Edison Cavani es demasiado bueno. O quizás respetuoso en extremo, o por ahí es tolerante hasta la exasperación. Otro en su lugar hubiera reaccionado en forma diferente. Como poco, hubiera encararado al entrenador, alertándolo sobre lo que le están haciendo. Al menos le abriría los ojos y después se sentaría a esperar los acontecimientos. Si la cosa cambia, fenómeno. Si no es así, mala suerte, pero al menos él habrá hecho lo posible.
Esa jugada en la que Marcus Rashford se mete en diagonal y se termina encerrando en el bosque de piernas rivales, ignorando olímpicamente a Cavani que se desmarcaba sólo a su izquierda, pudo darle tres puntos de oro a Manchester United pero, en cambio, terminó desflecándose como una prenda vieja y desgastada.
Rashford es un ícono para los ingleses y no precisamente por su rol en el fútbol, sino porque es la cabeza de una campaña social que promueve -y presiona- al gobierno de Boris Johnson para que mantenga los almuerzos en las escuelas para niños carenciados. De hecho el gobierno había suprimido, meses atrás, tal beneficio, hasta que la presión ejercida por Rashford y su madre a través de la prensa y de las redes sociales, obligó a una marcha atrás histórica de la autoridad. Resumiendo, hoy se habla de que Marcus Rashford podría ser condecorado por la Reina con la distinción de "Sir", título que llevan quienes han hecho méritos especiales a cualquier nivel en el Reino Unido.
Obviamente se impone separar las cartas en este caso. El técnico noruego Ole Gunner Solskjaer es, sin dudas, quien debe hacerle entender a su futbolista que el agua y el aceite no se mezclan o que lo cortés no quita lo valiente. En privado debería remarcarle que el loable hecho de representar un ejemplo de solidaridad y de altruismo dentro de la sociedad británica, todo un símbolo y una referencia para los deportistas que inician el difícil camino de la fama, no incluye el creerse el dueño del cuadro ignorando y "tirando al medio" a un futbolista "senior" que se ganó a puro esfuerzo el respeto de propios y extraños, más allá de las virtudes que como jugador y goleador ha demostrado Edison Cavani en clubes de primer nivel europeo y mundial.
MIEDO A PERDER. Intentos y sólo intentos, más de Liverpool pero siempre con un marco de tibieza, como un horno graduado tan bajito que no alcanza a cocinar la comida. El clásico fue un monumento al respeto mutuo en una Liga en que normalmente esta clase de encuentros se juega a cara o cruz, a matar o morir. Es cierto también que Liverpool perdió aceleración respecto a las dos últimas temporadas y con esa realidad sobre el césped, todo se ha emparejado para abajo.
Si bien el local presionó siempre la salida de Manchester United, la visita estaba encerrada pero consciente y lúcida, nunca "groggy" y cada vez que podía zafar del asedio intentaba herir aprovechando que tras el quiebre de la presión la última zona de Liverpool parecía no responder con firmeza. Las dos ocasiones más claras del partido , casi las únicas, respondieron a esos parámetros. En las dos el protagonista fue Alisson Becker, el arquero brasileño de los de Jurgen Klopp, tapándole sendos remates de gol al francés Paul Pogba y al portugués Bruno Fernandes.
Y no pasó más nada, aparte de la jugada que pudo haber terminado con gol de Edison Cavani y se quedó en la nada por el egoísmo de Marcus Rashford. Más allá de ese episodio puntual que quizás hubiera definido el partido para el United, el salteño, ingresado en el minuto 60, no pudo influir en un trámite muy cerrado, en un clásico pautado por el miedo a perder en ambos protagonistas.
