"El negro Miguel", "el flaco Juan", "el gordo Luis", "el conejo Guillermo", "el enano José", "el chino Recoba"...
Los uruguayos se han pasado la vida poniendo apodos, tanto que podría afirmarse con toda soltura que al menos la quinta parte de la población del país se apoya en un sobrenombre, tal vez por si se les pierde el nombre original o porque con ese nuevo bautismo se resalta alguna característica especial del individuo o simplemente porque se les antoja, que al fin y al cabo nadie de afuera va a venir a indicarles qué apodos son correctos y cuáles no lo son, simplemente porque los rechaza la sociedad del Primer Mundo, tildándolos de discriminatorios o de...racistas.
Se llama George Galloway, es un ex parlamentario inglés que jugó un importante rol al frente de la oposición a la guerra de Irak. Es lo que podría calificarse como un político de avanzada. La semana pasada dijo en una radio londinense, contestando concretamente a declaraciones del respetado Gustavo Poyet, que "espero que Poyet me esté escuchando, porque les voy a decir que el Uruguay es el país más racista del mundo entero". Obviamente en el mechero del programa estaba el caso de la acusación de racismo hecha pública por la Federación Inglesa de Fútbol (FA) contra el futbolista del Liverpool, el uruguayo Luis Suárez, tras haber sido éste denunciado por el defensa francés del Manchester United, Patrick Evra, por insultos de corte racista durante el partido que ambos equipos disputaron a mediados de octubre pasado por la Premier League inglesa, en Old Trafford.
El político inglés aseguró haber pasado un tiempo en Uruguay, durante el cual pudo estudiar a fondo la conducta de los uruguayos con relación a este tema y así insinuó, por ejemplo, que los habitantes tienen tan arraigado el racismo en sus hábitos diarios, que ya ni se dan cuenta de su proceder y actúan en ese sentido de forma completamente natural, ni más ni menos que como lo hizo Luis Suárez dentro de la cancha, al proferir insultos de índole racista al francés Evra.
Así reconoció que Suárez está educado en esa cultura racista casi natural, pero advirtió que de ninguna manera la Federación Inglesa (FA) debería siquiera considerar la posibilidad de declarar inocente al futbolista uruguayo, basando su presunta defensa en la diferencia cultural que existe entre ambas naciones en materia de racismo. Por el contrario, afirmó que en Inglaterra ese comportamiento resulta completamente inaceptable y que en consecuencia Suárez debe ser sancionado por su falta.
Casualmente, o por causas desconocidas, Gallaway omitió que justamente la intención manifiesta de ofender, es el estandarte principal del racismo en cualquier caso que se juzgue, no sólo en el litigio Suárez-Evra. El mismo lo dijo, él mismo aventuró su opinión personal de que muy probablemente a Suárez ni se le pasó por la cabeza la mera posibilidad de que sus insultos tuvieran siquiera la mínima connotación racista. Mal puede configurarse la figura de racismo si está faltando el elemento escencial, que no es otro que la intención manifiesta de denigrar al otro en su misma raíz, en sus propios genes.
Suárez tuvo un enfrentamiento con Evra, se insultaron como lo hacen los futbolistas dentro de una cancha desde el Paleolítico hasta nuestros días. Tal cual aseguró Joseph Blatter, presidente de la FIFA, "son incidentes que se resuelven en la cancha, con un apretón de manos al terminar el partido". Y es así, sin agregar ni un punto ni una coma. Y es así, aunque los ingleses hayan hecho poner de rodillas al mandamás del fútbol mundial para que les pidiera perdón. Y es así, aunque los propios ingleses lo hayan humillado hasta la infamia cuando, luego de hacerle pedir perdón, no le aceptaron las disculpas. Y es así, porque Luis Suárez, como podría haberlo hecho cualquier uruguayo, le dijo a Evra "tranquilizate negrito", sin la menor intención de ofender los genes de su raza, de la misma forma que le hubiera dicho "tranquilizate flaco" o "conejo", o lo que sea.
Los futbolistas siempre declararon que este tipo de insultos dentro de una cancha quedan en el terreno de los hechos, toda la vida contestaron a la requisitoria periodística con el clásico "son cosas del fútbol" o "ya pasó, quedó adentro de la cancha, está todo bien".
