La ambición de esparcimiento de Londres no tiene límites ni pausas. La más reciente etapa de crecimiento de la ciudad había comenzado a principios de los '90. Fue una suerte de bienvenida anticipada al tercer milenio y abarcó "el lejano oriente" de la capital inglesa, desde el centro financiero en la City hasta el épico Greenwich.
Los viejos muelles del Támesis fueron transformados en modernos puertos de yates, los bares y restaurantes aparecieron como en un pase de magia, los conductores de los trenes se bajaron de apuro porque ultramodernos sistemas automáticos de desplazamiento se desesperaban para ser instalados en las nuevas unidades de la línea llamada Docklands. Fantásticas estaciones brotaron como robadas a alguna galaxia, shoppings, rascacielos de formas caprichosas forrados de cristal por sus cuatro costados, toda una orgía de modernismo y ambición, un rotundo "No" a quedarse solamente con la historia, con siglos y siglos de tradición y, en cambio, desdoblarse de golpe hacia el futuro.
Una gran cola se ha formado como de la nada frente a la puerta de entrada de una importante agencia de empleos ubicada en Baker Street, en pleno centro de la capital inglesa. A pocos metros otras dos filas de gente esperan turno para ingresar al Museo de los Beatles y al de Sherlock Holmes. Son turistas, así que Sven (31), irlandés, sabe que ellos están ajenos a lo que él tiene en mente mientras espera su turno: "soy carpintero, últimamente consigo empleos temporarios más que nada, pero ahí (mira hacia el frente de la agencia) puede estar la oportunidad de mi vida y la de muchas personas. Esta gente representa a una gran empresa de construcción que va a transformar a la Villa Olímpica en un gran barrio residencial. Los trabajos comenzarán no bien finalicen los Juegos. Las residencias de los atletas serán apartamentos de un costo mucho más bajo que en el resto de Londres y además se construirán nuevas escuelas, guarderías y espacios para practicar deporte".
Glenn (24), londinense, termina su descanso del mediodía y está regresando a su puesto de entrevistador en la agencia de empleos. Está apurado porque explica que "estamos trabajando a toda máquina, sabíamos que la oferta iba a atraer a mucha gente pero nunca pensamos que iba a ser tanta. Lo que pasa es que el proyecto es muy bueno, piensan construir 10.000 nuevas casas en la zona del Parque Olímpico durante las próximas dos décadas, así que son miles los empleos que están ofreciendo". Claro que fuentes del gobierno de coalición comandado por David Cameron, ya se han ocupado rápidamente de rotular como propio el emprendimiento, como parte del proyecto de crecimiento del país que, según ellos, navega a contrapelo de la formidable crisis económico-financiera que castiga a Europa.
Glenn corta su exposición y entra a su lugar de trabajo rápidamente, así que Sven, quien ha leído el proyecto como para hablar de él con propiedad absoluta, no duda en proseguir explicándolo: "el Parque Olímpico va a quedar dividido en dos partes separadas por un curso de agua. La zona norte será más dedicada al aire libre y allí permanecerán el Velódromo y otras instalaciones deportivas, mientras que la mitad sur será más de puertas adentro, una suerte de área cultural, con bares, shoppings y edificios altos desde los cuales el visitante podrá apreciar distintas vistas de Londres".
Y sí, estaba cantado. Después que se apagara el fuego olímpico Londres no se iba a quedar vestido y sin visita. El día después no iba a ser el gran problema, al menos esta vez ese no sería el caso. No correría la pregunta del millón que tantos países se han formulado apenas el último atleta desapareciera dentro del avión de regreso a su país: "y ahora qué hacemos con todo esto?"
El este de la gran ciudad siempre fue identificado por los habitantes de la capital inglesa como una especie de zona prohibida, un barrio duro, de raíces complicadas. El aprovechamiento del Parque Olímpico será simplemente el gran golpe de gracia para consolidar la obra iniciada en la última década del Segundo Milenio, un imán gigante para atraer más y más residentes a una gran zona de la ciudad que, más rápido que ligero terminará tirando a las aguas del Támesis aquel ya perimido cartel de "Zona prohibida".
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