jueves, 24 de octubre de 2013

Las venas siguen abiertas, cierto Eduardo?

Todo sigue abierto mi querido Eduardo.

Te acordarás cuando escribiste sobre los intereses mezquinos que cosiguieron impedir a toda costa que la rica América del Sur estuviese unida en un sólo país: una nación productora de todo, exportadora de todo, llena de fábricas hasta la boca, con obreros de todas las edades transformando aquella jugosa materia prima en magníficos productos manufacturados para el consumo interno y para la exportación y recibiendo a cambio salarios decorosos que les permitieran, al cabo de cada jornada, rendir pleitesía a un estado espiritual y mental que nunca debió faltar como centro de mesa cada noche de reunión familiar, a la vuelta de la fábrica, de la escuela, al final de un duro día de tareas domésticas; algo que alguna vez a alguien se le ocurrió bautizar como "Dignidad".

Pero todo sigue abierto mi estimado compatriota.

Nunca había escrito en primera persona en éste mi blog, bautizado a 14.000 kms. de mi país, plagado de notas sobre fútbol, mi especialidad, pero matizado también por  crónicas de vida, bien o mal escritas, atrevidas algunas, inundadas de conceptos discutibles o indiscutibles, abiertas a todas las opinions posibles o bien a la polémica de especialistas o de la gente común, a la que mayoritariamente apunté siempre. Pero lo dicho, nunca me gustó utilizar la primera persona en mis notas. Me parecía -y aún me parece- que ese estilo denuncia cierta ausencia de modestia, beneficiando en cambio al ego.

Pero hoy decidí escribirte en primera persona mi querido Eduardo. Y es porque justamente estas líneas, si de algo están justamente vacías, es de ego. Y si de algo están pletóricas es de reconocimiento y de admiración hacia una publicación editada hace más de cuatro décadas, en el ya muy lejano, aparentemente al menos, 1970. Confieso que algunas semanas atrás, a medida que devoraba los capítulos de "Las Venas Abiertas de América Latina", llegué ingenuamente a preguntarme qué estaba haciendo yo, informándome tan fuera de época de esa denuncia estampada a grito limpio en un libro del gran Eduardo Galeano, escrito cuando yo contaba con sólo 19 primaveras.

Porque al final la producción de aquélla América Latina se vino hacia Europa, así nomás como había sido extraída, desnuda, en carne viva, para ser aprovechada y sobre todo transformada del otro lado del gran mar. Las fábricas florecieron, claro que sí, la mano de obra pasó a un estado de demanda desesperada, el mercado interno explotó al influjo de los nuevos productos, una vez éstos fueron manufacturados. Cada noche el hombre llegó cansado a compartir una mesa familiar en la que nada faltaba, pero menos aún un centro de mesa armado con la palabra "Dignidad". Claro que todo este cuento de hadas hecho realidad, se armó en el "Viejo Continente", justo el que no contaba con las materias primas para tanta riqueza, para tanto florecimiento.

Y tal cual está detallado de mil maneras en "Las Venas...", el que tenía que ser rico, terminó siendo pobre, realmente muy pero muy pobre. Obligado a exportar la riqueza de sus suelos a precios inmoralmente bajos, la saqueada América Latina no obtuvo por su producción un valor siquiera medianamente cercano a lo que marcaba la realidad. El rico, esto es, primero el conquistador y luego otras potencias europeas mucho más poderosas que el ya decadente conquistador, cercenaron de cuajo, de raíz, la mera posibilidad de la creación de fábricas que transformaran aquella valiosa materia prima en productos manufacturados con destino al consumo interno y a la exportación.

Impuestos descomunalmente altos impidieron la fabricación de siquiera un alfiler. Impuestos ridículamente bajos posiblitaron la salida de la materia prima de decenas de puertos de América Latina hacia las potencias más grandes de Europa, para la citada transformación en productos manufacturados. Al tiempo que los nuevos productos se comercializaban a precios razonables en los diferentes mercados europeos, paralelamente eran exportados, pero esta vez a precios exhorbitantes, a los distintos países de...América Latina, ese Nuevo Continente tan pero tan desunido, tan a merced de la manipulación del rico, como que era capaz de ponerse de rodillas hasta hacerlas sangrar, prácticamente regalándole a la gran Europa la materia prima y todas sus riquezas naturales, dejando sin trabajo a millones de personas, cerrando fábricas sin haberlas abierto siquiera y finalmente, el colmo, comprándole los productos manufacturados con su propia riqueza, a las empresas del "Viejo Continente" y, todavía, a precios de ópera. Claro, después el hambre, la miseria, la desolación, el deterioro social y todos los flagelos juntos, se sentaron a la mesa de los latinoamericanos...Y siguen haciéndolo hasta hoy.

Desde 1970 hasta nuestros días, el calentamiento global, los avances tecnológicos más impresionantes que se puedan imaginar, los adelantos de las ciencias más diversas, el modo de vida de los pueblos del planeta, sus gobiernos por supuesto y tanto como el alcance de la inteligencia del lector pueda alcanzar, son cambios radicales sucedidos a lo largo de algo más de cuatro décadas de vida de la humanidad.

Pero no, mi querido Eduardo, eso sí que no ha cambiado, aquello no ha cambiado. Pueden haber nacido algunos matices nuevos, nada más, pero las venas siguen abiertas. Algo que los principales Libertadores, los próceres insignias, indudablemente habían previsto cuando pretendieron un continente único, socialmente fuerte, políticamente idem, económicamente rico, mucho más rico que Europa y lejos estaban de imaginar ésta pléyade de paisitos débiles, eso sí, siempre devorados puntualmente por algún lobo feroz que ronda por la vecindad. Desgraciadamente, en aquél lejanísimo siglo XIX otros pudieron más que ellos y todo terminó mal. Y no lo hemos podido arreglar, verdad mi querido Eduardo?



PD: Querido Eduardo Galeano, nada me gustaría más que pudieras leer estas líneas y regalarme tu invalorable opinion. Eso sí, te aseguro que están escritas con una modestia tal, que prácticamente se toca con el temor. Para que ellas lleguen a ti, cuento con la generosidad inmensa de mis lectores, porque estoy convencido que a alguno de ellos se le ocurrirá -o directamente conocerá de primera mano- una vía de acercamiento a tu persona.

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