viernes, 27 de octubre de 2017

EL MAS GRANDE

EL MAS GRANDE

El fútbol no era el único monarca que solía pasearse orgulloso por aquel barrio. Claro que era el que más lo frequentaba, en un pueblo como el uruguayo que lo respiraba en cada bocanada de aire, lo bebía en cada copa de vino y lo saboreaba en cada plato de rabioles domingueros, un ratito antes de salir para la cancha, con el tiempo justo para llegar a tiempo para ver al "9" moviendo el balón.

Es que aquella "barra" de jóvenes y muchas más, claro está, disfrutaban hasta el éxtasis con aquel moreno impresionante que había cambiado la historia del boxeo mundial, con sus excéntricas actitudes dentro y fuera del cuadrilátero. Ese audaz individuo había despreciado, muy suelto de cuerpo, el clásico estilo de los pesos  pesados, porque había osado cambiar la fuerza bruta, el empuje arrasador y la embestida de toro de los hasta entonces campeones de la máxima categoría, por una técnica exquisita y depurada, mucho más propia de un peso mediano que de un pesado. Y estaba claro que esa audacia casi suicida, le estaba creando enemigos que crecían como hongos en el bosque. Le encantaba burlarse de sus rivales y cuanto más aspecto de ogro tenían, más vociferaba y los denostaba. Bailoteaba sin parar desde el primero hasta el último round, al tiempo que le hacía caras a su oponente, poniéndolo en un ridículo que por entonces no tenía antecedentes en ningún rincón del planeta.

Usando siempre su guante izquierdo como cruel punta de lanza, impedía con ese método todo acercamiento peligroso de su contendor y a la vez lo martirizaba sin piedad. La mayoría de sus peleas terminaban en un inapelable K.O. técnico, una receta que iba de la mano con su estilo, cosa que la propia historia de sus combates se encargaría de comprobar fehacientemente. Pero si no era suficiente esa receta del bailoteo y el guante izquierdo asumiendo el papel estelar que solamente un taladro podría tener en una pelea de box, como última opción siempre estaba su potente derecha, la que enviaba a dormir al más encumbrado de sus rivales.

Cassius Marcelo Clay, imán del mundo e ídolo indiscutible de Javier y su grupo de amigos del barrio, así como de millones de seres humanos de La Tierra, había nacido en Louisville (Kentucky), el 17 de enero de 1942 y terminó constituyéndose en una de las figuras cumbres del planeta en los épicos '60 y también en la década siguiente, aún cuando en ese momento ya comenzaba a poner proa hacia el fin de su carrera.

Fuera del ring, quien luego se autobautizara como Muhammed Alí, era también un peleador nato. Siempre se comprometió, como muy pocos famosos lo hicieron, en la defensa de distintas causas. Denostó abiertamente a la Guerra de Vietnam y fue un auténtico contestatario contra todo lo establecido. Puede admitirse que quizás lo dominara cierto resentimiento, partiendo escencialmente de la premisa que marca a la raza negra como perseguida y muy especialmente en su país, Estados Unidos, el cual aún hoy, cuando un presidente negro está a punto de finalizar su mandato, no se ha podido sacudir el síndrome del racismo de una buena parte de su población.

Dentro del ring, todo había comenzado cuando en los Juegos Olímpicos de 1960, en Roma, Cassius Clay, como flamante campeón olímpico, había visto izar delante suyo la bandera de su país, los Estados Unidos de América, el mismo que más tarde le persiguió encarnizadamente cuando el 28 de abril de 1967 rehusó alistarse en el ejército norteamericano, ante la posibilidad casi inminente de ser enviado a la carnicería que significó a la postre la inútil Guerra de Vietnam. Una exitosa apelación lo salvó de la cárcel, pero le fueron suspendidas todas sus licencias para boxear. Luego de un retorno espectacular, revolcando en el tercer round a Jerry Quarry el 26 de octubre de 1970 en Atlanta, recuperó la corona de los pesados por primera vez ante el neto favorito George Foreman. Fue una de sus peleas más memorables y aquella noche del 30 de octubre de 1974, el insólito escenario elegido fue Kinshasa, la humilde capital de Zaire, en el corazón de Africa.

