"Creyeron que iban a un picnic, tiraban cuatro granadas, despachaban a los comunistas y al mes estaban de vuelta en casa. Les salió el tiro por la culata, van a ver que se vuelven a casa, sí, pero con la cola entre las patas". Aquel bar y pizzería, ubicado exactamente en la "U" que formaba la desembocadura de dos conocidas calles del barrio, era cada noche testigo de sentencias como la que arriesgaba Hernán, un parroquiano de mediana edad, acodado como tantos otros al clásico y viejo mostrador de mármol y arrastrando las palabras por el efecto de demasiados "Medio y Medio", uno de los tragos típicos de aquellos '60.
Usualmente Javier y su "tribu" terminaban allí su jornada y no precisamente porque la pizza compitiera ni de cerca con la napolitana o la genovesa, ni tampoco porque la higiene fuera una de las virtudes sobresalientes del lugar. La razón era que lo sentían su lugar, un sitio donde nadie les reprochaba que levantaran demasiado el tono de voz o simplemente dijeran lo que les viniera en gana. Además ese bar y pizzería, donde todo, incluido el mostrador, se asemejaba a la proa de un barco, era sencillamente un libro abierto a la vida. Lo que no aprendían en sus hogares o a doscientos metros de allí, en el colegio y liceo de curas al que buena parte de esa "barra" concurría, seguro que lo aprendían en aquella suerte de tugurio, donde se comía probablemente una de las peores pizzas del barrio, pero donde, al mismo tiempo, concurría toda una pléyade de improvisados disertantes y pronosticadores que parecían no equivocarse nunca. Esos chicos estaban plenamente convencidos que, si tenían ganas de recibir un poco de clases de "calle", en ese bar estaba la llave del aula.
De hecho, Hernán no erraría su vaticinio, aunque tuviera que llegarse hasta el entonces aún lejano 1972, para que Estados Unidos retirara la mayoría de las tropas de Viernam, luego de la derrota más humillante que el país del "Tío Sam" sufriera en toda su existencia como nación independiente. Los avatares de la Guerra de Vietnam habían comenzado en 1959 y se extenderían hasta 1975. El origen del conflicto estuvo claramente relacionado con la llamada "Guerra Fría", desatada entre Estados Unidos y la Unión Soviética, apenas finalizada la II Guerra Mundial. Espías van, espías vienen, un indecente y cruel muro edificado por los rusos en pleno Berlín para separar a la Alemania Oriental, controlada por ellos, de la Occidental, con claro perfil estadounidense, habían llevado a que las cosas se pusieran muy densas y la tensión adquiriera relieves realmente inquietantes.
Todo lo que sucedía en el mundo involucrando a una de las dos potencias, motivaba automáticamente la reacción de la otra. Aquello era la representación de la clásica historia del perro y el gato, pero llevada a extremos dramáticos, claro está. Así que cuando las fuerzas de Ho Chi Minh, el líder comunista de Vietnam del Norte, apadrinadas por la Unión Soviética, se dispusieron a tomar Vietnam del Sur, donde reinaban los intereses estadounidenses, el "Tío Sam" decidió tomar cartas en el asunto. En buen romance, si el perro ladraba amenazante, el gato maullaba agresivo y viceversa. De esa forma el 8 de marzo de 1965, 3.500 marines norteamericanos desembarcaron con la que pensaban sería una fácil misión: derrotar a los vietnamitas del norte, que estaban a punto de tomar el sur del país. Lo que los acontecimientos futuros depararon, nunca lo hubieran esperado ni los yanquis ni el mundo, al menos el mundo occidental.
Una de las claves para la mayor derrota y humillación sufrida en la historia de los Estados Unidos de Norteamérica, fue que los estrategas de su ejército se habían preparado para una guerra común, como tantas en las que habían intervenido e intervendrían luego. Los tanques M48A3 Patton eran infalibles en guerras convencionales, es decir, tanque contra tanque o tanque contra ejércitos normales, en batallas planteadas sobre suelos también usuales. El error garrafal de los yanquis fue subestimar increíblemente a sus enemigos vietnamitas y, sobre todo, no haberse siquiera molestado en estudiar el terreno donde se desarrollaría la confrontación.
Y así fue como cayeron en la trampa que les tendió el astuto Ho Chi Minh. El líder sabía que su carta de triunfo no estaba precisamente en su ejército convencional, pero también sabía cuál era ese "2 de Oro" que le ganaría el "Truco" a los americanos: los "Vietcong", una guerrilla especializada en infiltración y emboscadas, tácticas ideales para aplicar en la densa y oscura espesura de la selva vietnamita. A ellos apeló el líder comunista, quien los contrató a título de mercenarios.
La idea de los norteamericanos era enviar los tanques a defender las bases aéreas que se habían construido en Vietnam del Sur, ya que desde ellas decolarían los cazas que bombardearían las posiciones de la comunista Vietnam del Norte. Pero los tanques M48A3 Patton jamás completarían el trayecto entre su desembarco en la costa hasta donde estaban instaladas las bases aéreas norteamericanas. Es que se dieron cuenta muy tarde que los aguardaba un enemigo muy distinto del que esperaban, y, para colmo, agazapado en una selva espesa y oscura como pocas, un campo de batalla muy diferente por cierto del que estaban acostumbrados a pisar.