En este episodio la intención de agresión u ofensa racista la agregó el propio Evra, un llorón incapaz de resolver los pleitos como un hombre, tal cual insinuó claramente -con otras palabras, claro está- en su momento Gustavo Poyet, uno de los deportistas extranjeros más venerados y respetados en Inglaterra. Y a Evra, siempre conflictivo y protagonista de múltiples episodios en los que siempre mostró un sucio proceder, le siguieron la corriente los ingleses, prensa y FA, muy preocupados siempre por quitar del camino a los que les molestan demasiado y no pagan el peaje de tener el marketing imprescindible para contar con su visto bueno e incondicional apoyo.
Luis Suárez y su fútbol se han vuelto insoportables para los ingleses. Los técnicos rivales ya no saben qué táctica aplicar para frenarlo, el uruguayo les destroza todo el trabajo de la semana previa al partido ante Liverpool. Los defensas se niegan a seguir haciendo el ridículo cada vez que lo enfrentan y quedan desairados, por lo cual ya habían comenzado esta trama acusándolo de fingir constantemente faltas inexistentes en su contra. La prensa no admite endiosar a alguien que proviene de un país sin peso alguno en el marketing, por más glorias que arrastre consigo. Luisito Suárez se les coló con mil quiebres y mil amagues en su imperio de dinero y poder, donde sólo están admitidos los opulentos.
"No way Luisito".
jueves, 24 de noviembre de 2011
jueves, 17 de noviembre de 2011
FRACASADO II
En Inglaterra a Luis Suárez, a su fútbol de pesadilla, a su picardía, a su obsesión por el arco rival, a su ambición constante, a su habilidad, a su fuerza interminable, NO LO SOPORTAN MAS. Así de simple, así de concreto. Los técnicos rivales están sencillamente hartos de que el uruguayo les destroce en un segundo todo la planificación previa de la semana. Los defensas que enfrentan al Liverpool semana a semana se niegan terminantemente a continuar apareciendo en las imágenes televisivas haciendo el ridículo. Los periodistas ingleses no quieren seguir ni por un segundo más endiosando a un futbolista foráneo que opaca y hasta ridiculiza a los locales en cada partido y, lo que es aún más grave, es oriundo de un país sin marqueting, en otras palabras, Suárez y Uruguay no venden.
Pocos días atrás el tremendo problema es que el uruguayo se tiraba y fingía demasiado, situación nada aceptable en el "inmaculado" fútbol inglés. Ahora a Patrick Evra, ese futbolista francés frustrado y de borrosos antecedentes- se le ocurrió acusarlo de racista y eso le vino de maravilla a todos los damnificados por el fútbol del uruguayo. La cuestión es, claramente, sacar a Suárez de la competencia, marginarlo definitivamente. Claro está que esto no es racismo, es simplemente discriminación y segregación, pero sirve para que el camino de rosas siga reservado a futbolistas de países con un potencial económico y político mínimos, para que el factor marqueting no quede desairado.
Pero de todos modos hoy, jueves 17 de noviembre de 2011, el blanco de los dardos venenosos de la prensa británica no apuntó precisamente a Luis Suárez. Es que a un tal Joseph Blatter, presidente de un organismo llamado FIFA, que dice regir las normas de un deporte universal llamado fútbol, no se le ocurrió mejor idea que declarar que el tipo de incidentes protagonizados dentro de una cancha de fútbol, aún entre jugadores de diferentes razas, deben tomarse como parte del fútbol, un deporte de contacto permanente, y no particularmente como episodios de origen racista, por lo cual dichos choques siempre son pasibles de ser zanjados con un fuerte apretón de manos una vez finalizado el partido. Con estas afirmaciones el mandamás de FIFA se pronunció claramente en el tema, aunque sin dar nombres propios ni mencionar situaciones particulares o concretas.
Y dijo la verdad, sin agegar ni quitar ni un punto o una coma. Es inadmisible que cada choque, que cada roce o intercambio de palabras o inclusive insultos, entre futbolistas de razas diferentes, sea tomado como un episodio en el cual esté involucrada una figura tan trascendente y dramática como el racismo. Hasta dónde se quiere llegar en este tema? Se trata de una moda macabra o de un truco artero para marginar de la profesión a futbolistas desequilibrantes como Suárez, por ejemplo? La decisión de la Federación Inglesa sentando al uruguayo en el banquillo de los acusados sin siquiera escuchar qué es lo que tiene para decir en su defensa, tiene un sabor a maquinación que es casi imposible de soslayar.