Cuando el ilustre desconocido León Spinks le rompió la mandíbula y le arrebató el título el 15 de febrero de 1978, todos pensaron que era el fin de su carrera. Ningún boxeador medianamente normal hubiera tenido la fuerza ni la entereza para levatantarse luego de tantos traspiés, dentro y fuera del ring. Pero solamente tuvieron que pasar siete meses hasta el 15 de setiembre de 1978, para que "El Más Grande", como el mismo se bautizara, se tomara cumplida revancha y recuperara el cetro por segunda vez, transformándose en el único peso pesado de la historia en ganar nada menos que tres veces, como retador, el título de Campeón Mundial.

El problema fue que para llegar a esa tercera corona, había corrido mucha agua bajo los puentes,y el campeón había mostrado una entereza increíble que le había llevado a superar golpes demoledores de sus rivales, los del box y los de afuera del box.

Tras coronarse en 1960 como Campeón Olímpico en los Juegos Olímpicos de Roma, el final de 1961 encontraría a Cassius Clay habiendo conseguido la friolera de diez triunfos consecutivos, siete de ellos obtenidos por la vía del K.O., Con esa cartelera, estaba la mesa servida para que debutara en el profesionalismo, paso que dió el 10 de febrero de 1962 ante Sonny Banks, quien lo mandó a besar la lona ya en el primer round. Fue lo peor que pudo hacer el favorito, porque una vez que Clay se levantó, ya no supo cómo parar hasta que el K.O. marcó el fin de la pelea y del martirio de Banks. Un lustro después el épico Angelo Dundee, su manager de casi siempre, comentaría sobre esa pelea, que hasta esa noche jamás había visto tal poder de recuperación en boxeador alguno.

El legendario Archie Moore había entrenado a Clay antes que a la vida del moreno llegara Angelo Dundee. El ex-Campeón le exigía al novel medalla de oro en Roma, que abandonara de una vez por todas su estilo atrevido dentro del ring, con aquella guardia baja que incluia ambos brazos colgando a los costados del cuerpo y un simple arqueo de cintura tirando el torso hacia atrás, como único medio de esquivar los golpes del contendor de turno, a la vez que bailoteaba sin cesar, burlándose del rival y martirizándolo con el guante izquierdo estilo punta de lanza. Pero Archie Moore no era el único en reprocharle a Cassius ese particular y único show que brindaba cada noche que le tocaba pararse en un cuadrilátero. Decir que Clay era controvertido y polémico en el ambiente boxístico de su país, es sencillamente quedarse corto. Por aquellos tiempos la imagen de un peso pesado en Estados Unidos, era mucho más parecida a la de un toro que a la de un boxeador. Fuerza bruta, defensa convencional de brazos levantados, con los guantes cubriendo el rostro y los codos protegiendo la zona hepática y embestida de toro, eran las premisas claves. Y fuera de ellas, nada más era admitido, así que Clay era definitivamente un transgresor y había que combatirlo a como diera lugar. El problema era que gran parte del resto del mundo no pensaba igual y comenzaba a disfrutar del nuevo boxeo-show que los primeros aparatos de televisión les regalaban, mientras estaban cómodamente instalados en sus hogares, al regreso de una dura jornada en la oficina o en la fábrica.

Clay y Moore se enfrentaron el 15 de noviembre de 1962 en California. "Gano en el cuarto (round)", predijo Clay. Tras la tercera caída de Archie Moore quien, justo es remarcarlo, estaba ya en el final de su brillante carrera, la pelea terminó en el cuarto round. El "Oro" de Roma, la masacre a Banks, el K.O. técnico a Archie Moore, eran claros avisos que el Campeón Olímpico había tenido la gentileza de gritarle al mundo, un delicioso aperitivo para lo que se venía, pero, al menos en su propio país no lo escucharon o simplemente no quisieron hacerlo, así que cuando llegó la noche del 25 de febrero de 1964, en el Convention Center de Miami no se llegaron a vender siquiera 800 entradas. Ese jovencito de lengua suelta, atrevido y burlón, no era rival y simplemente no podría contra el ex-convicto, el campeón de todas las asociaciones de boxeo, Es que Sonny Liston era realmente el prototipo de boxeador que querían los norteamericanos, "el toro salvaje" que se llevaba todo por delante en sus temibles embestidas. Liston representaba al boxeo tradicional de los pesos pesados, exactamente lo opuesto a lo que mostraba el novel Clay.