LA RESURRECIÓN DEL CITY. Cuando parecía que su sistema de juego se moría lentamente, cuando los resultados negativos de la primera parte de la temporada amenazaban con pasarle raya a toda una era de "guardiolismo", al tiempo que los traspiés se sucedían y hasta casi gritaban que al "gran Pep" le habían tomado los puntos, engañando a muchos -especialistas y gente común-, resulta que hoy el Manchester City de Josep Guardiola le pisa los talones a su rival tradicional, el Manchester United, en el tope de la tabla de posiciones de la Premier League.
El "celeste" está segundo a sólo dos unidades de los de Edison Cavani, pero curiosamente, en una supuesta tabla de puntos perdidos, es el líder del torneo con 16 unidades dejadas por el camino contra 17 del United.
De cómo el "citizen" aniquiló a Crystal Palace habría muy poco para decir porque todo fue muy fácil y de rápida ejecución. El buen juego, el que pretende siempre el carismático entrenador catalán, apareció de la mano del espíritu ganador que han recuperado sus dirigidos. Se les ve con las ganas de otrora, con la voracidad que habían perdido, con la aplicación de alumnos clase "A" que exige inexorablemente el ex-técnico de Barcelona.
Todo ese libreto, bien aprendido y recitado de memoria, ha resultado más que suficiente para que Manchester City haya resucitado recobrando, casi sin darse cuenta, en puntas de pie y en silencio, el nivel de las últimas temporadas, el que ha exhibido casi con ostentación luego de haberse diplomado como uno de los nuevos ricos del fútbol mundial y, con mayor énfasis todavía, después de haberse entregado en cuerpo y alma a las artes y al estilo de "Pep" Guardiola.
Ante todo ese aluvión de cosas conjuntadas, poco y nada pudo hacer el Crystal Palace dirigido por el veterano Roy Hodgson. Fue exhibición y no partido: un 4 a 0 puro y duro. La muestra dió para golazos como los de Gundogan y Sterling y hasta para que un zaguero, John Stone, convirtiera sus dos primeros goles desde que juega en el club.
LEICESTER GOLPEA LA PUERTA. Fueron dos goles, pudieron ser más para los dos lados. Fue el partido ideal porque Leicester City y el asombroso Southampton crearon, elaboraron fútbol, pero al mismo tiempo se preocuparon de defender con criterio impidiendo el cambio de gol por gol.
En cambio el volumen de fútbol estuvo siempre a un nivel muy alto y así también surgieron algunas chances claras que, en su mayoría, fueron conjuradas por ambos arqueros, quienes desplegaron al aire la bandera de la salvación para sus respectivas vallas.
El local lo resolvió a su favor porque cuando habló lo hizo con el argumento básico del fútbol: el gol. Porque, además, no sólo de Vardy viven los de Brendan Rodgers, quienes dejaron bien claro que cuando necesitan más artillería, también pueden aparecer el talentoso James Maddison y la otra pieza del cañón, el mediocampista con alma de goleador, Harvey Barnes, que en esta temporada parece decidido a todo.
Leicester City fue efectivo, fue letal y entonces ganó: 2 a 0.
CARA DE "POKER". Tottenham Hotspur fue claro dominador en el primer tiempo y entonces ese 2 a 0 que estampó el gran Harry Kane sobre el mismo cierre del período inicial, tuvo pinta de cierre de partido. Tras el "relax" del descanso los de Mourinho se durmieron en los laureles. Fue sólo una siesta corta, suficiente sin embargo para que el entrenador portugués se agarrara una de sus clásicas rabietas y se fuera a sentar en su butaca con notoria cara de "póker".
Sheffield United, el colista por muerte de la Premier, no le hizo asco al descansito tomado por su rival y encontró el fútbol que a veces atina a jugar pese a estar casi condenado anticipadamente al descenso. Con toque livianito pero fino, con sentido colectivo, interesante al menos, se le tiró encima a los "Spurs" y hasta logró descontar.