El capitán de la selección inglesa y del Chelsea, John Terry, enfrenta también la posibilidad de ser acusado de racista tras un incidente que protagonizara, también un mes atrás, con Anton Ferdinand, el defensa de color perteneciente al Stoke City, hermano menor del histórico del Manchester United, Rio Ferdinand. Pero la curiosidad quiso que, en este otro caso, la Federación Inglesa simplemente declarara oficialmente, muy suelta de cuerpo, que hasta que no se demostrara lo contrario, Terry era considerado "inocente" de toda culpa en el tema. Pero quizás pueda tratarse de una inocente diferencia de enfoque entre ambos episodios, o no?
Como conclusión del tema, y defenestrado Blatter, a quien hoy en Inglaterra se le pide a gritos la renuncia inmediata por el delito de defender la escencia misma del fútbol como deporte de contacto, el camino queda despejado para cualquiera que tenga el antojo de acusar de racismo a un futbolista desequilibrante, con el objetivo exclusivo de marginarlo de la competencia y si es posible de la profesión, utilizando un medio legítimo por supuesto, ya que mezclar el racismo con incidentes comunes y corrientes que ocurren y han ocurrido siempre dentro de una cancha de fútbol, es algo que está de moda y por tanto absolutamente permitido.
"Avant" Evra, el camino va a quedar despejado...
Pocos días atrás el tremendo problema es que el uruguayo se tiraba y fingía demasiado, situación nada aceptable en el "inmaculado" fútbol inglés. Ahora a Patrick Evra, ese futbolista francés frustrado y de borrosos antecedentes- se le ocurrió acusarlo de racista y eso le vino de maravilla a todos los damnificados por el fútbol del uruguayo. La cuestión es, claramente, sacar a Suárez de la competencia, marginarlo definitivamente. Claro está que esto no es racismo, es simplemente discriminación y segregación, pero sirve para que el camino de rosas siga reservado a futbolistas de países con un potencial económico y político mínimos, para que el factor marqueting no quede desairado.
Pero de todos modos hoy, jueves 17 de noviembre de 2011, el blanco de los dardos venenosos de la prensa británica no apuntó precisamente a Luis Suárez. Es que a un tal Joseph Blatter, presidente de un organismo llamado FIFA, que dice regir las normas de un deporte universal llamado fútbol, no se le ocurrió mejor idea que declarar que el tipo de incidentes protagonizados dentro de una cancha de fútbol, aún entre jugadores de diferentes razas, deben tomarse como parte del fútbol, un deporte de contacto permanente, y no particularmente como episodios de origen racista, por lo cual dichos choques siempre son pasibles de ser zanjados con un fuerte apretón de manos una vez finalizado el partido. Con estas afirmaciones el mandamás de FIFA se pronunció claramente en el tema, aunque sin dar nombres propios ni mencionar situaciones particulares o concretas.
Y dijo la verdad, sin agegar ni quitar ni un punto o una coma. Es inadmisible que cada choque, que cada roce o intercambio de palabras o inclusive insultos, entre futbolistas de razas diferentes, sea tomado como un episodio en el cual esté involucrada una figura tan trascendente y dramática como el racismo. Hasta dónde se quiere llegar en este tema? Se trata de una moda macabra o de un truco artero para marginar de la profesión a futbolistas desequilibrantes como Suárez, por ejemplo? La decisión de la Federación Inglesa sentando al uruguayo en el banquillo de los acusados sin siquiera escuchar qué es lo que tiene para decir en su defensa, tiene un sabor a maquinación que es casi imposible de soslayar.
El capitán de la selección inglesa y del Chelsea, John Terry, enfrenta también la posibilidad de ser acusado de racista tras un incidente que protagonizara, también un mes atrás, con Anton Ferdinand, el defensa de color perteneciente al Stoke City, hermano menor del histórico del Manchester United, Rio Ferdinand. Pero la curiosidad quiso que, en este otro caso, la Federación Inglesa simplemente declarara oficialmente, muy suelta de cuerpo, que hasta que no se demostrara lo contrario, Terry era considerado "inocente" de toda culpa en el tema. Pero quizás pueda tratarse de una inocente diferencia de enfoque entre ambos episodios, o no?
Como conclusión del tema, y defenestrado Blatter, a quien hoy en Inglaterra se le pide a gritos la renuncia inmediata por el delito de defender la escencia misma del fútbol como deporte de contacto, el camino queda despejado para cualquiera que tenga el antojo de acusar de racismo a un futbolista desequilibrante, con el objetivo exclusivo de marginarlo de la competencia y si es posible de la profesión, utilizando un medio legítimo por supuesto, ya que mezclar el racismo con incidentes comunes y corrientes que ocurren y han ocurrido siempre dentro de una cancha de fútbol, es algo que está de moda y por tanto absolutamente permitido.
