martes, 15 de noviembre de 2011

COMO AHORA O COMO ANTES

      Siempre fue igual. Las formas nunca importaron, ni contaron. Nadie se fijó demasiado en la técnica que utilizó Ghiggia para meterla contra el primer palo de Barboza en la tarde del día "D" del fútbol mundial. Simplemente la metió y la tierra se partió en dos para más de la mitad de América del Sur, para el país-continente que nunca pudo someternos desde Lavalleja hasta nuestros días.
      Con un manotón de ahogado salimos a flote en Sud Africa 2010 y sumergimos las esperanzas de todo un continente que se aprontaba para vestirse de gala por primera vez. Forzamos a la FIFA a incluirnos en el selecto grupo de potencias mundiales a las que habíamos dejado de pertencecer desde mucho tiempo atrás. Casi como de mala gana los encorsetados jefes del fútbol universal nos adjudicaron el sexto lugar de su ranking universal. Fue como si dijeran: "no queda otra pero total, para lo que les va a durar la buena racha..."
       El problema fue que en 2011, lejos de amainar, la tormenta celeste se llevó puestas las aspiraciones de Argentina en su propia Copa América. Los vecinos estaban convencidos de que en su casa iba a llegar la redención de los pecados cometidos en Sud Africa 2010, pero el ejército celeste destruyó las esperanzas, las estrellas, el nuevo técnico y todo lo que encontró a su paso.
       El telón de las peligrosas eliminatorias sudamericanas se levantó con Uruguay en la cuarta ubicación del ranking FIFA. "En noviembre quedan décimos", pensaron muchos tiburones, nada interesados en cubrir los primeros puestos con países de poco peso en el marketing mundial.
        Las cruentas ejecuciones de Luis Suárez a los chilenos en la noche del 11 de noviembre de 2011, taparon una actuación exhuberante de todo el equipo que redondeó una obra magistral sobre el césped del Centenario. Solamente una fugaz resurrección de la sombra negra guaraní del pasado había permitido un mes antes que Uruguay perdiera los dos primeros puntos de la eliminatoria sudamericana. Pero luego de triturar a Chile la punta quedó asegurada con candado y broche de oro.
         Pero aún quedaba una prueba de fuego para mantenerse entre los cuatro primeros del mundo, muy a pesar de los reyes del marketing mundial. Sin Suárez, sin Forlán, sin Abreu, sin Hernández, era complicado, hasta tremendo enfrentar al resurgimiento italiano en su propia casa, con nuevo técnico, plantel renovado y hasta un insólito cambio de filosofía futbolística, una auténtica apuesta al fútbol ofensivo, una especie de "adío" a la clásica especulación del viejo "catenaccio".
         Una llegada, un gol...y se acabó. Ganó Uruguay. Si no había opción de quiebres demoníacos, remates a quemarropa, piques acalambrantes, paredes magistrales o desbordes inapelables -alcanzó con uno, el del "Pelado" Cáceres- quedaba lo otro, lo demás, lo de siempre, lo que cimentó la historia del gigante al que todavía pretenden hacer chico. "El partido ante Uruguay nunca fue amistoso, por eso fue provechoso", declaró -inteligente- el técnico italiano. Claro, es difícil y hasta inapropiado para un amistoso propiciado por la pulcra e inmaculada FIFA, que un equipo, para suplir figuras vitales en su funcionamiento, corra, marque, "muerda" y tranque hasta con las muelas con tal de sacar -o mantener- el resultado a su favor.
         Como ahora, con las maravillas del insoportable Suárez, la contundencia de Forlán y el juego colectivo aceitado y sincronizado del grupo maravilloso formado por el maestro Tabárez. Y...si no se puede así, porque le faltan piezas en el tablero o por lo que sea, bueno, entonces como antes, como siempre: con fuerza, con lucha, con ganas, con sangre, sudor y lágrimas. Con todo, como siempre, como Uruguay.

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