Unas miraditas de reojo al banco, el silencio de su técnico llegándoles pesado y contundente desde el costado de la cancha, la mirada fulminante del luso, todo eso agravado por el descuento de McGoldrick, fueron elementos más que suficientes para que el equipo reaccionara como tocado por un resorte, de modo que ni 4 minutos necesitaron para que N'Dombele sentenciara el partido con el 3 a 1 definitivo.
Sheffield United siguió con su buen juego, sin profundidad, sin "punch", sin hacer daño al menos adentro de la cancha, porque afuera José Mourinho, el de siempre, el que promete cambiar pero nunca lo hace, no podía ni quería ocultar su molestia por lo que consideraba una actuación inconvincente de su equipo.
EL LÁNGUIDO CHELSEA. Un triste Chelsea, lánguido, desdibujado, desteñido, sin hacer pesar a sus figuras, necesitó de un agónico gol de Mason Mount para doblegar al local Fulham, su rival del oeste de Londres, que había resistido más de media hora jugándole al gigante con un hombre menos.
Cuando a los 41 minutos el portugués Cavaleiro desperdició, con una definición deficiente, una formidable jugada colectiva de Fulham, los pronósticos para el segundo tiempo no podían ser más preocupantes para los dirigidos por Frank Lampard. Nunca habían plasmado en la cancha el poderío que naturalmente debiera emerger siempre de sus figuras, las mismas que conforman un presupuesto multimillonario e infinitamente superior, por cierto, al que ostenta el que fuera ayer su rival de turno.
Por esas razones de peso -y de libras esterlinas- cuando a los 44 minutos el estadounidense Antonee Robinson, defensa de Fulham, dió por el piso con todo lo bueno que había mostrado su equipo al hacerse expulsar infamemente tras una entrada tan tremenda como innecesaria contra el vasco Azpilicueta, no hubo nadie que no pensara que en el complemento Chelsea se comería crudo a los dirigidos por Scott Parker.
Pues no fué así. Ni los cambios introducidos por Lampard consiguieron despertar al equipo, sacarlo de esa languidez y de esa inoperancia. Fulham defendió sin sobresaltos, no pasó mayores sofocones pero cuando parecía que se llevaba un punto que era oro por su posición comprometida en la tabla y porque en la Premier jugar con diez fubolistas equivale siempre a derrota segura, aparecíó Mount y sepultó las ilusiones del local.
Fue triunfo - un pálido 1 a 0- del desteñido Chelsea que, si sigue en este tren, no parece ser un problema mayor a resolver para los que comandan hoy las posiciones de Premier League.
LES FALTÓ APLAUDIR. El gol de Neal Maupay, a los 16 minutos de juego para el 1 a 0 que sería definitivo de Brighton ante el Leeds de Marcelo Bielsa, fue consecuencia de la construcción de paredes, techos, pisos de parquet, edificios enteros, con todo Leeds mirando y admirando la gran obra. Un golazo, claro, pero a nadie hubiera extrañado que los chicos del "Loco" lo hubieran aplaudido. Siguieron los muchachos de Brighton invitándose sólos, navegando 60 metros sin otros barcos en el horizonte , casi hasta "chiveando", siempre sin enemigos a la vista, por supuesto.
Es que está claro que lo del técnico rosarino no es marcar mal, sino que directamente es no marcar, permitir y poco menos que aplaudir. Más que en el fondo, donde los desamparados defensas de la última línea deben enfrentar desarmados a enemigos que les llegan sueltos, libres como pájaros, el problema está en el medio, zona que el técnico argentino no ha poblado precisamente con futbolistas de marca, vestidos con un overol manchado de grasa y aceite, rastrojeros, tractores imprescindibles para trillar un área clave de la cancha.
Con estas franquicias, Brighton jugó a voluntad, pero justamente porque era el discreto Brighton el insuceso no pasó de una simple derrota por un sólo gol de diferencia y no alcanzó el tinte de desastre que ya han causado -y continuarán causando- muchos peces gordos del fútbol de Premier a costa del permisivo Leeds United de Marcelo Bielsa.