"Avant" Evra, el camino va a quedar despejado...
miércoles, 16 de noviembre de 2011
FRACASADO
En las últimas horas el nombre del francés Patrick Evra ha terminado de afianzarse como el sinónimo de fracaso como futbolista y como ser humano. Comenzó a cimentar su fama cuando fue primer actor y protagonista casi excluyente del papelón del siglo, cuando tras la ridícula rebelión comandada por el entonces capitán de la selección de su país, el plantel completo se negó a entrenar luego del empate 0 a 0 ante Uruguay en su primer partido del Mundial Sud Africa 2010. Francia se cayó a pedazos, el escándalo y la verguenza sobrepasaron los límite más extremos y, entre otros, su capitán fue expulsado inmediatamente del plantel.
Pero lamentablemente el monstruo volvió a la acción. El 15 de octubre de 2011 su equipo, el laureado Manchester United, enfrentó al Liverpool de Luis Suárez, en uno de los clásicos más prestigiosos del fútbol inglés. En uno de los tantos choques que sostuvo con el uruguayo, se les vió forcejear y sostener un diálogo que se antojó áspero por demás, pero nada ajeno por cierto a las pautas comunes que rigen las relaciones entre futbolistas en cualquier cancha del mundo. Es bien claro y conocido que, en el ambiente del fútbol, los jugadores se niegan generalmente a comentar a la prensa este tipo de intercambios verbales, alegando el ya clásico "son cosas del fútbol", expresión que aspira a respetar -y también a que sean respetados- los códigos que rigieron desde siempre las relaciones entre los jugadores de fútbol del mundo entero.
Sin embargo en este caso, sorpresivamente, una vez terminado el partido, el francés sacó el megáfono acusando de racismo al futbolista uruguayo. Tras un mes de idas y venidas, de amagues, quiebres y requiebres, la Federación inglesa, aparentemente escuchando una sóla campana, decidió publicitar oficialmente una acusación de racismo contra Luis Suárez. Horas o inclusive minutos antes de conocerse esta resolución, el presidente de la FIFA Joseph Blatter le había quitado dramatismo al tema, declarando que este tipo de situaciones que tantas veces se habían dado y se seguirían dando dentro de una cancha de fútbol, deberían resolverse con un fuerte apretón de manos al final del encuentro.
Al tiempo que la FA hacía pública la absurda acusación formal a Luis Suárez, una auténtica andanada de críticas se desplomaba sobre el mandamás de la FIFA. Entre otros futbolistas de raza negra, Rio Ferdinand, un histórico de Manchester United y Jermain Jenas, ahora en el Aston Villa, mostraban su incredulidad ante las afirmaciones de Blatter y éste respondía forzadamente que "claro, claro, el racismo es una plaga a la que hay que desterrar de plano, no hay lugar para él, lo que quise decir es que asperezas han habido siempre y las seguirán habiendo en las canchas de fútbol y eso es lo que debe resolverse con un gran apretón de manos al finalizar el partido". Que sí, que no, que bueno, que voy, que vengo, el titular de FIFA terminó, como casi siempre, protagonizando un papel patético, lamentable. Se desdijo y no se desdijo, en realidad no se sabe muy bien qué es lo que quiso hacer o para donde pretendió enfilar. En realidad algo coherente con su conducta regular, lo de siempre, ni más ni menos.
Porque en realidad, y aunque fuera por una vez en su vida, le había embocado con sus declaraciones, había dado de lleno en el blanco. Sin decirlo explícitamente, estaba denunciando velada, pero a la vez claramente, que algunos futbolistas de raza negra están ni más ni menos que aprovechando la oportunidad que les sirve en bandeja la propaganda anti racista que gobierna el deporte mundial, para voltear impune y alevosamente a rivales que les caen demasiado pesados dentro de un terreno de juego. Este es, claramente y sin lugar a ninguna duda, el caso del siniestro Patrick Evra a quien -como a tantos y tantos otros en el mundo del fútbol- el fenómeno "Suárez" le queda demasiado grande. Hay que deshacerse de él, hay que derrocarlo, cortarle la cabeza a como dé lugar.
