A Marsha Wagner apenas le da el tiempo para prepararse un té cuando percibe que ha entrado gente en su negocio de cotillón ubicado en el barrio de Harrow on the Hill, en el noroeste de Londres. Recién está abriendo, así que sacude su modorra y también cierto malhumor a raíz de un percance que ha sufrido la tarde anterior, cuando estaba a punto de terminar su jornada. El shopping Santa Ana todavía se despereza, su homónimo San George muestra una actitud parecida, es muy temprano aún pero la primera cliente ya asoma por la puerta del cotillón de Marsha.
"Buenos días, traje mi cámara para sacarle una foto a su vidriera pero veo que quitó toda la decoración que tenía, estaba preciosa, qué pasó?", pregunta la que Marsha presumía era su primer cliente del día pero que, en lugar de entrar al local para comprarle algo, involuntariamente le está metiendo el dedo en la llaga. "Ayer de tarde vinieron dos oficiales de la organización de los Juegos y me dijeron que si no sacaba inmediatamente los anillos y la antorcha olímpicos de la vidriera, ellos me denunciarían y entonces tendría que enfrentar una demanda del sponsor oficial", explica la propietaria del comercio. Y al comprobar con cierta morbosa satisfacción el estupor que sus palabras causan en la visitante, agrega presurosa que "sí, sí, no podía creerlo cuando entraron diciendo que estaba quebrantando la ley, fíjese que para una comerciante tan modesta como yo, el ser demandada por un gigante, nada menos que un sponsor de los Juegos Olímpicos, sería lapidario, terrible".
Hasta las cuatro de la tarde del día anterior la vidriera de Marsha había sido la atracción máxima del Shopping Santa Ana, uno de los centros comerciales que hacen hervir de bullicio y de consumismo cada jornada de esa zona del noroeste de la capital. Los anillos olímpicos, cuidadosamente elaborados de un material semejante al césped artificial, coloridos hasta el encandilamiento, escoltaban a una exhuberante antorcha olímpica que presidía orgullosa la magnífica decoración de la vidriera del comercio. Banderas británicas contorneadas caprichosamente, le daban la jerarquía y el marco que necesitaba la obra. "La gente estaba fascinada con el decorado, una mujer entró, levantó la antorcha y me preguntó el precio. Tuve que decirle que no estaba a la venta, que era un decorado. Y ahora usted aparece con su cámara para sacarle fotos, es increíble", casi exclama una desconsolada Marsha, con la herida reabierta.
Por contrapartida un vocero del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos 2012, explicó a quien quisiera escucharlo que "donde sea que los oficiales de marketing comprueben el uso no autorizado de la palabra "Olímpicos", marcas registradas o símbolos de los Juegos, se tomarán el tiempo que necesiten para explicarle al propietario del comercio que eso no puede hacerlo porque no es legal", aunque también agregó que "si bien cada caso será considerado en particular, impulsaremos una política de educación antes de una eventual penalización".
Sin embargo a Marsha no la convencen estos argumentos. Quién le devuelve las horas de la noche que le robó la elaboración de su obra de arte? "Me llevó mucho tiempo hacer esto para tener que tirarlo a la basura", se queja, para agregar enseguida que "es frustrante porque sólo era un adorno para la vidriera, no estaba haciendo dinero ni publicitando ninguno de mis productos, quería imbuir a la gente del espíritu olímpico y apoyar al Team GB".
A esa altura un veterano de mil batallas, que había entrado al negocio un par de minutos antes, abandona el gesto reflexivo con el que había escuchado a Marsha hasta ese instante y lo cambia por una frase sabia y cortante: "Mmmm...en el '48 (segundos Juegos Olímpicos organizados por Londres) seguro que esto no pasaba. Es cosa de los tiempos modernos, eso seguro. Marketing, puf, inventos modernos para martirizar a la gente".
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