Londres, Trafalgar Square, un miércoles cualquiera de fines del invierno. Insólitamente un tibio sol amodorra a los centenares de turistas, a quienes les faltan ojos para recrearse aún más, si fuera posible, con la magnífica vista lejana del Big Ben y las Casas del Parlamento, que regalan los famosos balcones del museo de pintura de la National Gallery. De paso admiran el gigantesco obelisco, desde cuya cúpula el Almirante Nelson vigila orgulloso y con autoridad bien ganada, la ciudad de Londres.
Mientras tanto los trabajadores de la zona le sacan el máximo jugo a su descanso del mediodía y se acomodan como pueden en las escaleras de la plaza o donde encuentren un humilde hueco, para degustar un frugal almuerzo y el postre de los inesperados pero bienvenidos rayos solares.
A la vez un tic-tac silencioso marca los tiempos de todos y continúa intransigente la cuenta regresiva. El nuevo personaje de la plaza resta inexorablemente días, horas, minutos y segundos, un trabajito regular para tenerlos a todos en vilo y recordarles que la llama sigue su camino y que los Juegos Olímpicos no tardarán prácticamente nada en meterse en el corazón de la ciudad y de su gente.
La estridencia de las primeras ambulancias y carros de bomberos dirigiéndose hacia la estación del subte (Underground) de Aldwych, no le movieron un pelo a nadie, en una orbe inmensa, interminable, donde siempre están pasando cosas, agradables y de las otras. De ese modo las sirenas de los vehículos de emergencia llegan a transformarse en un sonido casi continuo, prácticamente en un telón de fondo de conversaciones y actividades diarias.
Pero siguieron pasando, bomberos y ambulancias, ambulancias y bomberos. Aquello ya no era rutina, algo estaba sucediendo y no era ni bueno ni agradable, por cierto. Llegado a un punto de alarma, turistas y trabajadores comenzaron a dejar vacía la Trafalgar Square y formaron casi organizadamente, sin proponérselo en lo más mínimo, una gran procesión que, como una marea, se dirigió raudamente al lugar donde ambulancias y carros de bomberos se iban deteniendo y silenciando sus sirenas. "Otra vez no, no ahora!", gritaba desesperada Johanna, mientras guardaba en su bolso el sandwich y el refresco a medio empezar, aludiendo a que podría estar asisitiendo a una probable repetición de los atentados del 7 de julio de 2005.
Los temores de Johanna y muchos más que no paraban de acercarse al lugar, parecieron confirmarse. Los primeros heridos, evacuados de las profundidades de la estación de Aldwych, aparecieron a la vista. Algunos flanqueados por los para-médicos, sangrando profusamente pero caminando todavía. Otros eran transportados en camillas. Las expresiones de horror en todos, heridos, curiosos y personal de asistencia, eran un perfecto telón de fondo para una escena dantesca. Las ambulancias comenzaron a engullir a los heridos, los más graves primero, luego los demás. Los bomberos se lanzaban como meteoritos hacia las profundidades de la estación, mientras más para-médicos los seguían pisándoles los talones.
Olor a tragedia, ambiente de tragedia. Otra vez las horripilantes escenas del 7 de julio de 2005? La estación de subte de Aldwych fue clausurada como tal hace ya mucho tiempo. Actualmente el Underground londinense la alquila para fiestas y filmaciones, pero ninguna de las líneas del subte de la capital inglesa tiene parada allí. 2.500 personas, entre equipos de paramédicos, enfermeras, bomberos, policías y "víctimas" tomaron parte durante dos días del mayor simulacro de enfrentamiento a un ataque terrorista en el Subte londinense que jamás haya tenido lugar en la ciudad del Támesis. Una prueba de fuego para los Comandos de Seguridad, destinados a preservar la paz durante el desarrollo de los Juegos Olímpicos del verano.
Nada quedó librado al azar en el simulacro. Durante dos días hasta los propios comandos e involucrados se creyeron que estaban enfrentando un ataque terrorista. Esto era vital, tenían que creérselo, debía ser así. Para esos 2.500 protagonistas, bomberos, enfermeras, policías, paramédicos, "víctimas", los hechos estaban sucediendo el 8 y el 9 de agosto de 2012, dos de los días más ajetreados en el curso de los Juegos.
Casi 900 millones de dólares serán distribuidos en aviones, buques de guerra, misiles aire-tierra y unos 30.000 hombres entre policía, ejército, guardias de empresas de seguridad privadas y hasta 3.000 voluntarios. Muy cerca de la clausurada estación de Aldwych, casi a la vuelta como quien dice, el nuevo reloj de la Trafalgar Square hace oidos sordos a simulacros, previsiones, inversiones de seguridad. En realidad no escucha ni quiere saber de nada. Está plenamente concentrado en la implacable cuenta regresiva en días, horas, minutos y segundos. El día "D" del comienzo de los Juegos Olímpicos 2012 acecha implacable.
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