"Yo soy negro, él es blanco, pues aprovechemos eso, la propaganda anti racista está en auge, apuntemos con ella hacia Suárez y cortémosle la carrera aunque, entre nosotros, mirá que no pasó nada que no sea moneda corriente entre un defensor y un atacante en una cancha de fútbol, insultos comunes y corrientes". No resulta nada complicado deducir que en un individuo de baja ética estos pensamientos diabólicos y deleznables, se transforman en maquinaciones perfectamente aceptables. Y muy probablemente, al menos de acuerdo a sus borrosos antecedentes, el francés Evra los incluyó como parte básica de sus maquiavélicos planes.
Moraleja: no hay que entreverar las cartas. El racismo es detestable, deplorable, repugnante. Entonces está claro que hay que combatirlo, abatirlo, masacrarlo. El deporte es otra cosa, no tiene nada que ver, no hay que mezclarlo con nada más porque su forma pura y cristalina es justamente lo más resaltable. Si entreveramos las cartas siempre van a aparecer quienes, como Patrick Evra, van a aprovechar esa circunstancia para ejecutar sus fines siniestros.
Pero lamentablemente el monstruo volvió a la acción. El 15 de octubre de 2011 su equipo, el laureado Manchester United, enfrentó al Liverpool de Luis Suárez, en uno de los clásicos más prestigiosos del fútbol inglés. En uno de los tantos choques que sostuvo con el uruguayo, se les vió forcejear y sostener un diálogo que se antojó áspero por demás, pero nada ajeno por cierto a las pautas comunes que rigen las relaciones entre futbolistas en cualquier cancha del mundo. Es bien claro y conocido que, en el ambiente del fútbol, los jugadores se niegan generalmente a comentar a la prensa este tipo de intercambios verbales, alegando el ya clásico "son cosas del fútbol", expresión que aspira a respetar -y también a que sean respetados- los códigos que rigieron desde siempre las relaciones entre los jugadores de fútbol del mundo entero.
Sin embargo en este caso, sorpresivamente, una vez terminado el partido, el francés sacó el megáfono acusando de racismo al futbolista uruguayo. Tras un mes de idas y venidas, de amagues, quiebres y requiebres, la Federación inglesa, aparentemente escuchando una sóla campana, decidió publicitar oficialmente una acusación de racismo contra Luis Suárez. Horas o inclusive minutos antes de conocerse esta resolución, el presidente de la FIFA Joseph Blatter le había quitado dramatismo al tema, declarando que este tipo de situaciones que tantas veces se habían dado y se seguirían dando dentro de una cancha de fútbol, deberían resolverse con un fuerte apretón de manos al final del encuentro.
Al tiempo que la FA hacía pública la absurda acusación formal a Luis Suárez, una auténtica andanada de críticas se desplomaba sobre el mandamás de la FIFA. Entre otros futbolistas de raza negra, Rio Ferdinand, un histórico de Manchester United y Jermain Jenas, ahora en el Aston Villa, mostraban su incredulidad ante las afirmaciones de Blatter y éste respondía forzadamente que "claro, claro, el racismo es una plaga a la que hay que desterrar de plano, no hay lugar para él, lo que quise decir es que asperezas han habido siempre y las seguirán habiendo en las canchas de fútbol y eso es lo que debe resolverse con un gran apretón de manos al finalizar el partido". Que sí, que no, que bueno, que voy, que vengo, el titular de FIFA terminó, como casi siempre, protagonizando un papel patético, lamentable. Se desdijo y no se desdijo, en realidad no se sabe muy bien qué es lo que quiso hacer o para donde pretendió enfilar. En realidad algo coherente con su conducta regular, lo de siempre, ni más ni menos.
Porque en realidad, y aunque fuera por una vez en su vida, le había embocado con sus declaraciones, había dado de lleno en el blanco. Sin decirlo explícitamente, estaba denunciando velada, pero a la vez claramente, que algunos futbolistas de raza negra están ni más ni menos que aprovechando la oportunidad que les sirve en bandeja la propaganda anti racista que gobierna el deporte mundial, para voltear impune y alevosamente a rivales que les caen demasiado pesados dentro de un terreno de juego. Este es, claramente y sin lugar a ninguna duda, el caso del siniestro Patrick Evra a quien -como a tantos y tantos otros en el mundo del fútbol- el fenómeno "Suárez" le queda demasiado grande. Hay que deshacerse de él, hay que derrocarlo, cortarle la cabeza a como dé lugar.
