Ahora las familias pasean, más bien dan vueltas y vueltas como trompos, los diferentes idiomas se escuchan como siempre, los flashes hacen de luciérnagas a las que nada se les escapa. "Ahora acá, acá te dije, con los guardias atrás mío, dale ahora, pero dale que se van, qué estás esperando?". O tal vez "mirá que bueno para sacar una del grupo acá, con el monumento a la Reina Victoria de fondo".
Hasta que dan las 11 en punto y los primeros movimientos son un claro indicio de que se viene el momento cumbre de la gran ceremonia del Cambio de Guardia de la Reina, para deleitar a miles y miles de turistas que desde temprano se golpean el pecho y hasta se pellizcan porque ni ellos mismos creen que estén a las puertas del mismísimo Palacio de Buckingham.
Cuando el 5 de agosto las damas y el 12 de agosto los atletas masculinos inicien y también finalicen allí, junto a las ancestrales rejas negras del Palacio de Buckingham, la legendaria y mítica Maratón, quedará momentáneamente cerrada la inmensa enciclopedia que guarda la historia de aquel "petit" hotel que el duque de Buckingham mandó construir en 1703 y cuyo carácter de residencia oficial de la monarquía británica recién se lo dio la Reina Victoria a principios del siglo XIX, haciendo la vista gorda a que en 1762 el Rey Jorge III ya lo había utilizado con ese fin.
Allí, con la propia Reina Victoria vigilando todos sus movimientos desde lo alto de su imponente monumento frente al Palacio, comienza a moverse la marea humana conformada por los 100 atletas que recorren a fuerza de sacrificio puro los históricos 42,195 kms., distancia oficial de la Maratón olímpica desde los Juegos de Londres de 1908. Y ellos y ellas están haciendo el mismo recorrido. Y oh sopresa!, ellos y ellas se exigen en la última zancada, llegan boqueando y clamando por un poco de aire...al punto de partida, el Palacio de Buckingham. Así es, esta vez la Maratón no termina en el Estadio Olímpico sino exactamente en el sitio donde comienza. Tanto se dice que los ingleses son diferentes al resto del mundo, que al final ellos mismos se esfuerzan por demostrarlo, así que han trazado un óvalo con largada y llegada en el Palacio de Buckingham.
Tras la partida los atletas se despiden momentáneamente de Buckingham Palace surcando la Avenida del The Mall, esa épica vía ancha flanqueada siempre por decenas de banderas británicas, por la cual llegan a Buckingham las comitivas presidenciales extranjeras, con el objetivo de rendir pleitesía a la soberana.
Más adelante se ven mirando apenas de reojo las mansas aguas del Támesis, tras lo cual giran 90 grados para darse de cara con la impresionante Catedral de San Pablo, cuya enorme cúpula, la segunda más alta del planeta, los bendice por tanto sacrificio. Adentro descansa en su tumba el formidable almirante Nelson, junto a tantos otros personajes épicos, que se sorprenden cuando desde algún lugar en lo alto observan que la gente esta vez no está venerando sus restos en la Catedral, sino afuera, en la calle, vivando y alentando sin parar a los esforzados atletas. La multitud compite en número con la que asistiera con regocijo, en ese mismo lugar, al casamiento del Príncipe Carlos con la Princesa Diana. Lejos estuvo de imaginarse todos estos episodios el Arq. Christopher Wren, cuando entre 1676 y 1710 construyó San Pablo sobre las ruinas de la antigua catedral quemada en el gran incendio de Londres en 1666.
Luego de una corta visita a la City londinense, los titanes se meten en el corazón de la historia de Inglaterra: la Torre de Londres. Defender este formidable baluarte construido en 1066 de los ataques extranjeros, simbolizaba controlar el país entero. Claro que a esa altura a los atletas no les da para pensar en los prisioneros famosos encarcelados allí a partir del siglo XV, ni en las ejecuciones de espías durante las dos últimas guerras mundiales, ni en las fieras que habitaron allí entre 1204 y 1828.
Sólo quieren llegar, sólo quieren completar el óvalo para entonces sí...tocar el cielo con las manos.
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