El todavía entonces Cassius Clay amaba los poemas con los que graciosamente predecía los resultados de sus combates, pero lo que pocos sabían, según el propio Angelo Dundee, era que previamente a sus vaticinios, el moreno estudiaba minuciosamente al rival de turno. Por eso hay que suponer que, cuando Clay predijo que derrotaría al "Oso Horrible" -así le llamó a Liston- en la octava vuelta, sabía muy bien lo que decía. Era tal cual dijo alguien en el bar donde la "barra" de Javier se disponía a ver el combate junto a decenas de parroquianos: "éste se hace el loco para que los otros nabos lo crean loco, pero de loco no tiene un pelo". Aquella noche en que ni siquiera Louisville, su ciudad natal, había creído ni remotamente en su triunfo, Clay forzó a que el archi-favorito, el campeón indiscutido Sonny Liston, abandonara la pelea mientras transcurría el sexto round. Por esa vez, Clay había errado el pronóstico. En una palabra, se había quedado corto. Aunque también había avisado que "flotaré como una mariposa y picaré como una abeja", una frase célebre que resumía su particular y letal estilo de pelea. Y así, volando y picando, Clay primero, Alí después, torturó e hizo morder la lona no solamente al "Oso Horrible" de Liston, sino a la mayoría de los que luego de esa velada inolvidable, se atrevieron a cruzarse en su camino. Esa noche de Miami, el aún llamado Cassius Clay terminó trepado en las cuerdas del ring, vociferando como un loco a toda la concurrencia: "tráguense sus palabras, yo soy el mejor, soy el mejoooor, hoy sacudí al mundo!"

Al otro día de coronarse como el mejor del mundo, el hombre de Louisville anunciaba que cambiaría su nombre por el de Muhammed Alí ("El Amado de Dios"). El claro motivo fue su conversión al islamismo, pero el campeón lo aderezaría con uno de sus dichos punzantes: "Cassius Clay es nombre de esclavo, nunca me gustó".

Curiosamente la mundialmente bautizada como "La Pelea del Siglo", fue increíblemente la que terminó con el invicto de Ali. Cuando en la madrugada uruguaya del 9 de marzo de 1971 (8 de marzo aún en Nueva York), comenzó el "peleón" del "Madison Square Garden" de Nueva York, ya no quedaban ni los restos de las pizzas y el stock de cerveza se había agotado en el bar del barrio donde Javier y la "banda" acostumbraban a ver las peleas del moreno, sin perderse una ni de casualidad. Pese a que para esa época muchos ya estaban casados y cada uno había comenzado a tomar rumbos diferentes en la vida, se habían citado en el boliche de toda la vida para hinchar a muerte por "El Más Grande", tal como lo habían hecho en su etapa de adolescentes,  Aquello fue una masacre mutua y tanto el vencedor Joe Frazier, como el derrotado por primera vez en su carrrera, Muhammed Alí, terminaron en el hospital debido al castigo recibido. Aquella épica noche 300 millones de espectadores vieron la pelea alrededor del planeta y cada boxeador se llevó una bolsa de dos millones y medio de dólares. Poco tiempo después Alí se tomaría cumplida revancha ante Frazier, pero curiosamente esa pelea no alcanzó, ni por asomo, la fama histórica de la anterior.

Muchas causas han sido puestas sobre el tapete como detonantes que desencadenaron el "Mal de Parkinson" que el gran Muhammed Alí sobrellevara con enorme estoicismo durante mucho tiempo, antes de su muerte acaecida el 3 de junio de 2016 en Phoenix, la capital de Arizona. Una de ellas se relaciona justamente con esa masacre mutua con Frazier en la noche del 8 de marzo de 1971, mientras que otra versión culpa al combate -también cruento- de Kinshasa (Zaire) ante George Foreman, más tarde en el tiempo por cierto, en la noche del 30 de octubre de 1974, cuando Alí recuperó por primera vez su corona mundial que le fuera arrebatada, fuera del ring, en 1967. Obviamente, la verdad sobre ese tema jamás se sabrá

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