"Yo soy negro, él es blanco, pues aprovechemos eso, la propaganda anti racista está en auge, apuntemos con ella hacia Suárez y cortémosle la carrera aunque, entre nosotros, mirá que no pasó nada que no sea moneda corriente entre un defensor y un atacante en una cancha de fútbol, insultos comunes y corrientes". No resulta nada complicado deducir que en un individuo de baja ética estos pensamientos diabólicos y deleznables, se transforman en maquinaciones perfectamente aceptables. Y muy probablemente, al menos de acuerdo a sus borrosos antecedentes, el francés Evra los incluyó como parte básica de sus maquiavélicos planes.
Moraleja: no hay que entreverar las cartas. El racismo es detestable, deplorable, repugnante. Entonces está claro que hay que combatirlo, abatirlo, masacrarlo. El deporte es otra cosa, no tiene nada que ver, no hay que mezclarlo con nada más porque su forma pura y cristalina es justamente lo más resaltable. Si entreveramos las cartas siempre van a aparecer quienes, como Patrick Evra, van a aprovechar esa circunstancia para ejecutar sus fines siniestros.
martes, 15 de noviembre de 2011
COMO AHORA O COMO ANTES
Siempre fue igual. Las formas nunca importaron, ni contaron. Nadie se fijó demasiado en la técnica que utilizó Ghiggia para meterla contra el primer palo de Barboza en la tarde del día "D" del fútbol mundial. Simplemente la metió y la tierra se partió en dos para más de la mitad de América del Sur, para el país-continente que nunca pudo someternos desde Lavalleja hasta nuestros días.
Con un manotón de ahogado salimos a flote en Sud Africa 2010 y sumergimos las esperanzas de todo un continente que se aprontaba para vestirse de gala por primera vez. Forzamos a la FIFA a incluirnos en el selecto grupo de potencias mundiales a las que habíamos dejado de pertencecer desde mucho tiempo atrás. Casi como de mala gana los encorsetados jefes del fútbol universal nos adjudicaron el sexto lugar de su ranking universal. Fue como si dijeran: "no queda otra pero total, para lo que les va a durar la buena racha..."
El problema fue que en 2011, lejos de amainar, la tormenta celeste se llevó puestas las aspiraciones de Argentina en su propia Copa América. Los vecinos estaban convencidos de que en su casa iba a llegar la redención de los pecados cometidos en Sud Africa 2010, pero el ejército celeste destruyó las esperanzas, las estrellas, el nuevo técnico y todo lo que encontró a su paso.
El telón de las peligrosas eliminatorias sudamericanas se levantó con Uruguay en la cuarta ubicación del ranking FIFA. "En noviembre quedan décimos", pensaron muchos tiburones, nada interesados en cubrir los primeros puestos con países de poco peso en el marketing mundial.
Las cruentas ejecuciones de Luis Suárez a los chilenos en la noche del 11 de noviembre de 2011, taparon una actuación exhuberante de todo el equipo que redondeó una obra magistral sobre el césped del Centenario. Solamente una fugaz resurrección de la sombra negra guaraní del pasado había permitido un mes antes que Uruguay perdiera los dos primeros puntos de la eliminatoria sudamericana. Pero luego de triturar a Chile la punta quedó asegurada con candado y broche de oro.
Pero aún quedaba una prueba de fuego para mantenerse entre los cuatro primeros del mundo, muy a pesar de los reyes del marketing mundial. Sin Suárez, sin Forlán, sin Abreu, sin Hernández, era complicado, hasta tremendo enfrentar al resurgimiento italiano en su propia casa, con nuevo técnico, plantel renovado y hasta un insólito cambio de filosofía futbolística, una auténtica apuesta al fútbol ofensivo, una especie de "adío" a la clásica especulación del viejo "catenaccio".
Una llegada, un gol...y se acabó. Ganó Uruguay. Si no había opción de quiebres demoníacos, remates a quemarropa, piques acalambrantes, paredes magistrales o desbordes inapelables -alcanzó con uno, el del "Pelado" Cáceres- quedaba lo otro, lo demás, lo de siempre, lo que cimentó la historia del gigante al que todavía pretenden hacer chico. "El partido ante Uruguay nunca fue amistoso, por eso fue provechoso", declaró -inteligente- el técnico italiano. Claro, es difícil y hasta inapropiado para un amistoso propiciado por la pulcra e inmaculada FIFA, que un equipo, para suplir figuras vitales en su funcionamiento, corra, marque, "muerda" y tranque hasta con las muelas con tal de sacar -o mantener- el resultado a su favor.
