Hace meses que el campamento ya no está. Después de largos meses de deteriorar el lugar único y maravilloso donde se yergue orgullosa y ostentosa la imponente Catedral de San Pablo, levantaron sus carpas y se fueron con su protesta a otra parte. En cualquier parte del planeta es igual: los activistas siempre protestan contra lo que no se puede evitar. Claro que ni ellos mismos se creían que el gobierno de David Cameron, como cualquier otro en la Europa convulsionada de hoy, iba a prestar oídos a sus aullidos y levantar a pedido las medidas de austeridad y los cortes que la brutal crisis impuso.
Ahora están ahí de nuevo. Sin carpas, sin campamento, pero siempre protestando. Contra lo que venga, contra lo que sea, la cuestión es aullar a los cuatro vientos, gritar presente, acaparar la atención y, sobre todo, no trabajar, hacerle la cruz a las ocho horas, jamás doblar el lomo. Esta vez el enemigo es el deporte, más concretamente los Juegos Olímpicos que están a la vuelta de la esquina. Ahí están otra vez, muy enojados. Este grupo se llama "Nuestros Olímpicos", pero es igual que todos los demás. Mientras ellas han formado un improvisado grupo musical que entona jingles contra la inconvieniencia de los Juegos Olímpicos y el perjuicio que le causan al sacrificado contribuyente, a quien a la vez pintan como "furioso" en un momento en que el país puede entrar en una nueva recesión, en el otro extremo ellos les contestan también cantando estrofas que dicen de políticos cubiertos de vanidad por la organización del evento, luego de engatusar al pueblo con un costo falso que a principios de 2012 trepó misteriosamente a los 11 billones de libras (en dólares unos 18.5 billones).
Claro que esto no es nada, porque este grupo y muchos otros vienen reuniéndose casi subrepticiamente para planear movilizaciones de todo tipo y color que, en lo posible, interfieran al máximo con el éxito del máximo evento deportivo universal. "Estos Juegos Olímpicos representan todo lo que está mal en el Reino Unido y vamos a hacer de todo para distorsionar su marcha", grita a los cuatro vientos frente a la Catedral de San Pablo, al este de Londres, uno de los más exaltados del movimiento.
Nada les cae bien, se oponen contra todo lo que venga. Los sponsors de los Juegos tampoco se salvan. Claman que uno de ellos tiene responsabilidad en una masacre por escape de gas sucedida en la India durante 1984 y que otro está vinculado a los cortes del gobierno para los discapacitados. La policía les responde todos los días, en forma pública, que durante los Juegos no va a tolerar "espectáculos" en la calle y menos aún en las cercanías de los lugares donde se desarrollarán las propias justas deportivas. Pero el Comité Organizador confiesa que los grupos de activistas crecen todos los días, aún reconociendo su pobre organización. Se sabe que intentarán interponerse en el camino de los portadores de la antorcha olímpica cuando ingresen en Londres y también que las vías de tránsito especialmente reservadas para los Olímpicos VIP y para los propios atletas como medio de arribar en tiempo y forma a los eventos, podrían ser bloqueadas por los revoltosos justamente el 28 de julio, día de la inauguración de los Juegos.
El billón de libras que cuestan los 2.400 guardias de seguridad privados, los 12.500 oficiales de policía, los 13.500 militares y la instrumentación completa del procedimiento de seguridad, ya no está solamente destinado a atender un frente único. Claro, el terrorismo sigue haciendo sonar las alarmas de alerta máxima, tanto que Londres no olvida a sus 39 muertos del 7 de agosto de 2005, el día después de vencer sorpresivamente a París en la candidatura para organizar estos Juegos Olímpicos. Pero ahora, como si la siempre latente amenaza terrorista fuera poco, los activistas se asegurarán que el full time del aparato de seguridad no tenga claudicación alguna.
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