lunes, 12 de agosto de 2013
En el país de las disculpas quien no las da puede ser Rey
En el país de las disculpas, a veces quien no las ofrece puede salir ganando. Se trata de no ir contra la corriente y adaptarse a los usos de la tierra en la que uno vive, sobre todo si en ellos están incluidos los buenos modales y el respeto por los demás y sus derechos. En un lugar donde, si el transeúnte espera para cruzar una calle parado en la mitad de la cuadra -en una palabra donde no debe hacerlo- tiene una elevada chance de que en los siguientes cinco segundos un conductor considerado al extremo, frene en seco para dejarlo cruzar y todavía, mostrándole una sonrisa digna del mejor commercial de una pasta dental.
Así es, así funcionan las cosas en estas Islas casi siempre cubiertas por las nubes. Y si luego de cruzar, ya en la vereda, el dichoso peatón "se lleva puesto" a alguien, quizás ni siquiera le dé el tiempo para esbozar una disculpa, porque antes será el propio damnificado por el empujón quien lo anticipará, con un claramente audible "I'm sorry". El problema se comienza a plantear cuando el británico, tan acostumbrado a moverse entre disculpas por aquí y disculpas por allá, se vuelve prisionero de su propia buena costumbre y queda así a la deriva, como un barco sin timón en alta mar.
Para aquellos que se la veían venir, sí, es el caso del entrenador de Liverpool, el nor-irlandés Brendan Rodgers. Muy severo él, muy convencido él, muy circunspecto él, muy firme él, así de concentrado y así de decidido, encaró a la prensa en Dublín y les hizo saber que exigía a Luis Suárez las disculpas del caso por sus declaraciones y sobre todo por su actitud de los últimos tiempos, por todo lo dicho y lo hecho, cuyos detalles flotan en las últimas notas de este "Ojo de Londres. El "boss" lo conminó, acorraló a su futbolista estrella, remarcó que le debía esas disculpas al club, a los futbolistas que comparten con él todas las horas y también a los hinchas que siempre lo han apoyado en cada episodio que protagonizó.
Todo muy bonito, muy claro, muy de acuerdo a la mentalidad de estas tierras. Es el país del "Sorry", pero ocurre que a veces -y esta es una de esas tales veces- el "Sorry" ata y amordaza a quien lo emite o, peor aún, en este caso a quien lo exige. Sobre todo si esa conminación para pronunciarlo tiene como destinatario a alguien que viene de una cultura diferente. Y si ese alguien es "listo como el hambre", como dicen los de la Península Ibérica- las consecuencias pueden llegar a ser trágicas.
Con su exigencia de disculpas, Brendan Rodgers le puso a Luis Suárez un revólver en su mano. El entrenador, presa de la cultura de estas tierras, quedó ahora prisionero de sus propias palabras. El uruguayo decidió actuar a la uruguaya, como lo harían casi todos los uruguayos, especialmente los que desenfundan rápido, sacan antes que el otro su pistola, disparan y lo dejan seco, tirado en medio de la calle polvorienta, al mejor estilo de los duelos del Lejano Oeste, durante la segunda mitad del siglo XIX.
Pocos dudaban que nuestro héroe del Western iba a negar las disculpas, mientras puertas adentro esbozaría la más pícara de sus sonrisas, como diciendo, "ahora sí, ésta es la mía, ahora me niego y qué hacen? Me van a seguir teniendo ahí tirado sólo, sin jugar a pesar de que siempre dependieron de mi, pagándome 120.000 libras por semana y perdiéndose 50 millones por una venta al Arsenal o a donde sea? Y si se tiran atrás y me reintegran al grupo, quedan pegados como un chicle y todavía a riesgo de que yo no les rinda porque sigo queriendo irme. O me venden, quedando pegados también porque dijeron que no iban a venderme a ningún lado, pero al menos se llevan los 50 millones".
"Luis el Travieso", todo un émulo de la caricatura norteamericana de las revistas de los '60, de aquel chico insoportable, insufrible, imbancable, que con sus diabluras sin fin hacía sufrir hasta lo indecible a su vecino, el por siempre torturado Mr. Wilson, tiene ahora la sartén por el mango. Nadie piensa que ni Rodgers, ni John Henry, ni el resto de Fenway Sports, el consorcio yanqui propietario de Liverpool, estén dispuestos a mantener la situación como está. La estrella fulgurante del club entrenando en solitario mientras cobra una fortuna en libras esterlinas, mientras al otro lado del mostrador el hincha mira desesperadamente cómo la situación creada resiente -aún más- el poderío del equipo.
Afuera, todavía a la intemperie, los lobos siguen acechando en la noche. Se relamen, se regocijan. Pero esperan, hasta hacen un culto de su paciencia. Arsene Wenger habla de las buenas maneras y del respeto, pero por dentro guarda una fiera, la controla, la sujeta, pero a la vez le da de comer para que conserve todas sus fuerzas a la hora de salir por la presa.
En cambio Florentino Pérez no dice ni "pío", nada, se calla. Pero mascullan las malas lenguas que está cansado de la intransigencia del propietario del Tottenham Hotspur, Mr. Daniel Levy. Es que el inglés ya le hizo dar el brazo a torcer la temporada pasada, cuando logró llevarse para su Madrid al croata Luca Modric, después de muchas idas y venidas, pero pagando una suma que no pensaba gastar. Dicen que a esta altura Don Pérez ya duda seriamente si esta vez su voluntad lo apoyará a la hora de desprenderse de la impresionante suma que piden los del norte de Londres. El super galés Gareth Bale, número uno de la última Premier League, parece remontarse a la capa de nubes más altas que hacen sombra diariamente en esta parte del mundo. Don Florentino sabe muy bien que con la mitad de lo que Levy le pide por Bale, se lleva a la otra "sellada" de la pasada Premier: Luis Suárez.
Los 100 millones de libras que necesita para llevarse al galés están en un cajón de su escritorio del Bernabeu. Pero parece que el titular "merengue" últimamente ya mira más hacia otro cajón: donde tiene guardados los 55 millones que necesitaría para quedarse con Luis, "Luis el Travieso".
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