Como ahora, con las maravillas del insoportable Suárez, la contundencia de Forlán y el juego colectivo aceitado y sincronizado del grupo maravilloso formado por el maestro Tabárez. Y...si no se puede así, porque le faltan piezas en el tablero o por lo que sea, bueno, entonces como antes, como siempre: con fuerza, con lucha, con ganas, con sangre, sudor y lágrimas. Con todo, como siempre, como Uruguay.
Con un manotón de ahogado salimos a flote en Sud Africa 2010 y sumergimos las esperanzas de todo un continente que se aprontaba para vestirse de gala por primera vez. Forzamos a la FIFA a incluirnos en el selecto grupo de potencias mundiales a las que habíamos dejado de pertencecer desde mucho tiempo atrás. Casi como de mala gana los encorsetados jefes del fútbol universal nos adjudicaron el sexto lugar de su ranking universal. Fue como si dijeran: "no queda otra pero total, para lo que les va a durar la buena racha..."
El problema fue que en 2011, lejos de amainar, la tormenta celeste se llevó puestas las aspiraciones de Argentina en su propia Copa América. Los vecinos estaban convencidos de que en su casa iba a llegar la redención de los pecados cometidos en Sud Africa 2010, pero el ejército celeste destruyó las esperanzas, las estrellas, el nuevo técnico y todo lo que encontró a su paso.
El telón de las peligrosas eliminatorias sudamericanas se levantó con Uruguay en la cuarta ubicación del ranking FIFA. "En noviembre quedan décimos", pensaron muchos tiburones, nada interesados en cubrir los primeros puestos con países de poco peso en el marketing mundial.
Las cruentas ejecuciones de Luis Suárez a los chilenos en la noche del 11 de noviembre de 2011, taparon una actuación exhuberante de todo el equipo que redondeó una obra magistral sobre el césped del Centenario. Solamente una fugaz resurrección de la sombra negra guaraní del pasado había permitido un mes antes que Uruguay perdiera los dos primeros puntos de la eliminatoria sudamericana. Pero luego de triturar a Chile la punta quedó asegurada con candado y broche de oro.
Pero aún quedaba una prueba de fuego para mantenerse entre los cuatro primeros del mundo, muy a pesar de los reyes del marketing mundial. Sin Suárez, sin Forlán, sin Abreu, sin Hernández, era complicado, hasta tremendo enfrentar al resurgimiento italiano en su propia casa, con nuevo técnico, plantel renovado y hasta un insólito cambio de filosofía futbolística, una auténtica apuesta al fútbol ofensivo, una especie de "adío" a la clásica especulación del viejo "catenaccio".
Una llegada, un gol...y se acabó. Ganó Uruguay. Si no había opción de quiebres demoníacos, remates a quemarropa, piques acalambrantes, paredes magistrales o desbordes inapelables -alcanzó con uno, el del "Pelado" Cáceres- quedaba lo otro, lo demás, lo de siempre, lo que cimentó la historia del gigante al que todavía pretenden hacer chico. "El partido ante Uruguay nunca fue amistoso, por eso fue provechoso", declaró -inteligente- el técnico italiano. Claro, es difícil y hasta inapropiado para un amistoso propiciado por la pulcra e inmaculada FIFA, que un equipo, para suplir figuras vitales en su funcionamiento, corra, marque, "muerda" y tranque hasta con las muelas con tal de sacar -o mantener- el resultado a su favor.
Como ahora, con las maravillas del insoportable Suárez, la contundencia de Forlán y el juego colectivo aceitado y sincronizado del grupo maravilloso formado por el maestro Tabárez. Y...si no se puede así, porque le faltan piezas en el tablero o por lo que sea, bueno, entonces como antes, como siempre: con fuerza, con lucha, con ganas, con sangre, sudor y lágrimas. Con todo, como siempre, como Uruguay.
miércoles, 9 de noviembre de 2011
ACORRALADOS
"Paciente inestable, presión arterial 18/10, temperatura 40 grados, funcionamiento alterado de los órganos, arritmia aguda, bloqueo intestinal y renal. La complicación máxima se genera en una insuficiencia aguda de irrigación cerebral, su estado general puede rotularse de grave a desesperante".
Europa está en el CTI y cada día parecen más difusas e inciertas las posibilidades de una recuperación que al menos le permita un traslado a Cuidados Intermedios. Los mercados mundiales de valores están prisioneros de un sube y baja permanente, como si estuvieran controlados por los caprichos de un infante malcriado en un parque de diversiones. La demencial idea de un conflicto armado que transformaría al mundo en algo semejante a "El Planeta de los Simios", se paseó siniestra por las cumbres de los mandatarios del viejo continente.
