiente, le habían declarado la "guerra" -una rara guerra pacífica- a todo lo establecido por las potencias de occidente. El movimiento no era sino una respuesta -muy singular claro está- al supuesto materialismo que se había apoderado de la sociedad occidental, luego de la II Guerra Mundial. La prosperidad que, casi por decantación, siguió a la recuperación de los países tras la derrota de los nazis, incluia, como suele suceder en éstos casos, una tendencia clara al consumismo masivo, dentro del cual sobresalía la figura del "status personal", simbolizado en la época, entre otras posesiones de carácter superfluo, por el hoy simple hecho de poseer un auto propio y, aunque también parezca mentira en tiempos contemporáneos, el haber conseguido tener un teléfono de línea en el domicilio.

La oposición acérrima a la cruenta e infame Guerra de Vietnam, era una de las banderas que los hippies blandían y agitaban con mayor fuerza. Es más, cuando pregonaban la paz en el mundo, invariablemente hacían alusión al conflicto asático, porque sabían que en esa prédica no estaban sólos. Ese enfrentamiento, por lo absurdo y por el rumbo que tomaba día a día, era un arma de incalculable poder para captar más y más adeptos entre la juventud del planeta. Los recién llegados se incorporaban a la comunidad acarreando como máximo una mochila con sus enseres más imprescindibles. Los hippies se agrupaban en carpas distribuidas en lugares abiertos, ya que siempre su habitat debía estar en estrecho contacto con la naturaleza y rindienndo culto a las flores, las cuales eran su símbolo por excelencia. Ellos formaban comunidades independientes, en las cuales las jerarquías no tenían lugar posible, de modo que la anarquía -pacífica por cierto- era la reina absoluta. Los celos eran un sentimiento de otro planeta y por eso el amor libre no conocía limites entre ellos; en buen romance, hoy ella estaba con él, pero al otro día gozaba con otro y allí no había pasado nada.

Cuando los hippies entendieron que el suceso gigante del rock en todo el mundo, era el combustible ideal que necesitaban para propagar su doctrina entre centenares de miles de jóvenes descarriados, comenzaron a organizar festivales por decenas. Conjuntos musicales de la talla del afamado "Pink Floyd", pasaron a ser auténticos representantes de su doctrina y el Festival de Woodstock, realizado en 1969, llegó a reunir más de medio millón de jóvenes, que escucharon la música y bailaron durante tres días consecutivos, flotando en las nubes a las que los habían transportado el Hachís, el LSD y por cierto el humo de sus porros.

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