Los tanques trataban de abrirse paso como podían, avanzando muy lentamente, a paso de hombre, por estrechos caminos, pero a la vez camuflados con el verde de la profusa vegetación de la selva. Sin embargo esto no era impedimento alguno para que, en el momento menos pensado, los "Vietcong" lanzaran sus granadas contra el primer tanque de la caravana, inutilizándolo poor completo. En medio del desconcierto y el pavor que ganaba a los soldados americanos, los guerrilleros, siempre sin dejarse ver, se arrastraban por la selva hasta dar con el último tanque de la fila, al que destruian igual que al primero. Los demás M48A3 Patton quedaban así atrapados en un camino sin salida, bloqueado en ambos extremos, por lo cual no podían desplazarse ni hacia adelante ni hacia atrás. El escalofriante final es fácil de imaginar: los "Vietcong" concentraban ahora el fuego en el resto de la caravana y los soldados que conseguían escapar de los tanques en llamas, eran sistemática y fríamente acribillados.
No menos estremecedores resultan los relatos de los pocos sobrevivientes de esas masacres. Un soldado que había salvado su vida porque se había hecho pasar por muerto, tirado de bruces al costado de su tanque en llamas, contaba que "viajar dentro de un tanque a través de ese caldo caliente (la selva vietnamita) a paso de hombre, ya de por sí era un martirio horroroso. Era como estar dentro de una gran bolsa con un agujero adelante hecho para ver pero a través del cual no se veía absolutamente nada. Cuando atacaban los 'Vietcong' nuestros soldados sabían que era el fin, es que no nos podíamos defender".
Otro veterano de Vietnam, a quien le habían tenido que amputar un brazo, narraba que "en el caso de mi batallón, el ataque guerrillero no fue tan exitoso, ya que varios logramos huír y hasta pudimos perseguir a un grupo de ellos a través de la jungla. Cuando los teníamos muy cerca y nuestro sargento ordenó disparar, los hombrecitos desaparecieron como por arte de magia, no les tomó ni un segundo hacerse invisibles. Mientras nos reponíamos de la sorpresa y tratábamos de descifrar qué era lo que había sucedido, escuchamos el grito de uno de los nuestros, cuyo gesto de estupor jamás olvidaré en el resto de mi vida. Había gritado "acá, acá, vean ésto!", al tiempo que miraba fijamente hacia abajo y estaba como petrificado. Cuando los demás llegamos a su lado, no podíamos creer lo que estaba ante nuestros ojos: desde un punto determinado partía lo que parecía ser un laberinto de túneles subterráneos, cavados en la tierra húmeda de la selva. Por allí habían desaparecido los "Vietcong". En ese momento me di cuenta que jamás ganaríamos esa guerra y que lo mejor sería que nos enviaran a casa cuanto antes".
Las emboscadas de la guerrilla eran además cubiertas debidamente por los campesinos del lugar, quienes previamente habían sido debidamente adiestrados por los propios "Vietcong". Consumado uno de esos ataques, los mercenarios se dirigían a las chozas de sus aliados civiles, donde se alimentaban y descansaban.
Aquella noche de 1968, durante el momento más cruento de la guerra y mientras en todo el mundo, hippies y no hippies clamaban a gritos, en manifestaciones multitudinarias, por el regreso a casa de las tropas estadounidenses y mientras en el bar del barrio el inefable Hernán arrastraba sus vaticinios, en Estados Unidos la Casa Blanca y los jerarcas del ejército, comenzaban por fin a bajar a la tierra y a darse cuenta que se habían metido en una trampa en la que seguirían muriendo miles y miles de sus soldados. Así, un vocero de Defensa, reconoció en Washington que "realmente son buenos estos tipos (los "Vietcong"), son muy buenos, tienen creatividad e ingenio para crearnos cada vez más bajas y todavía cuentan con la gran ventaja del conocimiento del terreno".
Es cierto que los "Vietcong", con sus terribles emboscadas, transformaron los tanques enemigos en un estorbo y hasta en una trampa mortal, pero también es verdad que todo en Vietnam se había vuelto una gigantesca trampa para los americanos, porque aún los soldados de infantería, los de a pie, eran víctimas impotentes de otro tipo de emboscadas, pero tan inteligentemente planificadas como las que destruian los tanques.
Corría ya 1972 cuando Washington comenzó a retirar sus tropas de Vietnam, dejando una estela de 58.000 muertos y más de 300.000 heridos, aunque tendría que llegarse al 2 de julio de 1976 para que las fuerzas de Ho Chi Minh derribaran las puertas del Palacio Presidencial en Saigón y así Vietnam quedaría entonces unida bajo el gobierno comunista de Hanoi, la captal actual del país.
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