Los políticos se miran de reojo, se menean en una triste danza de impotencia, no entienden a sus colegas pero tampoco se entienden a sí mismos, en realidad no entienden nada. Los pueblos asisten resignados a esta obra cumbre de la impotencia universal, en la cual los actores principales, los más laureados, hacen de la inutilidad absoluta su papel favorito. Efectivamente la sangre ya no llega al cerebro, las ideas se desvanecieron en la bruma de la inestabilidad. No hay más líderes, estandartes que las masas elevaban con orgullo y pasión, cálidos refugios de los más desamparados. Desaparecieron algunos, se hicieron pedazos otros, dejaron ya de ser una especie en extinción, simplemente porque ya son recuerdo desde hace mucho tiempo. El mundo no tiene timoneles y Europa, a merced de esta marea loca y asesina en que está sumida, es la que más los reclama.
En medio del caos hay todavía algunos que decidieron jugar a la ruleta. Apostaron en grande, todo a color, o a pleno. Son los casos de Grecia y de Italia, dos países cuyos políticos estuvieron hasta último momento muy ocupados en priorizar su poder irreverente, indecente, inmoralmente irrespetuoso. Minimizaron el drama, casi lo ignoraron, prefirieron intentar ganarse a sus pueblos desparramando demagogia hacia los cuatro vientos, manteniendo prebendas, ignorando el ahorro público y haciendo la vista gorda a la ola que los tapaba.
Y terminaron jugando a la ruleta...rusa. Porque al final, como era indefectible que sucediera, la bala salió de la recámara. Los demás damnificados no los aguantaron más, se hartaron de tanta desidia, inconciencia y ambición. Están sitiados, acorralados irremisiblemente, prisioneros de su propia ambición de poder. La furia de la tormenta no amaina, las olas continúan amenazando con taparlo todo, pero al menos ahora los que intentan salvarse tratan de remar parejo.
Europa está en el CTI y cada día parecen más difusas e inciertas las posibilidades de una recuperación que al menos le permita un traslado a Cuidados Intermedios. Los mercados mundiales de valores están prisioneros de un sube y baja permanente, como si estuvieran controlados por los caprichos de un infante malcriado en un parque de diversiones. La demencial idea de un conflicto armado que transformaría al mundo en algo semejante a "El Planeta de los Simios", se paseó siniestra por las cumbres de los mandatarios del viejo continente.
Los políticos se miran de reojo, se menean en una triste danza de impotencia, no entienden a sus colegas pero tampoco se entienden a sí mismos, en realidad no entienden nada. Los pueblos asisten resignados a esta obra cumbre de la impotencia universal, en la cual los actores principales, los más laureados, hacen de la inutilidad absoluta su papel favorito. Efectivamente la sangre ya no llega al cerebro, las ideas se desvanecieron en la bruma de la inestabilidad. No hay más líderes, estandartes que las masas elevaban con orgullo y pasión, cálidos refugios de los más desamparados. Desaparecieron algunos, se hicieron pedazos otros, dejaron ya de ser una especie en extinción, simplemente porque ya son recuerdo desde hace mucho tiempo. El mundo no tiene timoneles y Europa, a merced de esta marea loca y asesina en que está sumida, es la que más los reclama.
En medio del caos hay todavía algunos que decidieron jugar a la ruleta. Apostaron en grande, todo a color, o a pleno. Son los casos de Grecia y de Italia, dos países cuyos políticos estuvieron hasta último momento muy ocupados en priorizar su poder irreverente, indecente, inmoralmente irrespetuoso. Minimizaron el drama, casi lo ignoraron, prefirieron intentar ganarse a sus pueblos desparramando demagogia hacia los cuatro vientos, manteniendo prebendas, ignorando el ahorro público y haciendo la vista gorda a la ola que los tapaba.
Y terminaron jugando a la ruleta...rusa. Porque al final, como era indefectible que sucediera, la bala salió de la recámara. Los demás damnificados no los aguantaron más, se hartaron de tanta desidia, inconciencia y ambición. Están sitiados, acorralados irremisiblemente, prisioneros de su propia ambición de poder. La furia de la tormenta no amaina, las olas continúan amenazando con taparlo todo, pero al menos ahora los que intentan salvarse tratan de remar parejo.
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